ROBERTO MALATESTA
(Santa Fe, Argentina, 1961)
DE ARCHIVO
Por encima de los techos
(Copy del autor)
El día 29 de abril del 2003, la ciudad de Santa Fe, Argentina, ubicada unos 500 kilómetros al N.O. de Buenos Aires, se vio sorprendida por el desborde del río Salado.
A causa de la imprevisión, el río ingresó por una brecha no cerrada en las defensas de esta ciudad rodeada de ríos. El efecto, al no encontrar salida el agua, produjo un verdadero embalse.
Algunos barrios quedaron sepultados bajo cuatro metros de agua, y alrededor de 110.000 santafesinos (la ciudad cuenta con unos 450.000 habitantes) fueron evacuados. Las cifras oficiales hablan de 23 muertos, cifras muy dudosas por cierto.
En algunos barrios, las aguas tardaron dos semanas en retirarse. Las pérdidas fueron cuantiosas y, en algunos hogares, lo perdieron todo. Muchos de sus habitantes, por temor a los saqueos, permanecieron en los techos de su propia casa negándose a ser trasladados a los improvisados centros de evacuación.
Estos poemas fueron escritos entre el 30 de abril y el 24 de mayo. Se convirtieron en un libro por la necesidad de dar por cerrado un tema que me perseguía hasta en los sueños.
Roberto Daniel Malatesta
***
Palabras del autor
Este es un libro surgido de la necesidad, ni preciosuras ni autoayuda.
Este es un libro desprolijo, no hay cronologías, todo el hecho es uno.
Este es un libro que tenía que escribir para acabar con el tema.
Y por sobre todo es un libro que debía buscar al lector puesto que no podía permanecer solo sin perder su sentido.
Y es un libro, también, para decir: Gracias.
**
Y EL RÍO CRECE
Advierto que no tengo tinta ni papel
y el río crece. Para mí y para mi perro
lo único seguro es el techo de la casa.
Quiero gritar, pero mi grito es tinta
y no tengo papel donde derramarlo.
Miro el cielo: Llovizna. Detrás de la llovizna
veo la cara húmeda de Dios.
Brilla su oscuridad, su penumbra luminosa.
Me digo: —aún tengo Dios— y me doy bríos.
Descubro que después del papel,
aunque mucho más alto, está Dios,
y sinceramente agradezco.
Dije una plegaria que no recuerdo.
La hubiera escrito, no importa,
todos los hombres la saben,
llegado el momento.
**
DESDE LA ESQUINA SECA
Le pregunté si bajaba el río.
Sí, me contestó uno, mi casa
es aquélla, una más allá de la esquina,
hoy se ve un poco más que ayer.
Yo me quedé mirando la casa,
rosada, más rosada aún
bajo el sol del atardecer.
Una casa bajo el río no es una casa,
pero aquel hombre de fe dijo firmemente:
sí, baja, es mi casa.
**
A VECES DECÍS
A veces decís:
¿parece mentira, no?
O bien: como si hubiese sido un sueño.
Pero lo decís nomás,
no lo creés.
Esta vez no,
esta vez todos
nos dijimos lo mismo.
Y era verdad la mentira,
y el sueño había salido de su cauce
y estaba ahí,
entre nosotros,
y seguías sin creerlo.
**
VER
Desde la ventana del primer piso de mi vecino
veíamos aparecer marcas, señales, en la vereda de enfrente.
Una nueva hilera de ladrillos, asomar un tapial,
la puertezuela del medidor de luz y de ella
el tornillo donde la pinza abre, más abajo
la aparición del cristal, luego, su final
y así todos esos elementos que durante años
estuvieron a nuestra disposición, y no vimos,
ahora sobredimensionados por su efecto esplendoroso:
el río comenzaba a bajar, el río se retiraba de la ciudad.
Al final de aquel día mi vecino dijo: mirá,
la ranura para las cartas de aquella puerta
está a la altura del picaporte de aquel portón.
Cuánto significado encontrábamos en estas cosas,
¡Y eso era mirar!
Todo un día y la mitad de otro estuvimos Viendo.
Los vecinos de enfrente, tres familias en una casa de alto,
hacían lo mismo con nuestra vereda
e intercambiábamos saludos y bromas increíbles, y más, risas.
Quién sabe quién sufriría aquel día, en aquel mismo instante
por una mancha de humedad o por la copa
que se derrama sobre el mantel.
**
SÚPLICA
En la antigüedad se lo confundía con Dios,
hoy, y a pesar de que la confusión no es poca,
sin incurrir en error, junto a otra gracia,
pedí el antiguo falso dios, a Él, el verdadero:
imploré: paciencia y sol.
**
EPIGRAMA
Nuestro mejor gobierno es el sol.
**
VISITAS
Las aguas del Salado visitaron mi barrio,
fue una lengua enorme, sedimentosa, oscura,
no se parecía al río manso de mi infancia,
más bien era el mismo demonio
que estiraba su lengua sobre nosotros.
Todos los vecinos subieron a los techos,
y yo juro, y mi perro jura,
vimos a Dante y Virgilio
pasar en bote por mi calle
rumbo al purgatorio.
**
QUÉ DÍA ES HOY
—¿Qué día es hoy? —me pregunta uno en la calle.
—Domingo —le contesto.
—¡Domingo! —responde.
—¿Viste?, ¡estás sacado!,
le dice otro que lo acompañaba.
Ambos, junto a un auto chocado,
una piragua atada al techo.
A pocas cuadras
el territorio sin fechas,
sin calendarios.
**
DINASTÍAS BAJO AGUA
Tengo junto al horno
a los poetas chinos de la dinastía T’ang.
Secan sus páginas junto al calor mientras
numerosas son las dinastías
que esperan su turno,
y vastas también
aquellas que han perdido totalmente su esperanza
bajo el agua enlodada.
Li Po, se decía de él, escribía poemas
que con tinta fresca aún
arrojaba al río.
Alguien, ¿Tal vez Li Po desde su luna?
arrojó un río sobre mi casa,
sobre mis libros y papeles,
para enseñarme tal vez
el valor perecedero
de todo papel.
Y todavía se ríe.
**
SAQUEOS
A la noche se oyen los disparos,
disparos y sus respuestas, ráfagas
de fuego sonoro, secas, cortantes.
El malviviente utiliza la noche,
pero de día, sin fuego y sin vergüenzas,
el atorrante vende azúcar a cinco pesos.
**
EL MUDO NUNCA HABLÓ TAN CLARO
Al regreso al barrio
en su lenguaje gutural
decía sin parar:
agua-agua-agua.
Enmudecían los vecinos.
**
LA PRIMERA ROPA SECA
La primera ropa seca
vino de lejos,
no huele a humedad,
huele a calor
hermano.
**
MI HIJO JUGÓ EN EL TRONCO CAÍDO
Mi hijo jugó en el tronco caído
del árbol que cruzaba la calle
y conquistó nuevos amigos.
Pateando basura en las veredas
ya planifica juegos
para la próxima inundación.
Su inocencia es un afilado estilete
contra nuestra incredulidad.
**
PAISAJE SURREALISTA
Los calendarios mojados
se parecían a los relojes derretidos
de Dalí.
**
TODO QUEDA CERCA
Todo queda cerca de un centro de evacuados.
Donde vayas habrá uno
a pocas cuadras, a escasos metros.
Una ciudad dentro de la ciudad.
Santa Fe se replegó
como una tortuga dentro de la caparazón,
y ya no queda a la vista
ni pies ni cabeza.
**
MARTES TRECE
Y sí, hoy es martes trece, total
que más puede pasarnos.
Santa Fe venció a los augures.
No hay fecha fatídica que supere
el sino de la vara del hidrómetro,
o a la mirada extraviada de una mujer,
hoy, sentada en la vereda
de una calle céntrica.
**
CAVERNA SUBMARINA
Era una particular caverna submarina.
Yo avanzaba y el ruido del agua era algo nunca oído.
Yo que me eché a oír
el agua de los ríos de llanura
y de los ríos de montaña,
a esta agua no la reconocía.
Esta que mis pies movían dentro de la casa
sonaba como de otro mundo,
como proveniente de otra realidad.
Y era una suerte que ya hubiese bajado, mucho.
Esperé todo un día luego de que comenzó a descender,
seguí los consejos de mi vecino: “con el agua en las rodillas sí,
con el agua al culo no”, por lo demás, había que conservar la ropa,
lo más seca posible, y, al fin,
bajé a constatar la presencia del intruso: el río en mi casa,
pero a él, más antiguo que yo, más viejo que una ciudad
de más de quinientos años, todo le era indiferente.
Ahora yo visitaba esa extraña caverna poblada de objetos flotantes
y moles de madera que amenazaban caerse.
Yo era un hombre de cientos de miles de años de antigüedad.
El progreso, ciertamente, nos había llevado muy lejos,
había tomado una gran curva,
se había enrollado
como la serpiente que se muerde la cola.
Yo avanzaba en medio de la confusión,
pero de todo aquel extrañamiento
el ruido del agua que desplazaban mis pies,
un ruido que nunca había oído
era la nota mayor,
el ruido, un ruido que dudo
jamás pueda olvidar.
**
HELICÓPTEROS
Antes, en las tranquilas siestas de mi infancia,
echado en la hierba contemplaba los alguaciles.
Ahora pasan los helicópteros, uno tras otro,
como si fuesen gigantes alguaciles,
no sé qué se verá desde allá arriba que importe tanto.
Cosas, tal vez, que nosotros, los de abajo,
nunca lograremos comprender.
Lo cierto es que mi hijo
ya se ha ido acostumbrando, tanto
que pronto los maldecirá, como yo.
**
COSAS INÚTILES
—Cuántas cosas inútiles teníamos —le dice la vecina a mi esposa,
y las casas iban quedando vacías,
y el vacío mismo era un sentido, y,
aún en medio del desasosiego,
¡se parecía a la esperanza!
**
SIGLOS ATRÁS
Como siglos atrás a la luz de una vela,
mientras se repliega el río y nuevas lluvias se anuncian,
yo escribo.
Escribo y me detengo: observo
la llama vacilante: así somos, así vivimos.
Si un viento sopla
todo parece zozobrar.
Si un viento sopla
buscamos un sitio alto.
Nadie sabe cuánto ha de durar esta incertidumbre.
Hay quienes se placen en hablar de reconstrucción
otros de refundación
pero yo lo único que veo es la luz vacilante.
La luz vacilante de una vela.
y me veo, y los veo.
Eso soy, eso somos
en este río llegado de otra realidad.
**
SALUDO
A lo lejos mis hijos saludan,
desde el sitio seco, más allá de mitad de la cuadra.
Ellos me saludan y yo a ellos,
intercambiamos besos y sonrisas.
Se irán con su madre y yo me quedaré
a la luz de la vela rememorando
sus manos tocadas por el sol.
**
PERRO EN EL TECHO
No entiende nada,
apenas sabe cómo fue a parar allí.
Mira hacia abajo, ve agua, tiene hambre.
Por la noche ladra y casi no duerme.
Miles de amos que alzaron a sus perros
miran hacia abajo, ven agua, tienen hambre,
apenas saben cómo fueron a parar allí.
Suerte de perro.
**
LUEGO DE QUE EL RÍO
Luego de que el río desbordó mi aldea
y el mundo se enterara
cuán grande es mi aldea y ancho el río,
fueron dos, tres, cuatro semanas
en las que mi poesía versó sobre tan trágico hecho.
Ahora, un poco más tranquilo,
no quiero para mí
ni para mi poesía
grandes temas.
Volveré a escribir sobre el sol
posado sobre alguna mínima flor, que,
ciertamente, habré de buscar
fuera de casa, puesto,
y ya ven qué difícil se me hace
y qué trágica reincidencia,
el río entró en mi patio
y no dejó ninguna.
**
POR ENCIMA DE LOS TECHOS
Detrás de la vía el río subió más allá de los techos.
Ahora, veíamos cómo se había llevado al barrio, a su alma.
Pilas enormes de basura bloqueando las calles,
y caminando por allí alguien
que con fruición pasa la escoba a un mueble.
Yo no sé si de allí nacerá algo nuevo,
desde el ruido de la escoba, desde el músculo que se tensa.
Pero al hombre no parece importarle otra cosa que el efecto
de la escoba sobre la maltratada madera.
Ese hombre que cree en la escoba
y cree en su viejo mueble
y sopla su trabajo como un dios sobre el barro.
**
ES DIFÍCIL ABSTRAERSE DEL TEMA
Es difícil abstraerse del tema,
ya casi lo estoy odiando.
Ahora las máquinas limpian
el último cúmulo de basura en la calle:
muebles destrozados, colchones irrecuperables,
papeles embarrados que una vez fueron libros,
restos no identificables que a un hogar
sirvieron de útil sustento.
Ahora la calle se limpia pero
no tardará en salir otro vecino y echará
otra torre de basura húmeda y podrida a la calle.
Nadie sabe cuándo terminará esto,
al menos las casas
recuperan cierto vacío donde las mentes
buscan salud: desnudez después del desastre.
Esta gente sabe, conoce por años lo que es vivir
en lo inestable, en lo inseguro,
y persisten,
limpian la casa y vuelven,
se adelantan a todo vaticinio, a la tristeza misma
y resuelven vivir.
Yo no sé cuándo abandonaré este tema,
será hasta que ya no quede basura por expulsar,
y un silencio blanco y saludable me devuelva al sol
de una apacible tarde.
**
BARRILETE
Mínimo recurso de papel y caña
y el sustento del viento en la complicidad del sol.
Lo veo alzarse: bandera de armisticio,
alto sobre el barrio bajo,
no veo quién lo remonta,
no veo desde acá quiénes
miran al azul,
quiénes siguen su dibujo de un solo color.
Color amarillo que escapó al río.
No veo quiénes miran ese juguete del viento,
pero los sé, a ellos, a nosotros,
a todos los sé juguetes del destino,
aunque ahora, no menos cierto,
en este momento,
mirando alto
muy alto,
un barrilete junto al sol,
aunque sólo sea en el viento,
somos uno,
y somos sin quebranto.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
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