Tomada del blog elpoetaocasional |
(Buenos Aires, Argentina, 1976)
LO QUE NADIE DICE ES QUE UNO PUEDE
si quiere, verla llegar
con solo prestar un poco de atención
y enseguida advertir el aleteo, la suspensión
del tiempo, detenido en frágiles segundos como una aguja de hielo
que se mete entre la ropa y brilla
adherida a la piel, tensándola.
Nadie dice que uno puede, si quiere, presentirla
tal como se intuyen las crecidas
a causa del aire hinchado y las flores desprendidas
de todo el color que pueden contener,
hasta que un día se aprende
que uno puede mirarla a los ojos, casi tocar
sus músculos -tersos músculos de estatua, siempre joven-
sin poder hablar
apenas imaginar la nieve derretida formando charcos
en el campo, los huecos que esa nieve
va a dejar en la tierra seca del otoño
los yuyos, creciendo en racimos
solitarios a la buena del viento y a lo lejos
ceniza que viene, nubes enteras de polvo negro, inerte
cubriendo lo que queda de cielo, y mas allá.
**
Se estira la madrugada, se hace agua frente a la puerta.
Adormecidos, como hormigas en fila, los vecinos
emprenden la marcha a la fábrica en un silencio
apenas cortado por el saludo grave de las mañanas
o los velorios.
Calladita caminás, no vaya a ser que se rompa el embrujo
de la música de anoche
de los pasos subiendo la escalera de hierro
y la chapa sonando contraída en el frío.
Calladita esperás y quisieras que el camino fuera bien largo
para ver como la luz se asoma a lo lejos por el río
ese río negro de bocinas y grandes barcos repletos de aceite
que a veces, algún que otro amanecer
te envuelve en una bruma violeta antes de ir a trabajar.
De Pequeños botes cruzando lo negro del río, Viajero insomne, 2014.
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