sábado, 30 de enero de 2016

Blanco arde el día

Otros poemas de HAROLD PINTER
(Londres, Inglaterra, 1930-2008)


El enano

Yo vi al enano en los aires tintineantes,
Aquella noche en la cresta.
Los árboles agachados, la silenciosa bestia,
Bajo el viento.

Y vi a los viajeros pararse tiesos,
Seguros en su muerte, tiesos y encajonados
En aquel quieto lugar,
Manos enlazadas, sombreros de copa puestos.
***
El drama en abril

Así que marzo se ha vuelto museo,
Y las cortinas de abril se mueven.
Recorro la galería desocupada
Hasta el último asiento.
En la decoración primaveral
Los actores arman tiendas,
En un pico de luz
Empiezan su obra.

Sus gritos en la oscuridad empolvada
Se congregan en luto por
Embajadores desde los bastidores.
Y objetos y accesorios bajo la lluvia
Son la ceniza de la sala
las graves piedras sin numerar
En el verde.

Paso al intermedio,
Terminado con este repertorio.
***
Todo eso

Todo eso que hice
Y, haciéndolo, mentí.
Y todo eso que escondí
Fingí muerto.

Mas todo eso que escondí
Siempre se decía,
Mas, escondido, espiaba
En el bien de otros.

Y toda aquella a quien llevé
De la nariz hasta la cama
Y, acostándola, hablé
De lo que hacía

A toda aquella que lloró
Detrás de mi cabeza
Y, llorando, murió
Y no está muerta.

Traducción: John Lyons. Editorial Visor (2006).

***
París

Plegada la blanca cortina,
Ella camina, dos pasos, y se vuelve,
Quieta la cortina, la luz
Titubea en sus ojos.
Doradas lámparas.
La tarde asiente, silente.
Ella danza en mi vida.
Blanco arde el día.
Yo conozco el lugar
Conozco el lugar.
Es cierto.
Todo lo que hacemos
Corrige el espacio entre
La muerte y yo
Y tú.
**
Paris

The curtain white in folds,
She walks two steps and turns,
The curtain still, the light
Staggers in her eyes.
The lamps are golden.
Afternoon leans, silently.
She dances in my life.
The white day burns.
I know the place
I know the place.
It is true.
Everything we do
Corrects the space
Between death and me
And you.

Versión de Julio Ortega.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char