miércoles, 18 de junio de 2014

Tersos músculos de estatua, siempre joven

MARTÍN VÁZQUEZ GRILLÉ 
Tomada del blog elpoetaocasional

(Buenos Aires, Argentina, 1976)

LO QUE NADIE DICE ES QUE UNO PUEDE
si quiere, verla llegar
con solo prestar un poco de atención
y enseguida advertir el aleteo, la suspensión
del tiempo, detenido en frágiles segundos como una aguja de hielo
que se mete entre la ropa y brilla
adherida a la piel, tensándola.
Nadie dice que uno puede, si quiere, presentirla
tal como se intuyen las crecidas
a causa del aire hinchado y las flores desprendidas
de todo el color que pueden contener,
hasta que un día se aprende
que uno puede mirarla a los ojos, casi tocar
sus músculos -tersos músculos de estatua, siempre joven-
sin poder hablar
apenas imaginar la nieve derretida formando charcos
en el campo, los huecos que esa nieve
va a dejar en la tierra seca del otoño
los yuyos, creciendo en racimos
solitarios a la buena del viento y a lo lejos
ceniza que viene, nubes enteras de polvo negro, inerte
cubriendo lo que queda de cielo, y mas allá.
**

Se estira la madrugada, se hace agua frente a la puerta.
Adormecidos, como hormigas en fila, los vecinos
emprenden la marcha a la fábrica en un silencio
apenas cortado por el saludo grave de las mañanas
o los velorios.
Calladita caminás, no vaya a ser que se rompa el embrujo
de la música de anoche
de los pasos subiendo la escalera de hierro
y la chapa sonando contraída en el frío.
Calladita esperás y quisieras que el camino fuera bien largo
para ver como la luz se asoma a lo lejos por el río
ese río negro de bocinas y grandes barcos repletos de aceite
que a veces, algún que otro amanecer
te envuelve en una bruma violeta antes de ir a trabajar.

De Pequeños botes cruzando lo negro del río, Viajero insomne, 2014.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char