viernes, 21 de agosto de 2015

Qué corazón dormido bajo el agua

EMMA VILLAZÓN
(Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, 1983-2015)






ESE VICIO CON PLUMAS

Se parten las paredes.
Podrían derrumbarse y levantarse otras,
pero lo que se hará será maquillar las rajaduras,
curarlas con la capa de un largo vigor.
Alrededor de las hendiduras, la pintura calcárea
se descama y revolotean manchas oscuras dispersas.
Probablemente estuvieron ahí formándose desde siempre.
¿Por qué se las verá tan nítidamente hoy?
¿Cuántas estaciones habrán lamido el cielo
de abajo hacia arriba para que se transparente esta visión?
Cuántas. Pasan como la acelerada secuencia de una película.
Lo raro es ese vicio calmo con plumas
de seguir aguardando un largo vigor afuera.
¿O será esto un misterio de barca que no deja su agua?
**
Prótesis

Me alimento por mi cuenta,
abro enlatados con una mano: ¡voilà!
y limpio el piso dando saltitos en un pie.
Cualquiera diría que soy un héroe de la pantalla chica,
hijo de una voluntad hercúlea en tiempos de acero.
Pero soy un artista, dibujo con destreza ángeles arcabuceros,
les doy volumen y espíritu sin más ayudante
que una muñeca, bailarina equilibrada.
Nadie se atrevería a descoser la suficiencia
que completa mi mirada de luna voluble,
y observaría el brazo que me cuelga como florero del terror
o nota desencajada.
Fue fácil aprender a saludar de nuevo
— pasarme a la izquierda — la gente desviaba
mi lado negro, mi lado enano, mi lado
monkosh, mi caminar no natural. Los ojos
se saltaban la pérdida, el impedimento,
y yo me fui con ellos: conseguí un cómodo velo
para ocultar mi dificultad, un manto brillante
importado, suizo, y me uniformé al amor.
Con él puedo hablar, es en realidad
mi lengua adoptiva: un instrumento salvador.
Los dedos tiesos no tienen rechazo en las chicas,
con ellos cuento billetes y toco hendiduras
profundas, fronteras apasionantes
de pétalos nocturnos.
Aunque mi voz, mi voz,
no deja de ser un simulacro.
**
Ciudad

América es un sueño permisible,
Siempre que recuerdes que las hormigas
Tienen Américas y los Rusos
Como los Posesos tienen Américas
Jack Kerouac

Qué ajeno sueño
vivir en la pacífica ciudad,
madre tierra de cálidos hombres
donde se ocultan las maquinarias de violencia
y apenas tiemblan los labios de los mudos;
parece que bajo unas olas la gente se duerme se duerme
mientras los amigos rojos de vino vislumbran un camino
–mi rostro no me pertenece, me digo, no tengo futuro–

En la fiesta
            juega mi voz con la de unos pocos románticos perros,
mientras sueñan las caras de los niños teñidas de progreso;
bajo su almohada veo alzarse sus autistas fantasías,
sus solitarias e incestuosas sonrisitas

Qué pudo enseñarles una maestra morena
si ellos adoran lo blanco, una tele, una cama,
un mundo sin luna, sin noche, sin padres, sin nada;

qué biblia de locura debió enseñarles,
qué palabras como dardos,
qué corazón dormido bajo el agua.
**
Líneas sobre la tierra

Lo que no estaba, lo que desconocían los mercaderes,
los jinetes, un asomo de sol instintivo. Desde su médano, pedía crédito
el día. Nadie sabía adónde habían volado las parteras (solo el aire las oía,
atrapadas entre musgo y barro), mientras los perros
cometían el letargo. Era el tiempo de la caravana crecida,
con su traqueteo de bienes descalzos y dientes límpidos,
desde donde todas las páginas decían empezaban. Como si
las ramas del deseo tuvieran raíces fijas, contables.
Nudo: Los mercaderes creen en el origen, en la perpetuidad
de la economía familiar, confían en que traspasan
horizontes sobre caballos coherentes.
Nudo II: Los mercaderes creen en ellos mismos,
lo que es lo mismo que decir en el mercado pero como principio infinito.




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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char