CHARLES BAUDELAIRE
(Francia, 1821-1867)
¡Qué penetrante es el final de los días de otoño! ¡Ah, penetrante hasta el dolor! Pues hay ciertas sensaciones deliciosas, cuya vaguedad no excluye la intensidad; y no hay punta más acerada que la del Infinito.
¡Gran delicia la de ahogar la mirada en la inmensidad del cielo y del mar! La soledad, el silencio, la incomparable castidad del azul, la pequeña vela que se estremece en el horizonte, y que por su pequeñez y su aislamiento imita mi irremediable existencia, la melodía monótona del oleaje; todas esas cosas piensan por mí, o yo pienso por ellas (¡pues en la grandeza de la meditación, el yo se pierde rápido!); esas cosas piensan, digo, pero musical y pintorescamente, sin argucias, sin silogismos, sin deducciones.
No obstante, esas ideas, ya salgan de mí o broten de las cosas, se toman bien pronto demasiado intensas. La energía dentro dé la voluptuosidad crea un malestar y un sufrimiento positivos. Mis nervios demasiado tensos sólo producen ya vibraciones dolorosas y chillonas.
Y ahora, la profundidad del cielo me consterna; me exaspera su limpidez. Me sublevan la insensibilidad del mar, la inmutabilidad del espectáculo ...
¿Habrá que sufrir eternamente, o eternamente huir de lo bello? ¡Déjame, Naturaleza, hechicera sin piedad; rival siempre victoriosa! ¡Cesa de tentarme, en mis deseos y en mi orgullo! El estudio de la belleza es un duelo en el que el artista grita de espanto antes de ser vencido.
De Spleen de París
Traducción de Nydia Lamarque. 1º edición, 1961, México, Editorial Aguilar.
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Spleen (I)
(1857)
Pluvioso, irritado contra la ciudad entera,
De su urna, en grandes oleadas vierte un frío tenebroso
Sobre los pálidos habitantes del vecino cementerio
Y la mortandad sobre los arrabales brumosos.
Mi gato sobre el ladrillo buscando una litera
Agita sin reposo su cuerpo flaco y sarnoso;
El alma de un viejo poeta vaga en la gotera
Con la triste voz de un fantasma friolento.
El bordón se lamenta, y el leño ahumado
Acompaña en falsete al péndulo acatarrado,
Mientras que en un mazo de naipes lleno de sucios olores,
Herencia fatal de una vieja hidrópica,
El hermoso valet de coeur y la dama de pique
Charlan siniestramente de sus amores difuntos.
Traducción de Eduardo Marquina, 1905
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Spleen
Yo soy como ese rey de aquel país lluvioso,
rico, pero impotente, joven, aunque achacoso,
que, despreciando halagos de sus cien concejales,
con sus perros se aburre y demás animales.
Nada puede alegrarle, ni cazar, ni su halcón,
ni su pueblo muriéndose enfrente del balcón.
La grotesca balada del bufón favorito
no distrae la frente de este enfermo maldito;
en cripta se convierte su lecho blasonado,
y las damas, que a cada príncipe hallan de agrado,
no saben ya encontrar qué vestido indiscreto
logrará una sonrisa del joven esqueleto.
el sabio que le acuña el oro no ha podido
extirpar de su ser el humor corrompido,
y en los baños de sangre que hacían los Romanos,
que a menudo recuerdan los viejos soberanos,
reavivar tal cadáver él tampoco ha sabido
pues tiene en vez de sangre verde agua del Olvido.
Versión de Ignacio Caparrós
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Spleen (2)
Yo tengo más recuerdos que si tuviera mil años.
Un gran mueble de cajones atiborrado de facturas,
De versos, de dulces esquelas, de procesos, de romances,
Con abundantes cabellos enredados en recibos,
Oculta menos secretos que mi triste cerebro.
Es una pirámide, una inmensa cueva,
Que contiene más muertos que la fosa común.
-Yo soy un cementerio aborrecido de la luna,
Donde, como remordimientos, se arrastran largos gusanos
Que se encarnizan siempre sobre mis muertos más queridos.
Yo soy un viejo gabinete lleno de rosas marchitas,
Donde yace toda una maraña de modas anticuadas,
Donde los pasteles plañideros y los pálidos Boucher,
Solos, exhalan el olor de un frasco destapado.
Nada iguala en longitud a las cojas jornadas,
Cuando bajo los pesados flecos de las nevadas épocas
El hastío, fruto de la melancólica incuria,
Adquiere las proporciones de la inmortalidad.
-Desde ya tú no eres más, ¡oh, materia viviente!
Que una peña rodeada de un vago espanto,
Adormecida en el fondo de un Sahara brumoso;
Una vieja esfinge ignorada del mundo indiferente,
Olvidada sobre el mapa, y cuyo humor huraño
No canta más que a los rayos del sol poniente.
Versión s/d
*
Otra versión
Albergo más recuerdos que si tuviera siglos.
Un gran aparador repleto de facturas,
Versos, cartas de amor, romances y procesos,
Con pesados cabellos que envolvieran balances,
Menos secretos guarda que mi aciago cerebro.
Es como una pirámide, como una inmensa cueva
Que contiene más muertos que la fosa común.
—Yo soy un camposanto que aborrece la luna
Donde como pesares se arrastran los gusanos
Que sin piedad se ceban con mis muertos más caros.
Soy un viejo boudoir lleno de ajadas rosas
En el que se entremezclan modas de un solo día;
Lamentables pasteles y un Boucher desvaído
Aspiran el aroma de un corrompido frasco.
Nada más insufrible que las rengas jornadas
En que, bajo los copos de nevadas eternas,
El tedio producido por el desinterés,
De la inmortalidad toma las proporciones.
—Desde ahora ya no eres, ¡oh viviente materia!
Más que una mole pétrea rodeada de espanto
Dormida en el confín de un Sahara brumoso;
Una ignorada esfinge del mundo indiferente,
Olvidada en el mapa, y cuyo arisco humor
A los rayos del sol poniente sólo canta.
Versión de Antonio Martínez Sarrión
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Spleen [LXXVIII]
Cuando como una losa pesa el cielo plomizo
sobre el alma gimiente de un largo hastío presa,
y que abrazando el círculo de todo el horizonte
vierte un día más negro y triste que la noche;
cuando en húmeda celda la tierra se convierte,
donde, como un murciélago la Esperanza revuela,
golpeando los muros con sus alas medrosas,
y dando en los podridos techos con su cabeza;
cuando la lluvia extiende sus inmensos regueros
imitando las rejas de una vasta prisión,
y de infames arañas un pueblo mudo tiende
sus telas en lo más profundo del cerebro,
las campanas con furia saltan súbitamente
y lanzan hacia el cielo un aullido horroroso,
igual que los espíritus errantes y sin patria
que se echan a gemir obstinados y largos.
-Y pasan coches fúnebres, sin tambores ni música,
por mi alma lentamente; la Esperanza, vencida,
llora, y la Angustia atroz y despótica planta
su negro pabellón en mi cráneo abatido.
Baudelaire, Las flores del mal.
Traducción: Luis Martínez de Merlo
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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