(Santa Fe, Argentina, 1949)
Artistas del hambre
En los últimos decenios
ha disminuido el interés
por los ayunadores.
La diáspora sobrevino
sin suicidios ni tragedias;
un mozo de restaurante,
un gasista o un gerente de ventas
pueden hoy ocultar
una remordida
profesión de hambre.
Los que estaban demasiado viejos
permanecieron en el circo
dando de comer a las bestias
o vendiendo maníes en los intervalos.
Engordan,
se arrastran pesados
entre las jaulas y las tarimas,
ellos,
que soñaban volar
como una pluma
a merced del viento.
Hubo uno, cuenta Kafka,
que persistió
hasta desaparecer entre la paja sucia
de su corralito.
A un inspector que lo descubre
en su último suspiro
el artista revela
que su ayuno
no admite admiración
ya que es una actividad forzosa.
Si hubiese encontrado
comida que me gustara, dice,
no habría dudado
en empacharme
como hacen todos.
De ayuno de lo que más apetece
inalcanzable
se alimenta el artista.
***
El rebelde
Escucho y escucho teorías, dijo,
atendí durante toda mi vida
a teorías
sobre cómo predisponerse
a la llegada de la poesía,
pero jamás nadie
me anticipó
que podía llegar un momento
en que tendría que encontrar la manera
de escapar de ella.
Plantándose delante
con sus túnicas y sonajeros
su lengua de ahorcada
su bocina de victrola
siempre inoportuna
cuando yo me tiro, dijo,
para conectarme al respirador,
cuando me caigo
en los primeros brazos que encuentro
para conectarme
a un corazón artificial
cuando me despierta
el grito de mis sueños
ahí está
en el medio
tirándome la manga,
haciéndome una zancadilla,
la bobita
parlanchina.
Como la fama
que sólo ama a quien la desprecia,
la poesía sólo visita
a quien
alguna vez la cortejó
y ahora tiene otras urgencias.
Y entonces
o la echas a patadas
o te ahoga.
***
Poetas de mi generación
1
Sus cabezas son, o eran, avisperos
y sus corazones una brasa
que quemaba lentamente
desperdicios
infames
que alguna vez debían acabarse, esperaban.
El humo se levantaba
desde el pecho
hasta el enjambre atrapado
entre cuatro huesos,
jauría amontonada
contra el vidrio de los ojos.
El fuego, si vivo, si ligero,
habría terminado
por encerrar en una síntesis de urnas
las cenizas
de tantos cantos inútiles
declamados desde tantas cátedras
con acústica.
Laboriosos, descascaraban palabras
de siglos
de boca de dictadores
y escarbaban en la infancia
como en el fondo de un estanque
entre esqueletos de pájaros
y juguetes corrompidos.
La resaca los ahogaba
cuando vieron acercarse
caravanas de camiones hediondos
en el amanecer lluvioso y frío.
Escaparon, si pudieron, y la red
infatigable de cirujas
los olfateaba fácilmente
en medio de cualquier multitud,
cuarto de hotel o monasterio
o cima de montaña.
Sin paz, sin fogata, enloquecidos
cayeron en el basural
que ya no era de salmos ni églogas ni ditirambos
y cuando se agarraron la cabeza
enroscados, aturdidos
por las voces de alarma, de orden, de fusilamiento,
gritando en el polvo,
empezaron a ingresar
en la solemne, académica
y oscura legión de los poetas.
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