jueves, 17 de julio de 2014

El insignificante y anecdótico deseo

MARIFÉ SANTIAGO BOLAÑOS
Tomada de www.bne.es

(Madrid, España, 1962)

PALABRAS PARA GAMONEDA

Éste es el único día digno de ser vivido ya que todos los otros días fueron días de negación.
Los sacerdotes hicieron negación y los comerciantes y los hombres de honor hicieron negación;

y hubo negación en los niños y en los que resistían la tortura por causas justas y en los que estaban poseídos por la amistad;

y los muslos que yo conocí con mi lengua se cerraron y los pezones que estuvieron en mis labios se endurecieron como sílice.

Hubo un tiempo habitado por madres y por iluminaciones pero después sucedieron días en que los cuerpos se buscaban y cada cuerpo acudía con su fuerza y entonces hubo delación y algunos murieron y otros retrocedieron hasta sus madres

y las madres estaban ciegas en sus vientres

y no existía lugar en aquel país

y cada hombre lloró en esta enseñanza y abandonó la ciudad y no se supo de él durante mucho tiempo.

De Descripción de la mentira (1975-1976)
**
III

Niñez desnuda, ¿seis, siete años? Al aire toda, sólo una braguita clara y, sobre la cabeza, un barreño lleno de ropa sucia. Llora a gritos, sin perder el paso descalzo, sin que se le caiga al suelo el castigo.
No sé, la que va tras ella puede tener doce: ya le han crecido los pechos y las caderas, ya se cubre el cuerpo con una tela de colores
y azota, furiosa,
las piernas de la chiquitina que no para de llorar:
llora ignorada por los muchachos ociosos que retozan en el río,
llora ignorada por estas madres de ojos mustios,
llora ignorada por los adolescentes que exhiben su exigente virilidad
a las niñas fértiles.
Aquí no extraña tanto desconsuelo, ni verte erguida y que las lágrimas no vuelquen el barreño. Aquí, no.
Mi piragua se aleja de ti pero yo sigo oyéndote el llanto. Verás: es que este poema deja marcas y escuece.
Tú querías jugar
con la luz del atardecer
en el Níger: eso era todo.
**
XII

Domesticar: a la cama, recoged los juguetes. Tragarte el daño; por el miedo, quédate despierta y escucha el llanto de tu corazón.
Tú: la ausencia de nombre, que la vida te robe la manta, que te destape, que se duerma en tu estómago
el dolor, ese
despótico e indolente
vagabundo.

Tú, también:
Delicadeza de las mujeres, lentitud del gesto suspendido en la copa del árbol,
como en la densidad y el vaho de los cuerpos: sudor,
ingrávido el destino donde la Nodriza Cósmica recita
compromisos:
memoria del trigo, abejas, las espigas, el insignificante y anecdótico deseo.
Mañana, pan y la picadura de una estrella
en los hombros,
pasteles de mundo, digo:
masticas almas, como todas las madres: luego, a la boca del hijo esa papilla de saliva y amor.

Una historia esperando
en la tarde de África,
limpiar de sombra oscura
cada claro de luz.

La Vida escribe un salmo en las acacias y en los cafetales, en el bosque de la libertad y en los pájaros: la tarde en África encendida de amor: collares de mariposas sedientas, la nada, heridas que engalanan a las mujeres dulces, estar en el amor:
intercambiamos la tristeza:
cristales de colores, semillas engarzadas, paquetitos de ternura, pulseras de silencio, la tarde africana, húmeda:
cierro las ventanillas
para que no entre
en el coche sucio
de agravios y barro
la palabra que este
trayecto no evita,
la que tú te llevabas en la cesta,
sobre la cabeza,
erguida,
olvidándome ya…

1 comentario:

Anónimo dijo...


Qué potencia. Maravilla de poemas. Gracias.

Susana Tosso.

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char