martes, 2 de septiembre de 2014

Esa cicatriz empecinada de infarto que no mata

Un poema de MARÍA LAURA BLANCO
Tomada de facebook

(Villa del Cerro, Montevideo, Uruguay, s/d)

dibuja la señal de la cruz
en la frente, con el pulgar
yo te curo todos, todos los males
se escucha la voz de  madre,
yo te curo de la picadura de escorpión
que trepó hasta tu roca y penetró tus abrojales
y supo que podías morir montón de veces
a veces gritando en la noche silente, otras en un silencio
oscuro y denso en la noche despierta.
yo te curo mi niña de tanto dolor, del desierto de sal
en que has quedado, te curo la mueca, el destierro
esa cicatriz empecinada de infarto que no mata
la neurona perdida, los recuerdos quemantes
yo te curo, mijita, de los campos de ortigas
de la espina clavada, del vidrio filoso enterrado en la sien
yo te curo muchacha de sueños masacrados
del terror al olvido, de esa telaraña gris
yo te curo mujer de tanta cosa perdida, la soledad
te curo, de su olor en la piel, de sus ojos, su lengua,
del susurro secreto, de la muerte te curo,
de la resignación

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char