La firmeza de la soledad en los
manubrios
No necesito los anchos campos para oír la soledad poblada –
oír o ver, oler o palpar, un sentido debe dar cuenta de esto.
Estás parada ahí,
tras un sillón, en un estrecho espacio, de espaldas a una ventana
de vidrios esmerilados–
no puedo evitar un escalofrío a lo Poe, pero recuerdo,
y el recuerdo hace tu sombra más amable.
La diafanidad de los campos y los espectros tienen un raro vínculo.
Sustancial es esta ancha soledad en las motocicletas estacionadas sobre
la vereda.
Tarde de diciembre, 2013. Buenos Aires.
Sustancial en el agobio que siente hasta el sol estrellado
contra un cielo de celeste ardiente.
El desierto de gentes recorrido, de beduinos, de motociclistas sin
raíces,
pero cuyas raíces portan el lejano partir de una embarcación
cualquiera,
una chalupa guerrera, un
barco al pairo, un petrolero.
Raíces imantadas de desierto y de soledad y de palabras
que se recuerdan, que mitigan, que ahondan a la vez, el fantasma.
Nadie escribe en estas paredes Viva mi madre. Nadie escribe la verdad.
El Cairo, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2015
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