jueves, 16 de junio de 2016

Antes hubo estrellas, un sueño con centauros

FLORENCIA WALFISCH 
(Buenos Aires, Argentina, 1970)

Tribu. Pablo Martín

Quiero ser un hombre desnudo. Un hombre desnudo que dibuja. Las piernas húmedas en un pozo de tierra. Mezclar arcilla, aceite. Grasa y resinas con el polvo. Una espesura donde ceder las manos. Arder líquidos negros como tinta, como una boca viva. La lengua roja de esa boca. Reunir la tierra y el cielo, los días y la muerte.
Antes hubo estrellas, un sueño con centauros. Nací de noche bajo una luz de plata.
No separo la vida de los nombres, la pasión de mi alimento.

Fui la tribu, este organismo múltiple. Un punto incandescente de universo. El espejo atemporal, un pliegue de memorias. Y el animal rendido volviéndose nosotros. No hay enemigos. Hay los que olvidaron el pulso acompasado, los que perdieron el rastro. Un núcleo de fuerzas tratando de reunirse. Una pertenencia que aún no comprendemos.

Tuve sed, tuve temblor. Diluvio y estampida. Un hilo invisible me dictaba las formas.
No los signos, no el ícono: el cuerpo de las cosas.

Al sol rendido, el animal ha muerto. La sangre y el marfil, la carne lenta salida de los huesos. Dibujé en silencio un caballo salvaje. Tatué la sombra de un centauro.

Han arrasado el campo. Han venido hacia nosotros rompiendo el aliento de todo cuanto vive. Cortaron el hilo del decir, la matriz sin dobleces. El arte dentro de la vida. No es la imagen de la caza: es la caza misma. Un dios, un árbol; el hombre que yo fui. Una mujer.

Trajeron la furia de un viento que despoja: los trazos vacíos, las palabras sin signo, sin raíces. Arrasado lo real, lo imaginario. Será un tiempo desolador y cruel.

Quiero ser un hombre desnudo. Y un pigmento indeleble habitándonos.
Un trazo vivo que nos lleve de regreso.

El dibujo es un animal sagrado.

*Texto que acompaña la muestra Tribu, una galería digital de la obra del artista plástico argentino Pablo Martín.
Tomado de Op.cit.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char