miércoles, 5 de noviembre de 2014

Todo cambió cuando corrieron el toldo con la noche


Tomada de gacetaluminosa


LAURA WITTNER 
(Buenos Aires, Argentina, 1967)

Gestualidad del malestar difuso

El dedo toca apenas la garganta,
el inicio: es acá. ¿Qué?
Quema. Ligeramente. ¿Arde? No.
Hacia acá irradia.
Está acostumbrado al recorrido
de bajo las costillas: es acá.
¿Dolor? ¿Fuerte? Ni fuerte ni dolor
exactamente. A veces da la vuelta
así, y se conecta con acá. Éste es el punto.
Y después, claro, ya sabemos:
toda esta parte, perpetua inflamación.
Se siente como algo... así, un movimiento;
no es lindo, no. ¿Pura deixis?
Bueno. Perdón. ¿Cómo hacen todos
para no señalarse a cada rato
y explicar: me molesta acá y así?
**
Balbuceos en una misma dirección

                                       Todo es un poquito raro.
                                                                           Juan Lima

                                                       E tutto è molto strano.
                                                                 Eugenio Montale

4

Estos traspiés
entre lo que se esperaba y lo que es.
Ver un momento, solamente,
de la larga vida ajena:
sentados en la puerta de su casa
toman cerveza mientras baja el sol
y por mascota ahí nomás tienen pastando
una vaca, un caballito, un pony.
*
5

Lo falso siniestro.
Las sombras con perfil de monstruo
remodeladas ante cualquier luz,
las amenazas convertidas en picnics,
el día de pánico en vano
archivado junto a tantos otros.
*
6

Igual que la burbuja –que es perfecta
cuando surge y sabe equilibrarse
de los labios al aire y ascender
seductora, reflejando el universo
hasta que deja de disimular
su condición de frágil detergente
para, con veleidades de espejismo,
unirse al aire, dejarse tragar
por ese medio graso y agresivo,
pesado hasta la sordidez
que se había ofrecido a sostenerla–
es el impulso, la voluntad.
**


Calladita la boca
en el corazón de una ciudad:
martilleos, mazazos, piares,
medias lenguas, metales del almuerzo;
se ronca, se silba, se pone la radio
a cualquier hora y a cualquier volumen,
se le da con ganas al teclado, se llora,
se oye llover
como quien oye llorar,
se respira despacio, se oye
cómo respiran las paredes
(aun azulejadas)
así como en el campo
respiran los caballos quietos
y los árboles de tronco pétreo
y respiran, en realidad, las piedras
en una orilla y hasta hablan –
dicen una, dos palabras.
**
La fiesta

Levantaron la compuerta del baúl
y salimos arando hacia el fondo del cielo.
Carreras, equilibrios y verticales-puente
en ámbitos que se levantaban y caían
a nuestro paso, según nuestra voluntad:
galerías con arcos y columnas,
infinitos gimnasios con pisos de madera,
tinglados ásperos con reverberaciones,
y así...

Figuras finas y flexibles, fuimos, en esa tela inmensa
donde el mayor esfuerzo del pintor había estado en la luz:
llegar al tipo exacto de luz con el óleo
y de paso atrapar la blandura del aire;
el punto exacto, en óleo, de esa consistencia.

A los grandes los volvimos a ver
dos o tres veces a lo largo del día.
Por el momento no eran más que una idea
o varios pares de sombras demarcantes:
esto es centro, esto es suburbio y lo del medio es no-terreno,
sin saber que tragábamos aire casi ilegalmente
de y en cada una de esas franjas
siempre a punto de pasar a ser otros.

Todo cambió cuando corrieron el toldo con la noche.

Sin la velocidad de los espacios abiertos
nos subsumimos en zonas apretadas,
pozos a compartir con las luciérnagas.

Tanta luciérnaga en los ojos,
tanta humedad y reflejos estelares–
como el confeti o el rocío de sal,
o ese humo abrillantado de las grandes explosiones– 
funden los cinco sentidos en un sexto.
Pispeamos desde ahí a nuestros padres en sombras:
y resultó que se habían puesto a administrar
una fluida intimidad en la que cada recoveco
servía de altarcito para un símbolo.

Tierna es la noche, parece, nos dijimos.
O qué nos podemos haber dicho.

Salvo que sí, hay una subcorriente
nocturna, como en cualquier día de playa
bajo la sólida costa, por las venas iodadas
transcurre lo decapitado en general.
**
Una mirada de adiós desde el tren en marcha

Una mirada de adiós desde el tren en marcha
querría ser una mirada especial
y es como todas, este lugar que ocupamos
ahora, vacío de nosotros,
inicia el movimiento de retroceso
de replegarse en la memoria
para al mismo tiempo molestar
dando la señal de que
seguirá existiendo,
otros habitantes lo recorrerán
como a alguien que quisimos
y el paisaje se irá modificando,
el recuerdo entonces cada vez más inexacto
no por desgaste
sino porque el original va a cambiar.
Lo último que veas
será también lo primero que veas
cuando regreses
(you are leaving Las Pirquitas we are already missing you).
Por otra parte siempre hemos vivido en esta ciudad

y cuando un domingo pasamos junto a barcos varados
y puentes color óxido,
y al bajar del auto vemos que el río
es algo negro, espeso,
destilando burbujas entre manchas claras
como salivazos en expansión
(“se ha formado sobre el agua una capa anaeróbica
donde criaturas impensables
se desarrollan y existen sin oxígeno”)
entonces no hay pena por el lugar lejano
ni gestos significativos en la última mirada
sería inútil si no hay límites
para entrar o salir.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char