domingo, 21 de septiembre de 2014

No se dice “pss, pss, pss”, sino “psciiio, psciiio”

La Historia de la Inmigración en la Argentina que escribió Fernando Devoto
traza un completo panorama sobre las corrientes que llegaron al país. El autor afirma que “entre 1881 y 1914, algo más de 4.200.000 personas arribaron a la Argentina. De entre ellos, los italianos eran alrededor de 2.000.000; los españoles, 1.400.000; los franceses, 170.000; los rusos, 140.000″.

Sirvan estos interesantes datos para presentar el Manual del Inmigrante, difundido por las compañías de inmigración en Italia, en 1902 (publicado por Diego Armus en “Manual del emigrante italiano”, 1983), que pretende aclarar cuáles eran algunas de las normas de conducta en el país que les abría sus puertas. Estos son los diez consejos:

1. Cuando una banda musical entona el himno nacional, todos los presentes se descubren la cabeza en señal de reverencia.

2. A cualquier mujer, sea una dama o una lavandera, se le dice habitualmente señora. Llamar a una donna del pueblo mujer, no suena bien ya que equivale a decir hembra.

3. Para llamar a la gente en la entrada de la casa, o cuando la puerta está abierta, no se golpea ni se grita, se baten tres veces las palmas de las manos.

4. Para llamar a un carruaje o para avisar desde lejos al conductor de un tranvía para que se pare no se dice “pss, pss, pss”, sino “psciiio, psciiio”.

5. En los cafés o en las confiterías hay siempre un lugar especial para las señoras. Son admitidos sólo los hombres que las acompañan.

6. En un café o restaurante se llama al camarero batiendo las palmas dos veces y agregando inmediatamente la llamada de “¡mozo!” que quiere decir camarero. No se golpea sobre la mesa o el vaso.

7. En la platea de teatros y cines no está permitido, ni siquiera a las mujeres, llevar el sombrero puesto ya que se impedirá a los otros ver la escena.

8. No se fuma ni en los tranvías, ni en la plataforma. El aviso “está prohibido salivar” significa vietato sputare.

9. Para pedir socorro a un policía (vigilante), que es también un guardia de ciudad (para los casos urgentes de incendio, robo, heridas, violencia, etc.), se silba con un pito de plomo que muchos acostumbran llevar en el bolsillo.

10. Por la calle no se camina fuera de la vereda: de hacerlo recibiría el calificativo de “atorrante”, que equivale a mendigo.
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Para respetar al compañero de habitación recomendaba:

“…La separación de sexos es rigurosa. Es, a la vez, una cuestión de educación y moral. Ya en los dormitorios deberán permanecer en silencio por respeto a aquellos que quieren descansar…”

“…cuando el barco parta para Canarias o en Cabo Verde para cargar carbón, la nave y los pasajeros se cubren de polvo que ensucia la ropa y obliga a cambiarla…”

“…Los niños mayores estarán con usted y, según hayan pagado un pasaje entero, medio o un cuarto tendrán una cucheta entera o parte de ésta…”

“…La escasa actividad, la aglomeración, el contacto promiscuo, el intenso calor, la escasez de agua potable buena y el hábito de lavarse poco son las causas que amenazan a la salud (…) Por pereza de ir al baño hay algunos que orinan en el suelo o hacen cosas peores…”

“…Leyendo atentamente este manual no hará las cosas con los pies sino con la cabeza…”

“…Desconfíe de quien no tenga ropas ni autoridad para acercarse, no escuche ni historias maravillosas ni casos piadosos, y sosténgase por el momento incapaz de prestar ayuda a cualquiera de ellos y muy especialmente a los que le digan …”

“…Sepa que existe un notable sistema para engañar al inmigrante que acaba de desembarcar, es el llamado 'cuento del tío'…”

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char