jueves, 17 de abril de 2014

Gloria a ese violento dormitar de un pájaro

JAVIER ADÚRIZ

(Buenos Aires, Argentina, 1948-2011)

Arde la luna, arde igual que un garfio,
con tanto filo que lastima el aire.
-Honor, honor al lago que tiembla
y es el modo de un sueño. Gloria
a ese violento dormitar de un pájaro.
Gloria mucha…a la mañana que llega.

Algo desata el nudo de las apariencias,
la entraña alta de las apariencias
-No un nombre, no el camino,
no el santón de ojitos en la nuca.
Nada de lo que suceda en vano. Gloria…
A esta furia que cede con el sol naciendo.

A Jorge Aulicino

De Canción del samurai (2004)
***
Nosotros, los que mentimos a diario,
los que encarnamos el difícil arte
de la locuacidad vacía,
nosotros, los embaucadores
de sordos,
temblones mediocres del infinito
abismo, los artistas consumados
de la transmutación y la astucia,
raza de enanos
irredentos, de perdularios
a domicilio, nosotros,
los sabios, los mezquinos, paralíticos
de la alegría, los entusiastas
del odio, los magníficos,
los elegidos desde siempre
para juzgar y condenarnos.

Deliciosa inteligencia.

De Canción del samurai (2004)
***


El punto quizás sea dirimir la naturaleza de lo poético. Por eso ingreso sin querer en el gabinete del “hombre de dos cabezas”. Caramba, me digo, y me hallo notoriamente inquieto. El hombre tiene justamente dos cabezas, como dos balones y no es chiste, aparte de que dialogan bastante raro entre sí. El sujeto profesa un narcisismo insoportable. Ahí es cuando me pierdo, en el instante en que ambas caras se entregan a discutir consigo mismas la valía del Preste Juan. Fetén, fetén, exclamo, y me retiro – como decían los viejos – en los pies de un trote.

Quietud. Los autos
No dejan de pasar
Por la avenida

De Esto es así (2009)

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char