martes, 17 de junio de 2014

¿Qué hace ese árbol ahora vestido de blanco?

JAMES SCHUYLER

(Chicago, EE.UU., 1923-Nueva York, id., 1991)

Abril

El cielo de esta mañana se nubla
y, ¿qué hace ese árbol ahora
vestido de blanco? El árbol
frutal, el de peras comice. Abejas
de amarillo sulfúreo remachan
las cañas de forsitia que se doblan
sobre el trasbordo a través del parque.
Y árboles con escasos brotes de flor sugieren
los usos de un disolvente de pintura--
tan fina es la red que tienden
sobre el viento. La polinización cruzada
es la orden de este día aromático.
Eso fue ayer: hoy es mayo y no abril;
las magnolias abren sus cálices
y una invisible precipitación
las llena. Un día gris de mayo.

Traducción: G.A. Chaves
**
Saludo

El pasado es pasado, y si uno
se acuerda de lo que quiso
hacer y nunca hizo, ¿no es
haber pensado en hacerlo
suficiente? Como eso de jun-
tar una de cada una que
había planeado, juntar una
de cada especie de trébol,
margarita, castilleja que
crecían en ese campo
donde estaba la cabaña y
estudiarlas una tarde
antes de que se marchitaran. El
pasado es pasado. Yo saludo
a aquel campo variado.
**
La gente que ve subir burbujas

Tal vez está nadando, nunca ahogándose,
o sólo sumergiéndose, subiendo.
O mirando peces en una pecera.
O: “¿Vodka con soda, era?.
“Sí, por favor”.

Voy en un tren (Bridgehampton-Nueva York),
Darragh está conmigo, lee Proust;
en francés, por supuesto: papel Biblia,
tapas de cuero marrón, marrón
como las hojas de octubre que pasamos:
encino, supongo. No, todavía
están verdes. Correosas, pero verdes.

Hoy al mediodía, o a la tarde temprano,
fui caminando entre papas aún sin cosechar
(una achicoria estaba en flor, en flor de azul)
hasta Lag Sag; quiero decir, Laguna Sagaponack.
El centeno de invierno la cruzaba con su
increíble niebla verde, tan suave, tan clara,
y los árboles alrededor de una casa amarilla,
árboles que no reconocí, eran
de un intenso rojo oscuro. A la derecha, los arces
hacían su numerito extravagante.
Los perros, las charlas, las cenas,
el insomnio y el sueño:
el pésimo libro sobre V. Sackville-West:
para mí, un fin de semana variadito.
Y sin embargo, me encantó. Siempre
me encantan el jardín y la casa que hizo Bob
y cómo era la primera luz
por las ventanas del cuarto de huéspedes
a través de cortinas violetas. Estar ahí acostado,
mirándola, como quien se sumerge
y, con los ojos abiertos, ve subir las burbujas.
**
Bote blanco, bote azul

Dos botes
estacionados
y posando en
el soleado
paisaje invernal:
pastos secos, ralos con
manchones verdes
Contra corteza
de color parejo
ramitas gráciles
con brotes rojos
en las puntas:
no lo ves,
el rojo,
y cuando
lo ves, no podés
no verlo
contra un tronco
descamado que,
más alto que tres
hombres uno
sobre otro,
se vuelve
más troncos.
Detrás, espartillo
y juncos en
rápidos rasguños.
Pasa una mujer,
también su perro,
a trancos cortos:
un cuzquito.
El día
no puede ser
más claro,
más luminoso,
pero se aclara,
se aclara,
tanto y tanto
más bajo
la infinita
ausencia de nubes,
espacios glaciales,
misterio sin fin.
**
Justo antes del otoño

En los intervalos quietos entre vientos de equinoccio
el silencio destella
o en un bosque de abetos
se muestra como troncos rayados, claros, oscuros
vistos entre ellos
todos iguales, cada uno diferente:
un bosque despojado de sus ramas más bajas
que yacen vagamente apiladas junto al sendero
musgosas, con liquen, pudriéndose.

El sol está en el cielo como si fuera su retrato.
A las áster las inclina una brisa
que para plantas más leñosas sería indigno notar.
Varas de oro erguidas como cúspides
o de otro tipo, que señalan en lenguaje gestual indio:
“Por aquí”.

Por la tarde temprano la luna sube al cielo
mientras el sol va hacia el oeste
su luz ingrávida se posa
sobre un zarzal de saucos y cerezos silvestres.
Parece que la luz los presionara
y los tironeara desde arriba
así como una lancha huye de la estela
que parece propulsarla
a través de ilusiones de verde
hechas por árboles negros reflejados en el agua astillada
que toma forma.

¡Maravillosa energía universal,
expresada en una estelar quietud!
La Vía Láctea desplegada
sobre la casa anoche
y las Pléyades
a la vista débilmente exclamaban:
“La mejor forma de ver las estrellas
es mirar un poco hacia un costado”
un universo en su red de espacio
debilitándose, concluyendo, continuando.
**
Virginia Woolf

Me gustaría haber estado en Rodmell
para parlamentar con Virginia Woolf
antes de que emprendiera
la fatal caminata: "Ya sé que estás
enferma. Pero te vas a poner
bien; créeme: yo pasé por lo mismo".
¿Le habría ofrecido tomar
su lugar, morirme yo y que
ella viviera? Creo que no. Cada uno
debe avivar el fuego de su propia
"partícula ardiente", por su bien. Así que no. Pero igual
me gustaría haber estado, antes
de que se llenara los bolsillos de piedras
y se tendiera en el río Ouse.
Angular Virginia Woolf, para quien
las palabras fluían a torrentes
como nublados amarillos sobre las praderas.

De Una ciudad blanca, traducción de Laura Wittner, Ediciones Gog y Magog, Buenos Aires, 2012
Tomados de elpoetaocasional.blogspot.com.ar
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char