sábado, 29 de agosto de 2015

El corazón encuentra en su desgracia su propio consuelo

Janet Frame 
Janet Paterson Marco Clutha- 
(Dunedin, Nueva Zelanda, 1924-2004)

“Encontré mi primer lugar cuando tenía tres años. Es un recuerdo tan profundo en mi memoria que siempre y nunca cambia. Me fui sola al camino polvoriento.”

“He aprendido a vivir en contacto con el Tiempo, a que los momentos encajen en costuras limpias, no desiguales; a evitar los momentos deshilachados. Es un arte, es decir, una necesidad; ¿no os parece? Incluso para aquellos que no son un pájaro migratorio como yo…./La restricción de los placeres y los peligros de solaparse una misma, oscureciendo cada momento señalado, ha sido reemplazada por el paisaje perfecto, más allá del Tiempo, que obtiene una cuando es quien confecciona a medida sus momentos y necesidades para que encajen”.

Hacia otro verano. Seix Barral Biblioteca Formentor, 2009
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[...] Y las palabras de Londres me fascinaban, los montones de periódicos y revistas, las hojas de propaganda en los escaparates de los estancos y tiendas de periódicos, los nombres de los autobuses,  letreros de las calles, los letreros luminosos de propaganda, los menús escritos con tiza  sobre una pizarra en la puerta de las humildes cafeterías del servicio de transporte, bistec gigante y dos verduras, pastel de carne y patatas, los carteles de la estación de metro y las inscripciones de los lavabos públicos y de los túneles de las carreteras, la infinidad de librerías y bibliotecas. Jamás había tenido tantas oportunidades de leer en público [...]
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Todos los escritores – todos los seres – son exiliados de hecho. La certidumbre sobre vivir es que se trata de una sucesión de expulsiones de lo que sea que arrastre la fuerza de la vida… Todos los escritores son exiliados donde quiera que vivan y su trabajo es un viaje de toda la vida hacia la tierra perdida…
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“Ellos piensan que voy a ser maestra, pero voy a ser poeta.
En cuota de miedo, cada electro equivale a una ejecución.
Comprendí que era soñadora porque la realidad aparecía tan sórdida y baldía”.
 *
Un escritor debe pararse en la roca de su ser y su juicio o ser arrastrado por las olas o hundirse en la tierra suelta: debe haber un lugar inviolable donde sus elecciones y decisiones, así sean imperfectas, sean las del propio escritor, donde esa decisión sea tan individual y solitaria como el nacimiento o la muerte.

 De Un ángel en mi mesa (1984)
***
AMIGOS QUE MUEREN LEJOS...

Amigos que mueren lejos
Amigos siempre medidos en bloques de distancia
Y entre medio el cemento del amor
Poroso a las lágrimas y las gotas que salpica el mar
¡Qué enorme el océano Pacífico!
Qué pesada distancia sin milagros para ser caminada,
Un sueño que se hunde lento, una memoria submarina.
Sue, intocada ahora por la tormenta
Es fácil alcanzarte
Un momento angelical más allá,
Anfitriona de recuerdos con tu largo vestido verde, tus
pequeñas zapatillas azules
Encima del sofá blanco
En el cuarto que conocí una vez –las altas plantas detrás
tuyo– recuerdo que las regué y descubrí que algunas
eran falsas
Y me encogí de hombros, pensando que así es la vida.

Alimentar la falsedad, lo artificial, pero no,
sólo alimentabas la verdad
Con una mirada glacial podaste cada fingimiento
que crecía
Contigo estábamos en casa.
Sabíamos, como dice la gente, dónde estábamos.
Tu amado John de la piel real y ojos
sin copia te deseaba
Con verdadero deseo.

Bueno, vas a llegar en un rato más.
Estarás perpleja, pero sabia, como siempre.
Tal vez nos tomemos una sopa de wantán
Te lo prometo. Ningún plato puede hacerte mal ahora.
*
FRIENDS FAR AWAY DIE…

Friends far away die
Friends measured always in blocks of distance
Cement of love between
Porous to tears and ocean spray
How vast the Pacific!
How heavy the unmiracled distance to walk upon,
A slowly sinking dream, a memory undersea.
Untouched now, Sue, by storm
Easy to reach
An angel-moment away,
Hostess of memories in your long green gown, your
small blue
Slippers lying on the white sofa
In the room I once knew — the tall plants behind
you — I remember I watered them and found some
were fake
And I shrugged, thinking it’s part of life

To feed the falseness, the artificial, but no,
you fed only truth
You cut down every growing pretence with one cool
glance.
We were at home with you.
We knew, as people say, where we stood.
Your beloved John of the real skin and uncopied
eyes was anxious for you
In true anxiety.

Well, you will visit me in moments.
You will be perplexed yet wise, as usual.
Perhaps we will drink won ton soup
I promise you. No food will hurt you now.
**
Lluvia sobre el tejado

Mi sobrino, que dormía en la habitación del sótano,
ha puesto una laminilla de hierro afuera de su ventana
para recuperar el sonido de la lluvia que caía
sobre el tejado.

No se lo digo, pero el corazón encuentra en su desgracia
su propio consuelo.
Una hoja de hierro repara un tejado solamente.
Indemne, hasta ahora, de las heridas que la mudanza
y la diferencia nunca muestran,
mi sobrino puede reparar todavía los daños
para volver a traer el amoroso sonido de aquella lluvia
que conoció en la infancia.

Ni digo —en las pérdidas de la vida una laminilla
de hierro es una carga— que un día encontrará dentro de sí,
bajo una plena oscuridad y silencio,
el hierro que sostendrá no solamente el sonido
perdido de la lluvia, sino también el sol,
el rumor de los muertos
y todo aquello que jamás volverá.

De Lluvia sobre el tejado. Hacia otro verano. Seix-Barral. Barcelona 2008.
Traducción de Giselle Rodríguez Cid
***
Janet Frame, al margen del alfabeto
Por Luisa Futoransky

En los años cincuenta creían que normalizaban a los perturbados mentales imponiéndoles electrochoques. A Janet Frame le practicaron unos 200. Fueron efectuados por profesionales encarnizados, aplicados o indiferentes. Y ni con ésas impidieron que menguara su pasión por la escritura.
La leyenda de su vida se alimenta de literatura. En 1952 está en la lista de operaciones inminentes del hospital Seacliff de Otago, Nueva Zelanda.
Diagnóstico (erróneo, sabremos más tarde): esquizofrenia. La cura propuesta es una lobotomía para facilitarle “la normalidad”.
Pero cuando nadie lo esperaba interviene el hada madrina de la literatura. Conceden a Lagoon (La laguna y otras historias), su primer libro, el premio más prestigioso del país.
Que el cirujano Blake Palmer y la burocracia del hospital de Otago leyeran ese día en los periódicos la concesión del Hubert Church Memorial Prize a la internada Janet Frame es obra de prodigio.
Para ubicarla en el espacio y el tiempo: nació un 28 de agosto de 1924 en Duneddin y se fue el 29 de enero de 2004.
Un ángel en mi mesa (1990), la película de Jane Campion basada en los tres volúmenes de su autobiografía, fue premio especial del jurado del Festival de Venecia y la propulsó a la admiración internacional. A ella le arrancó el siguiente comentario: “Hasta la película de Jane Campion me conocían como la escritora loca. Ahora, como la escritora loca y gorda”. Su especialidad fue desmenuzarlo todo, sin ahorrarse una sola espina. Así, nunca dejó de pensar en su amiga Nola y en todas a las que ningún premio salvó de la lobotomía y siguieron convertidas, para siempre, en dóciles y silenciosas zombis. Frame es la escritora más aguda y brillante que se aventuró a explorar la locura y lo hizo desde dentro. En sus palabras, se definió como “la sin domicilio fijo del yo”.
En Faces on the Water (Rostros en el agua) comprueba que ni la locura definitiva ni la muerte llegan cuando se las busca ni convoca. Frame instala su voz en otro mundo, el de los vencidos, en el revés mismo de la trama, detrás de las rejas, los sedantes, las camisolas de fuerza: su testimonio es el de los cuerpos, el del pensamiento encerrado en la prisión que es el loquero.
Los enfermos se dividen, aprenderá a sus expensas, en buenos enfermos, tocados y refractarios, que son los que, como ella, no dejan de pensar.
A estos últimos les tienden el electro, una trampa que se cierra “sobre las tinieblas del abismo”.
La familia Frame estuvo compuesta por cinco hijos. Un varón y cuatro mujeres.
El padre, obrero ferroviario; la madre, mucama, estuvo durante un tiempo al servicio de la familia de la escritora Katherine Mansfield.
La vida de los Frame quedó estigmatizada para siempre por varias tragedias: dos hijas, con diez años de diferencia, murieron ahogadas. El hermano fue epiléptico.
En su infancia se la rechaza por su físico ingrato, de joven la atormentan por su excesiva timidez. Un profesor de quien se enamora la convence, tras un torpe intento de suicidio, de que ingrese en el manicomio. Así lo hizo, pasando prácticamente ocho años internada en instituciones neuropsiquiátricas.
Esquizofrenia. Nunca se movieron del diagnóstico primero. Fueron agregando periódicamente sellos que corroboraban, tenaces, el error.
Describe: “Las seis semanas que pasé en el hospital Seacliff en un mundo que nunca hubiera pensado que pudiera existir fueron para mí un curso condensado de los horrores de la locura.
Desde mis primeros momentos allí, supe que no podría volver a mi vida normal ni olvidar lo que vi. Muchos pacientes confinados en otros pabellones no tenían nombre, sólo apodo; sin pasado, sin futuro, sólo un Ahora encarcelado; una eterna tierra del presente, sin horizontes que la acompañen… En cuota de miedo, cada electro equivale a una ejecución”.
Segunda destacada intervención del hada madrina de los escribidores: al término de su pesadilla hospitalaria, Janet conoce a Frank Sargeson, mentor de la nueva camada de escritores neozelandeses. Es él quien alimenta su voracidad por la lectura y la persuade de que debe escribir a tiempo completo.
Para ello la instala en una cabaña dentro de su propiedad de Takapuna, al norte de Auckland. Al año terminó su primera novela, Owls do cry (Los búhos lloran).
Sargeson también la ayudó a reunir el dinero suficiente para viajar a Europa.
Londres, París, Barcelona, Ibiza, y de vuelta a Londres, donde no puede obtener trabajo debido a sus antecedentes mentales. De nuevo los estigmas, de nuevo pide voluntariamente que la internen, esta vez en el hospital de Maudsley. El hada se presenta por tercera vez a su puerta bajo la forma del médico Alan Miller, quien cuestiona el diagnóstico inicial afirmando que nunca padeció esquizofrenia. La insta a seguir un tratamiento psicoanalítico y a exorcizar toda su travesía vertiendo la experiencia en palabras.
Como lo exige la fuerza mágica del número, tras siete novelas volvió a su país siete años después. Como debe ser.
A partir de entonces se sucedieron premios, becas, residencias de escritores, condecoraciones, viajes y doctorados honoris causa, pero también controversias sobre su obra y su persona. Y periódicas candidaturas para el premio Nobel que nunca llegó.
“Al margen del alfabeto todas las serpentinas se rompen. Es difícil vivir aquí”, escribió.

De LUCHADORAS OBCECADAS. Estrellas para una constelación personal. Luisa Futoransky

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char