lunes, 14 de abril de 2014

Qué instante de dolor y de intelecto

 HILDA HILST 

 (Brasil, 1930-2004)

III

Tu sueño no es un sueño común.
Extiendes la vigilia
y aprendes a través de la oscuridad.
También así
el mar reposa.
                         de Pequenos funerais cantantes ao poeta Carlos Maria de Araújo [1967]
***
III

Descansa.
El hombre ya se hizo
el oscuro ciego rabioso animal
que pretendías.
                         de Amavisse [1989]
 ***
X

Ardiente. Oscuro. Tu ardiente soplo
sobre la oscura cerrazón de la garganta.
Palabras que pensé atrincheradas
resurgen delante del toque nuevo:
Carrascales. Gárgolas. Emergiendo del luto
viene llegando un lago de sorprendimiento
recreando musgo. Vuelven las seducciones.
Vuelve mi propia cara seducida
por tu doble rostro: mitad raíces
oquedades y pozo, mitad lo que no sé:
Eternidad. Y vuelve la ferviente languidez
las sales, el mal que ha sido esta lucha
en tu arena crispada de puñales.
Y de estos versos, y de mi propia exuberancia
y exceso, ha de quedar en ti lo más sombrío.
Dirás: qué instante de dolor y de intelecto
cuando soñé los poetas en la Tierra. Carne y polvo
Lo perecible, exudando resplandor.

de Sobre a tua grande face (1986)
***

No es verdad.
No todo fue tierra y sexo
en mí
si soy poeta
es porque también
sé hablar de amor
suavemente.

Y como nadie sé
acariciar
la cabeza de un perro
en  la  madrugada.
***

Somos iguales a la muerte. Ignorados y puros.
Y mucho después (cuando el cansancio brote de
nuestras alas) seremos pájaros blancos
en procura de un Dios.

Traducción: Leo Lobos
Imagen: Cartel diseñado por Dado Motta para el espectáculo poético Hilda Hilst. O Espírito da Coisa, concebido y realizado por Rosaly Papadopol bajo la dirección de Rui Cortez, y presentado en el Teatro
do Centro da Terra de Sumaré (São Paulo) en mayo y junio de 2009.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char