Del artículo "CESARE PAVESE
‘Diálogos con Leucó’"
Por Carlos García Gual
(Fragmentos)
De ARCHIVO
“Debes guardarte (...) de confundir el mito con las redacciones poéticas que de él se han hecho o se están haciendo; precede a la expresión que se le da; no es esa
expresión; en su caso se puede hablar perfectamente de un contenido distinto a la forma (aunque de una forma
por sumaria que sea no se puede prescindir jamás); y esto lo prueba el hecho de que el verdadero mito no cambia de valor, ya se exprese en palabras, con signos, o con música. El mito es, en suma, una norma de un hecho ocurrido de una vez por todas, y extrae su valor de esa unicidad absoluta que lo alza por encima del tiempo y lo consagra como revelación.
Por eso se produce siempre en los orígenes, como en la infancia. Está fuera del tiempo”.
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“Un mito es siempre simbólico, por esto no tiene nunca un significado unívoco, alegórico, sino que vive de una vida encapsulada que, según el lugar y el humor que lo rodea, puede estallar en las más diversas y múltiples florescencias”.
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“De haber podido, habríamos prescindido de buen grado de tanta mitología. Pero estamos convencidos
de que el mito es un lenguaje, un medio expresivo, es decir, no algo arbitrario, sino un vivero de símbolos al que pertenece, como a todos los lenguajes, una particular sustancia de significados que ningún otro podría expresar. Cuando recogemos un nombre propio, un gesto, un prodigio mítico, decimos en media línea, en pocas sílabas, una cosa sintética y comprensiva, un meollo de realidad
que vivifica y nutre todo un organismo de pasión, de estado humano, todo un conjunto conceptual. Y si
luego este nombre, este gesto y prodigio, nos resulta familiar desde la infancia, desde la escuela, mejor que mejor. La inquietud es más auténtica y cortante cuando remueve una materia usual. Aquí nos hemos contentado con servirnos de mitos helénicos dada la perdonable boga popular de esos mitos, su inmediata y tradicional aceptabilidad. Nos horroriza todo lo que es descompuesto, heteróclito, accidental, y pretendemos –inclusive materialmente– limitarnos, darnos un marco, insistir sobre una presencia conclusa. Estamos convencidos de que una gran revelación sólo puede salir de la testaruda insistencia sobre una misma dificultad. No tenemos nada en común con los viajeros, los experimentadores, los aventureros.
Sabemos que el más seguro –y el más rápido– modo de asombrarnos, es mirar impertérritos siempre el mismo objeto. En determinado momento nos parecerá –milagroso– que nunca lo habíamos visto”.
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“La fascinación de los mitos griegos nace del hecho de que posiciones inicialmente mágicas, totémicas, matriarcales, fueron –por la elaboración ágil del pensamiento consciente sobrevenida en los siglos x-viii a.C.– objeto de nuevas y profundas interpretaciones, de contaminaciones, de injertos, –todo ello presidido por la razón– y de este modo llegaron a nosotros con la riqueza de toda esa claridad y tensión espiritual, aunque también abigarradas de antiguos sentidos simbólicos ajenos.”
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“Para quien sabe escribir, una forma es siempre algo irresistible. Corre el riesgo de decir tonterías y de decirlas mal, pero la forma que lo tienta, pronta a embeberse en sus palabras, es irresistible. (Me refiero, por ejemplo, al género del pequeño diálogo mitológico tuyo.”
(Oficio, nota del 27 de septiembre del 46).
El oficio de vivir (págs. 275-6, de la traducción argentina citada).
Está también en la versión de El oficio de vivir hecha por Esther Benítez (Bruguera Alfaguara, Madrid, 1979)
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Leucó –en la Odisea– emerge del fondo marino como parlera y blanca gaviota. (Las diosas antiguas gustan de esas metamorfosis en veloces aves). Le aconseja a Ulises abandonar su almadía, y, tan sólo abrigado con su velo, echarse a nadar en el mar embravecido. Ulises, un tanto desconfiado siempre ante las ayudas divinas, obedece al rato, y así llega dos días después más tarde a la isla de los feacios. Apenas arriba a la costa, desnudo y náufrago, arroja el héroe de nuevo el velo al mar, como le dijera la diosa marina, y prosigue su complicado regreso.
Podría decirse que los mitos pueden usarse, como el velo mágico de Leucó, a modo de salvavidas ocasional para náufragos en apuros. Pero sólo por un tiempo; es inevitable tener que devolverlo más o menos pronto al mar y enfrentarse de nuevo a la inquietud cotidiana. Para la mayoría de sus lectores de entonces, Diálogo con Leucó resultó una obra muy extraña, una extravagancia difícil de aceptar en la trayectoria del novelista y del poeta comprometido con la ética y estética del realismo contemporáneo. El rechazo de la crítica, desconcertada y escandalizada, fue casi unánime. Pavese se sintió sin duda dolido de esa incomprensión, aunque luego se jactara de cierta alegría ante ese rechazo. Para él era la obra que mejor lo definía, y llegó a escribir –en carta a una amiga y poco antes de su suicidio– que era su “carta de presentación ante la posteridad” (“biglietto di visita preso i posteri”).
Junto al cadáver, pues, quiso dejar, no por azar, el libro de los coloquios míticos, como un testimonio de sus inquietudes sin respuesta, como un recorrido por un paisaje antiguo, como un paseo entre sombras y fantasmas de otros tiempos, entremezclados los ecos de la infancia y las siluetas de diosas y héroes de una cálida y ambigua familiaridad, voces antiguas para expresar angustias y dudas de siempre.
Releer los Diálogos con Leucó, un texto tan ambicioso como poco leído, y a la vez recordar cuánto significaron para su autor puede ser, aquí y ahora, cierto desafío intelectual a la vez que un amistoso homenaje. Creo, por otra parte, que es uno de los textos más interesantes de un escritor del siglo xx, uno de los “clásicos” europeos del siglo en cuanto a la capacidad de sugerencias que ha sabido recobrar, poéticamente, de los antiguos mitos griegos.
[Resumen de la intervención en el “Congreso Internacional Cesare Pavese”, celebrado en la Universidad Complutense]. Carlos García Gual
Fuente: elboomeran.com
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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