jueves, 2 de octubre de 2014

Tu viaje no tiene objetivo

BERTOLT BRECHT

(Alemania, 1898-1956)

Lo viejo nuevo

Un discípulo dijo a Me-ti: «Lo que enseñas no es nuevo. Lo mismo han enseñado Ka-meh y Mi-en-leh y muchísimos otros.» Me-ti respondió: «Lo enseño porque es viejo, es decir, porque podrían olvidarlo y considerarlo válido sólo para tiempos pasados. ¿No hay acaso muchísima gente para la que es totalmente nuevo?» Sólo veo manuales que contienen información sobre la filosofía y la moral de los círculos más selectos. ¿Por qué no hacen manuales sobre las comilonas y demás comodidades desconocidas de las clases bajas? ¡Como si éstas sólo ignorasen quién fue Kant! Es triste que mucha gente no haya visto las pirámides, pero más angustioso me parece que aún no haya visto un filete en salsa de champiñones. Una simple descripción de los distintos tipos de queso, clara y expresiva, o bien la evocación artística de una auténtica tortilla, tendrían sin duda un efecto formativo.
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Lai-tu -discípula de Me-ti- le anunció al maestro que emprendería un largo viaje. Me-ti dijo: ¿cómo puedes salir de viaje si los tres reinos Deh, Sueh y Noh aún no se han unido a pesar de tener un enemigo tan poderoso? Lai-tu era una chica sin influencia alguna y consideraba que la unión de esos tres reinos estaba fuera de su alcance. Cuando así se lo dijo a Me-ti, éste le replicó: la unión de los tres reinos es un objetivo remoto. Pero más remota que un objetivo remoto es la carencia de objetivo. Tu viaje no tiene objetivo.

Bertolt Brecht, Me-Ti Libro de los Cambios y Diálogos de refugiados. Alianza Editorial,1991
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Historias del señor Keuner

« El señor K. contemplaba un día una pintura que representaba ciertos objetos bastante caprichosamente.

-A algunos pintores -dijo- les ocurre lo mismo que a muchos filósofos cuando contemplan el mundo. Tanto se preocupan por la forma que se olvidan de la sustancia. En cierta ocasión, un jardinero con el que trabajaba me dió una podadora con el encargo de que recortase un arbusto de laurel. El arbusto estaba plantado en un macetón y se empleaba en las fiestas como elemento decorativo. Había que darle forma esférica. Comencé por podar las ramas más largas, por mucho que me esforzaba en darle la forma apetecida, no conseguía ni siquiera aproximarme. Una vez me excedía en los cortes por un lado; otra vez, por el lado opuesto. Cuando por fin obtuve una esfera, resultó demasiado pequeña. El jardinero me comentó decepcionado: "Muy bien, la esfera ya la veo, pero ¿dónde está el laurel?".

(...)

El señor K. no consideraba necesario vivir en un país determinado. Decía:
-En cualquier parte puedo morirme de hambre.

Pero un día en que pasaba por una ciudad ocupada por el enemigo del país en que vivía, se topó con un oficial del enemigo, que le obligó a bajar de la acera. Tras hacer lo que se le ordenaba, el señor K. se dio cuenta de que estaba furioso con aquel hombre, y no sólo con aquel hombre, sino que lo estaba mucho más con el país al que pertenecía aquel hombre, hasta el punto que deseaba que un terremoto lo borrase de las superficie de la tierra. "¿Por qué razón -se preguntó el señor K.- me convertí por un instante en un nacionalista? Porque me topé con un nacionalista. Por eso es preciso extirpar la estupidez, pues vuelve estúpidos a quienes se cruzan con ella.»
*
La pregunta sobre la existencia de Dios 
Alguien le preguntó al señor K. si Dios existía. El señor K. le dijo: "Te aconsejo que reflexiones si la respuesta a esa pregunta afectaría a tu comportamiento. Si no lo hiciera, podemos olvidarnos de la pregunta. Si lo hiciera, puedo ayudarte como mínimo diciéndote que ya has decidido: tú necesitas un Dios." 

Dos ciudades 
El señor K. prefería la ciudad B. a la ciudad A. "En la ciudad A. -decía- se me quiere; pero en la ciudad B. me tratan con amabilidad. En la ciudad A. todos procuran serme útiles; pero en la ciudad B. me necesitaban. En la ciudad A. me invitaban a la mesa; en la ciudad B. me invitaban a la cocina." 
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El elogio  
Al enterarse de que sus antiguos pupilos le elogiaban, comentó el señor K.: 
-Cuando los discípulos ya hace tiempo que olvidaron los errores de su maestro, éste aún los recuerda. 

Espera  
El señor K. estuvo esperando algo todo un día, luego una semana y por fin un mes entero. Al fin se dijo: "Podría haber esperado perfectamente un mes, pero no ese día ni esa semana". 

Preguntas convincentes  
-He observado -dijo el señor K.- que mucha gente se aleja, intimidada, de nuestra doctrina por la sencilla razón de que tenemos respuestas para todo. ¿no sería conveniente que, en interés de la propaganda, elaborásemos una lista de los problemas para los que aún no hemos encontrado solución? 

Afrenta soportable 
Alguin acusó a un colaborador del señor K. de adoptar una actitud hostil haci éste. 
-Sí, pero sólo a mis espaldas -dijo el señor K., defendiéndole. 

El reencuentro  
Un hombre que hacía mucho tiempo que no veía al señor K. le saludó con estas palabras: 
-No ha cambiado usted nada. 
-¡Oh! -exclamó el señor K., empalideciendo. 

Éxito  
Al ver pasar a una actriz, el señor K. comentó: 
-Es hermosa. 
Su acompañante dijo: 
-Ha tenido éxito últimamente gracias a su belleza. 
-Es hermosa gracias a que ha tenido éxito -replicó, irritado, el señor K. 

Cada vez que el señor K. amaba a alguien  
-¿Qué hace usted -preguntaron un día al señor K.- cuando ama a alguien? 
-Hago un bosquejo de esa persona -respondió el señor K.- y procuro que se le asemeje lo más posible. 
-¿El bosquejo? 
-No -contestó el señor K.-. La persona. 

Organización  
El señor K. dijo en cierta ocasión: 
-El que piensa no emplea una luz de más, un pedazo de pan de más, un pensamiento de más. 

Esfuerzo de los mejores  
"¿En qué trabaja?", le preguntaron al señor K. El señor K. respondió: "Estoy muy atareado. Preparo mi próximo error." 
   
Sobre la traición  
¿Deben cumplirse las promesas? 
¿Deben hacerse promesas? Donde hacen falta promesas reina el desorden. Pues debe ponerse orden: el ser humano no puede prometer nada. ¿Qué le promete el brazo a la cabeza? Que seguirá siendo brazo y no se convertirá en pie, pues cada siete años es un brazo diferente. Cuando una persona traiciona a otra, ¿ha traicionado a la misma a quien le había hecho la promesa? En cuanto la persona que recibe la promesa va cambiando y tiene siempre una relación diferente con la primera, ¿cómo se le puede cumplir una promesa que se hizo a otra persona? Quien piensa traiciona. Quien piensa no promete nada.
Sólo promete que no dejará de pensar. 

Sobre los sistemas 
"Muchos errores provienen de que se interrumpe muy poco o nada a los oradores." dijo el señor K. "Así se forma fácilmente una totalidad engañosa que, por ser completa, cosa que nadie duda, parece ser válida en todos sus elementos, aunque éstos sólo sean válidos en relación al total. 
Muchos problemas surgen y se mantienen porque, después de eliminar costumbres dañinas, se ofrecen continuamente sucedáneos a la adicción, que aún dura. El placer mismo crea la adicción. Para explicarlo con una imagen: para esa gente que necesita estar siempre sentada, porque es débil, deberíamos construir en invierno bancos de nieve que, en primavera, cuando los jóvenes se hayan fortalecido y los viejos hayan muerto, desaparezcan por sí solos y sin esfuerzo." 

La antigüedad
Al contemplar un cuadro "constructivista" del pintor Lundström que representaba unos cántaros, dijo el señor Keuner: -Un cuadro de la Antigüedad, de una época de barbarie. En aquella edad remota los hombres no sabían distinguir las cosas; ni lo redondo les parecía romo ni puntiagudo lo agudo. Los pintores tuvieron que recomponer de nuevo las cosas y mostrar a su clientela objetos distintos, unívocos y precisos, hasta tal extremo reinaba lo confuso, vago y equívoco. Era tanto su afán por encontrar un hombre insobornable en aquellos tiempos, que estaban dispuestos a vitorear al primer loco que encontraran a su paso, con tal de que no quisiera poner precio a su locura. El trabajo se repartía entre muchos, como ya puede verse en este cuadro. Los que determinaban las formas de las cosas no se preocupaban por su función. En este cántaro no se puede verter agua. Debieron existir en aquellos tiempos muchos hombres que sólo eran considerados como objetos de uso. ¡Bárbara edad la Antigüedad!
Pero el señor K. fue advertido de que aquel cuadro era, en realidad, una obra de arte contemporánea.
-Sí, sí, ya sé –dijo el señor K.-. De la Antigüedad.
De Historias del señor Keuner, traducción de Eduardo Subirats, Barral Editores, Barcelona, 1974.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char