sábado, 26 de julio de 2014

Conozco el mobiliario

ANNE SEXTON

(EE.UU., 1928-1974)

Aquellos tiempos...
A los seis años
vivía en un cementerio lleno de muñecas,
eludiéndome a mí misma,
a mi cuerpo —el sospechoso
de esta morada grotesca.
Todo el día encerrada en mi cuarto tras rejas,
una celda.
Fui el exilio
sentado todo el día en un nudo.

Hablaré de las pequeñas crueldades de la infancia,
pues soy la tercera,
la última en ser dada
y la última en ser tomada
—de las humillaciones nocturnas cuando mi Madre
me desnudaba,
de la vida del día, encerrada en mi cuarto—
la no deseada, el error
que mi Madre cometió para alejar a mi Padre
del divorcio.
¡Divorcio!
Los amigos del romántico,
románticos que sobrevuelan mapas
de otros países,
caderas y narices y montañas,
hasta la Selva Negra y Asia,
o cautivos en 1928,
el año del yo,
por error,
no por divorcio
sino en su lugar.

El yo que se negó a mamar
en pechos que no podía complacer,
el yo cuyo cuerpo crecía inseguro,
el yo pisando las narices de las muñecas
que no podía romper.
Pienso en las muñecas
tan bien hechas,
tan perfectamente ensambladas
que contra mí estrechaba,
besando sus boquitas imaginarias.
Recuerdo la piel tersa,
de las recién llegadas,
la piel rosada y los serios ojos de porcelana azul;
venían de países misteriosos
sin dolores de parto
bien nacidas en silencio
El closet fue el lugar donde ensayé mi vida,
cuando deseaba ir de visita;
todo el día entre zapatos,
lejos del foco brillando en el techo,
lejos de la cama y de la pesada mesa,
de la misma rosa terrible repitiéndose en las paredes.

No lo ponía en duda.
Me escondí en el closet como quien se esconde en un árbol.
Crecí en él como raíz
y sin embargo fraguaba cada plan de fuga,
creyendo que elevaría mi cuerpo al cielo,
arrastrándolo a cuestas como a una cama enorme.
Y a pesar de ser torpe
tenía la certeza de que llegaría o al menos
subiría como sube un elevador.
Con tales sueños,
almacenando su energía como un toro,
planeaba mi crecimiento y mi feminidad
como quien pone coreografía a una danza.
Sabía que si esperaba entre los zapatos
dejarían de ser de mi tamaño:
los pesados oxford, los toscos rojos para ejecutar,
zapatos que yacían como consortes,
los tenis engrosados por el blanqueador;
y luego los vestidos balanceándose sobre mi cabeza,
siempre encima, vacíos y sensatos
con cintas y olanes,
con cuellos y anchos dobladillos
y malos augurios en los cinturones

Todo el día me sentaba
retacando mi corazón en una caja de zapatos,
rehuyendo la preciosa ventana
como un terrible ojo
por donde tosían los pájaros
encadenados a los árboles erguidos,
rehuyendo el papel tapiz del cuarto
donde una vez y otra las lenguas floreaban
saliendo de los labios como capullos marinos
—y así pasaba el día esperando
que mi madre,
la grande,
llegara a desvestirme por la fuerza.

Yacía silenciosa,
atesorando mi pequeña dignidad.
Sin preguntar acerca de la reja, o del closet.
Sin poner en duda el ritual para acostarme
cuando, sobre el mosaico frío del baño,
me extendían a diario
buscando faltas.

No sabía
que mis huesos,
esos sólidos, esas piezas de escultura
no se astillarían.
Nada sabía de la mujer que sería
ni de la sangre que cada mes
brotaría en mí como una flor exótica,
ni de las niñas,
dos monumentos,
que se abrirían paso entre mis piernas
—dos niñas acalambradas respirando tranquilas,
cada cual dormida en su menuda belleza—.
No sabía que mi vida, al fin,
como camión arrollaría la de mi madre
y que lo único que quedaría
del año en que tuve seis
sería un agujero pequeño en mi corazón, un punto sordo,
para poder oír
más claramente lo nunca dicho

Junio de 1963
(de Live or Die)
Traducción de Elisa Ramírez Castañeda***Mercy Street

En mi sueño,
perforando en el tuétano
de mi hueso entero,
mi verdadero sueño,
andando de arriba para abajo Beacon Hill
buscando una señal de la calle
a saber CALLE PIEDAD.
No allí.

Trato la Bahía trasera.
No allí.
No allí.
Y todavía me sé el número.
45 de Calle Piedad.
Conozco la ventana de vidrio manchado
del vestíbulo,
los tres pisos de la casa
con sus suelos de parquet.
Conozco el mobiliario y
madre, abuela, bisabuela,
los criados.
Conozco el armario de Spode
el barco de hielo, plata sólida,
donde la mantequilla se sienta en cuadrados ordenados
como los dientes de un gigante extraño
en la mesa de caoba grande.
Lo conozco bien.
No allí.

¿Dónde te fuiste?
45 de Calle Piedad,
con la bisabuela
arrodillándose en su corsé de hueso de ballena
y rezando suavemente pero ferozmente
al lavamanos,
a las cinco de la mañana.
en mediodía
dormitando en su mecedora wiggy,
abuelo tomando siesta en la despensa,
abuela tocando la campana para la criada de abajo,
y Nana meciendo a Madre con una flor de gran tamaño
en su frente para cubrir el rizo
de cuando ella estaba bien y cuando ella era...
Y donde ella fue procreada
y en una generación
la tercera que ella procreará,
yo,
con el florecimiento de semilla del forastero
en la flor llamada Horroroso.

Camino en un vestido amarillo
y una cartera blanca llena de cigarrillos,
bastantes píldoras, mi cartera, mis llaves,
y tener veintiocho, ¿o son cuarenta y cinco?
Camino. Camino.
Sostengo fósforos en los letreros de calles
ya que es oscuro,
tan oscuro como los muertos curtidos
y he perdido mi Ford verde,
mi casa en los suburbios,
dos pequeños niños
sorbidos como polen por la abeja en mí
y un marido
quien ha borrado sus ojos
para no ver mi revés
y estoy caminando y mirando
y este no es un sueño
sólo mi vida aceitosa
donde la gente son coartadas
y la calle es inencontrable durante una
vida entera.

Cierra las cortinas en las ventanas
¡No me importa!
Cierra la puerta, piedad,
borra el número,
rasga el letrero de la calle,
lo que lo puede importar,
lo que le puede importar a este mezquino
¿quién quiere poseer el pasado
que salió en un barco muerto
y me dejó sólo con papel?

No allí.

Abro mi cartera,
como las mujeres hacen,
y nado de acá para allá
entre los dólares y los pintalabios.
Los elijo,
uno tras otro
y los lanzo a los letreros de la calle,
y arrojé mi cartera
al Charles River.
Después llevo a cabo el sueño
y golpeo en la pared de cemento
del calendario torpe
Vivo en,
mi vida,
y sus remolcados
cuadernos.

Versión: s/d
**
MERCY STREET

In my dream, drilling into the marrow of my entire bone, my real dream, I'm walking up and down Beacon Hill searching for a street sign -- namely MERCY STREET. Not there. I try the Back Bay. Not there. Not there. And yet I know the number. 45 Mercy Street. I know the stained-glass window of the foyer, the three flights of the house with its parquet floors. I know the furniture and mother, grandmother, great-grandmother, the servants. I know the cupboard of Spode the boat of ice, solid silver, where the butter sits in neat squares like strange giant's teeth on the big mahogany table. I know it well. Not there. Where did you go? 45 Mercy Street, with great-grandmother kneeling in her whale-bone corset and praying gently but fiercely to the wash basin, at five A.M. at noon dozing in her wiggy rocker, grandfather taking a nap in the pantry, grandmother pushing the bell for the downstairs maid, and Nana rocking Mother with an oversized flower on her forehead to cover the curl of when she was good and when she was... And where she was begat and in a generation the third she will beget, me, with the stranger's seed blooming into the flower called Horrid. I walk in a yellow dress and a white pocketbook stuffed with cigarettes, enough pills, my wallet, my keys, and being twenty-eight, or is it forty-five? I walk. I walk. I hold matches at street signs for it is dark, as dark as the leathery dead and I have lost my green Ford, my house in the suburbs, two little kids sucked up like pollen by the bee in me and a husband who has wiped off his eyes in order not to see my inside out and I am walking and looking and this is no dream just my oily life where the people are alibis and the street is unfindable for an entire lifetime. Pull the shades down -- I don't care! Bolt the door, mercy, erase the number, rip down the street sign, what can it matter, what can it matter to this cheapskate who wants to own the past that went out on a dead ship and left me only with paper? Not there. I open my pocketbook, as women do, and fish swim back and forth between the dollars and the lipstick. I pick them out, one by one and throw them at the street signs, and shoot my pocketbook into the Charles River. Next I pull the dream off and slam into the cement wall of the clumsy calendar I live in, my life, and its hauled up notebooks.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char