viernes, 16 de octubre de 2015

Otro día, otra noche, otra hora

Alfred Edward Housman

(Fockbury, Worcestershire, Inglaterra, 1859-Cambridge, id., 1936)

Yaciendo en tu lecho de medianoche,
Escucha debajo de la puerta
a los jóvenes que agotan su luz en suspiros;
llegará el día en que la penumbra los arrebate,
y en la oscuridad ya haya suspiros;
Como la noche que alivia la pena del amante,
Cúbreme con su piedad, ya que no hay mañana para mí.

En la Tierra a la que viajo
un lejano refugio me aguarda.
Su delicada cama está hecha de grava,
y en aquel gentil lecho yaceré;
con el pecho sofocado de cizañas,
descansando sobre otros,
cuya esencia era la luz,
y su destino es el polvo.
**
La Parte Inmortal

Cuando me encuentro con la aurora,
O acostado espero la noche para soñar,
He oído dentro a mis huesos balbucear:
Otro día, otra noche, otra hora.

Cuando estos sentidos se deshagan
Estos pensamientos de polvo descansarán,
El hombre de carne y espíritu morirá,
Y el hombre de los huesos persistirá.

Esta lengua que habla, estos pulmones que gritan,
Esta vitalidad que nos apresura y desea,
Este cerebro que llena el cráneo con ideas,
Silbando tranquilo en su colmena de sueños,

Estos hoy que tan orgullosos poseemos,
Pequeños señores de un ínfimo ahora:
Los huesos inmortales tomarán el control
De la carne muerta y la muerta hora.

Hasta que la víspera y el ocaso se hayan ido:
Lenta baja la interminable noche,
Y el nuevo nacimiento cae sin reproche,
Que durará tanto tiempo como la tierra.

Vagabundos del este, peregrinos inquietos,
¿Saben por qué no pueden descansar?
Es que cada hijo de su madre terrenal
Viaja con su propio esqueleto.

Acuéstate en tu lecho de polvo;
Saborea la fruta que debes soportar,
Trae la semilla eterna hacia la luz,
Y tus albas serán iguales a la noche.

Descansa de la pena y la maldad,
Ya no le temas al calor o al sol,
Ni a la nieve del invierno salvaje,
Tu nueva labor es en soledad.

Buque vacío, mortaja desgarrada,
Nuestra caja y vestidos no son eternos,
-Otro día, otra noche, otra hora-
Así balbucean dentro mis huesos.

Por lo tanto harán mi voluntad,
Hoy, que aún soy el señor de un día,
La vida y la carne aún son mías,
Y el aliento hosco es mi esclavo.

Antes de que el fuego del sentido decaiga,
Este humo del pensamiento golpeará la distancia,
Flotando en la antigua noche sin besos
Como un ejército de inmortales huesos.
**
Aquí yacemos muertos

Aquí yacemos muertos
Porque no elegimos
Vivir y avergonzar a la tierra
De la que surgimos.

En la vida, sin duda,
No hay mucho que perder,
Pero los jóvenes piensan así,
Y nosotros éramos jóvenes.
**
A un joven atleta moribundo

Cuando ganaste la gran carrera
el pueblo entero salió a aclamarte.
Jóvenes y ancianos te vitoreaban
mientras a hombros te llevábamos.
Sabio aquél que sabe escapar pronto
allí donde la gloria no perdura.
Pues aunque pronto crece el laurel
mucho antes que la rosa se marchita.
Pero tú no seguirás el camino
de aquellos que malgastaron su gloria.
Corredores cuya fama se extendió
aunque su nombre perduró menos que ellos.
Ante esa jóven cabeza laureada
contemplarán tu cuerpo inerte
y descubrirán entre los rizos de tu pelo
una guirnalda aún sin marchitar.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char