viernes, 9 de octubre de 2015

No necesito los anchos campos para oír la soledad poblada

JORGE AULICINO
Tomada de clarin.com

(Buenos Aires, Argentina, 1949)










La firmeza de la soledad en los manubrios

No necesito los anchos campos para oír la soledad poblada –
oír o ver, oler o palpar, un sentido debe dar cuenta de esto.
Estás parada ahí,
tras un sillón, en un estrecho espacio, de espaldas a una ventana
de vidrios esmerilados–
no puedo evitar un escalofrío a lo Poe, pero recuerdo,
y el recuerdo hace tu sombra más amable.
La diafanidad de los campos y los espectros tienen un raro vínculo.

Sustancial es esta ancha soledad en las motocicletas estacionadas sobre la vereda.
Tarde de diciembre, 2013. Buenos Aires.
Sustancial en el agobio que siente hasta el sol estrellado
contra un cielo de celeste ardiente.

El desierto de gentes recorrido, de beduinos, de motociclistas sin raíces,
pero cuyas raíces portan el lejano partir de una embarcación cualquiera,
una chalupa guerrera, un barco al pairo, un petrolero.
Raíces imantadas de desierto y de soledad y de palabras
que se recuerdan, que mitigan, que ahondan a la vez, el fantasma.

Nadie escribe en estas paredes Viva mi madre. Nadie escribe la verdad.



El Cairo, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2015

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char