DANIELA CAMOZZI
(Haedo, Provincia de Buenos Aires, 1969)
El hueco de los regalos
Salimos con Vale
en fila india
por el camino que va
desde la parte de atrás
de la casa
hasta el gallinero
en el fondo del campo.
Un piecito delante del otro
para esquivar los canteros
delineados con piedras
redondas y lisas.
Vamos atentas
a que las ramas
de lija de la higuera
no nos rocen
y a no despegar
ni un cachito
el revoque del muro
que igual después
se caerá solo.
Mamá
cuando era chiquita
en otro diciembre
hacía ese recorrido
sin temor a que nada
se cayese
para disfrazar la higuera
de árbol navideño
con enormes duraznos
envueltos en celofán.
Los duraznos
emitían una luz
que de tan ámbar
suavizaba cada cosa.
Tan brillante era
esa luz
que cegaba
el hueco de los regalos.
**
Bendición de la tierra
Coma este durazno, m’hijita,
qué es eso
de andar siempre revoloteando
y buscando caramelos
en mis bolsillos.
O no sabe usté
que la fruta es un regalo
una bendición de la tierra,
la mejor golosina.
Pero abuela, ahora no, así no,
que se chorrea todo el jugo,
se van a ensuciar
las flores de este vestido
que me bordó mamá.
Que después ella dice
que le hago unos manchones
imposibles de quitar.
Abuela, usté se ríe
poniendo los ojos como dos rayitas
inclinadas para abajo,
se agarra la panza de la risa.
¿No sabe cómo es
su hija cuando algo
no es como debiera?
Mi única defensa será
quedarme quieta
muda y en cuclillas,
repitiendo en mi cabeza
que no quiero,
no debo mancharme.
Está bien, abuela, siga
torciéndose de la tentación
que el delantal se le da vuelta
y cae para mí una lluvia
un plac pluc de caramelos
contra los baldosones
cuadriculados, brillosos,
impecables del patio.
Usté se ríe
pero la exigida soy yo
**
Turquesa, oro, salmón
El viaje a Mones Cazón
por la ruta cinco
era tan aburrido
todo igual de plano
y de vacío hasta llegar
a Pehuajó
justo doblando
la curva del acceso.
Hasta entonces
solo una estación de YPF
idéntica a la anterior
en la entrada de cada pueblo.
Papá nos hacía jugar
al veo veo.
Mamá con la mirada
fija en la ruta,
decía no tengo ganas.
Pero cada tanto jugaba igual
y algún color raro
se le ocurría: turquesa,
oro, salmón.
Yo nunca encontraba nada
entre los grises de la ruta
y el tapizado sin gracia del auto.
Nos entreteníamos así,
buscando
lo que no estaba
en ningún lado.
De Mones Cazón, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2015.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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