sábado, 3 de octubre de 2015

La ausencia de la imaginación tenía también que ser imaginada

WALLACE STEVENS

(Reading, Pennsylvania, EE.UU., 1879-Hartford, Connecticut, EE.UU, 1955)


EL SENTIDO CLARO DE LAS COSAS

Tras la caída de las hojas, volvemos
a un sentido claro de las cosas. Es como si
hubiéramos llegado a un fin de la imaginación,
inanimado en un savoir inerte.

Se hace difícil elegir adjetivo
para este simple frío, esta tristeza sin motivo.
Se ha convertido la gran estructura en una casa menor.
Ningún turbante pasa por los suelos disminuidos.

Nunca al invernadero le había hecho falta tanta pintura.
La chimenea tiene cincuenta años y se inclina hacia un lado.
Ha fracasado un esfuerzo fantástico, una repetición
en una repetitividad de hombres y moscas.

Sin embargo, la ausencia de la imaginación tenía
también que ser imaginada. La gran laguna,
la claridad de su sentido, sin reflejos, hojas,
barro, agua como cristal sucio, expresando silencio

de algún tipo, silencio de una rata que se ha asomado a ver,
la gran laguna y el desperdicio de sus lirios, todo esto
tenía que ser imaginado como un saber inevitable,
requerido, como requiere una necesidad.

Traducción: Daniel Aguirre.
De La roca, Lumen, Barcelona, 2008

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char