martes, 4 de marzo de 2014

Y a huir a tiempo

MARÍA BELÉN AGUIRRE
Tomada de revista Ombligo

(Tucumán, Argentina, 1977)


Ahora te escribo desde la última rama
del árbol más alto de este mundo.

Es otoño y el viento
ha tendido
sobre la mansa tierra
su hojarasca crepuscular.

Te escribo para contarte que estoy bien.
He comido y bebido como un pájaro.
Lo necesario.

He aprendido a escalar las ramas secas sin
romperlas.
A seducir sin estrépito a las aves de presa.
Y a huir a tiempo.
A desconcertar a los gatos.
Y a robarles entre risas un rasguño de aire.

Te escribo para contarte que estoy bien.

En el cielo una nube
acaricia la cresta de mi peinado nuevo.

Es alto y firme.

Ahora juego a prolongarme.
***

SOY TORPE.
Soy brutal.
Me cuestan
y mucho
las reuniones sociales.

Me vuelco la comida
cada vez que intento
a la luz de una mirada extraña
comer.

Soy torpe.
Soy brutal.
Derramo agua en la mesa
y me tiemblan las manos
si me hablan.

No sé responder
con exactitud
a las preguntas que se me formulan.
Me voy por las ramas.
O me quedo callada
y no puedo.
De una u otra manera
no puedo.

Me avergüenza hablar de mí.
Sólo hallo en mí
motivo de escarnio y menosprecio.
Prefiero en mi lugar
las largas peroratas sobre cine y literatura:

La vida de los otros.

Yo sé engañarme.

Tan sólo un niño podría,
si quisiera,
sacarme a jugar.
***
Moldava

Esta es,
me dice,
la primera lluvia
sin vos.

Este es,
me dice,
el primer trueno
sin vos.

Así se moja el pelo,
me indica señalándose,
el hombre cabizbajo:

Un gato solo que la gota restriega por el lomo.

Ahora un niño cruza
la calle salpicando
los charcos
por primera vez.

Ahora un anciano
medita el paso
con que salteará
la baldosa floja,
tal vez por última vez.

Pero ni a mí
ni a ellos podrás,
me dice interrumpiéndose.

La naturaleza toda
te está vedada.

Agrega:
ausente.

                                      [A Gabriel Amos Bellos, por la vida compartida]
**

De Praga en dos. Ediciones de La Eterna, Tucumán, 2012

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char