viernes, 11 de julio de 2014

Algunos esperan el estertor del día en los bancos

Coriolano González Montañez

(Santa Cruz de Tenerife, 1965)

DEJÀ VU

Camino despacio por la orilla.
Dejo que mis pies se hundan en la arena
y que las olas los traigan de nuevo a la luz.
Camino entre los charcos
antes del cambio de luna.
Están calientes, como un caldo,
y esperan el agua fría.
Pronto se inundarán de peces.
Todos los años, todos los días
de todos los veranos, el mismo ritual.
En silencio. La playa ya se ha vaciado.
Queda poco para la puesta
y algunos esperan el estertor del día en los bancos,
más allá de la arena.
Solo unos pocos permanecemos en el agua.
Son casi las nueve de la noche.
De niño creía que la marea alta
siempre correspondía a las mañanas
y que el atardecer traía la marea baja.
La infancia debió moverse a ese ritmo de olas.
La brusquedad del día,
la playa llena de gente, de sombrillas,
la arena sin resquicio;
el apaciguamiento de las noches, la intimidad,
los juegos en las sombras.
Como la existencia, quizás,
que se calma a medida
que los acontecimientos se tornan inevitables.
Ahora camino por el muelle.
Repito una vez más el mismo recorrido.
La rutina permite que el tiempo se detenga,
que siempre se retome
el mismo punto de partida.
Han pasado quince años y, sin embargo,
no llevo ni uno
en este paisaje cambiante de malecones,
de calles, de plataneras, de arenas, de mareas.
Quizás este atardecer debiera ser otro.
Sería necesario pararse a contemplarlo.
**
 Haikús

sobre la arena
cuatro huellas de pies:
dos son de niño
*
el perenquén
y el olor de los plátanos
tras el crepúsculo
*
sólo la noche
y aquel aroma a guano:
risa de niños
*
el viento en sombra
entre cañaverales
¿quién me despierta?
*
lluvia de otoño
lluvia roja de otoño
¡oh, sobre mí!

1 comentario:

Anónimo dijo...


Que el poema trascurra en el presente me acerca al estertor del paisaje y del que habla.

Susana Tosso.

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char