martes, 28 de junio de 2016

Querida señora: ¿No creéis que os ame?




William Congreve
(Bardsey, 1670- Londres, Inglaterra, 1729)

«La música posee Encantos que amansan un Pecho salvaje. Que suavizan las Rocas, o enderezan al retorcido Roble»
***

Infierno, infierno… Sin embargo, voy a estar en calma. Ahora el alba comienza y la lenta mano del destino se estira para atraer el velo y dejarlo desnudo. No hay cólera en el Cielo como la del amor a odio convertido. Ni furia en el infierno como la de una mujer despreciada.

De La novia de luto (Tragedia, 1697), fragmento.
**
The Mourning Bride

As you'll answer it, take heed
This Slave commit no Violence upon
Himself. I've been deceiv'd. The Publick Safety
Requires he should be more confin'd; and none,
No not the Princes self, permitted to
Confer with him. I'll quit you to the King.
Vile and ingrate! too late thou shalt repent
The base Injustice thou hast done my 
Love:
Yes, thou shalt know, spite of thy past 
Distress,
And all those Ills which thou so long hast mourn'd;
Heav'n has no Rage, like Love to Hatred turn'd,
Nor Hell a Fury, like a Woman scorn'd.
***
Carta a Arabella Hunt

Querida señora: ¿No creéis que os ame? No podéis pretender ser tan incrédula. Si no creéis a mi lengua, consultad a mis ojos, consultad a los vuestros. En ellos los vuestros encontraréis que están llenos de encanto; en los míos, que tengo un corazón para sentirlos. Recordad lo que ocurrió la pasada noche. Eso al menos fue un beso de amantes. Su impaciencia, su ferocidad, su calidez, expresaron todo lo bueno de sus padres. Pero, ¡oh!, su dulzura y la suavidad con la que se fundían lo expresaban mucho mejor. Con temblores en mis piernas y fiebre en mi alma, lo arrebaté. Convulsiones, jadeos, murmullos mostraban el poderoso desorden en mi interior: el poderoso desorden aumentado por él. Por esos queridos labios que atravesaron mi corazón y mis entrañas con maravilloso veneno e inevitable pero aun así encantadora ruina. ¿Qué es lo que no puede producir un día? La noche anterior pensaba que era un hombre feliz, que no deseaba nada y esperaba la más justa de las fortunas: aprobado por los hombres de genio y aplaudido por los demás. Complacido, nunca encantado con mis amigos, los que por entonces eran mis más queridos amigos, sensible a cada placer delicado, y a su vez poseyéndolos todos. Pero el Amor, el todopoderoso Amor, parece que en un instante me ha lanzado a una distancia prodigiosa de cualquier objeto que no seáis vos. En medio de las multitudes permanezco en soledad. Nadie más que vos ocupa mi mente, y ésta no se ocupa de Hilda más que de vos. Me veo transportado a algún desierto extranjero con vos (¡oh, ojalá me viera realmente transportado de esa manera!), donde, con abundantes suministros de todo, en vos, podría vivir una eternidad de éxtasis ininterrumpido. La escena del gran escenario del mundo parece repentina y tristemente cambiada. Objetos sin atractivo se encuentran a mi alrededor, excepto vos; el encanto de todo el mundo parece ubicado en vos. Así en este estado triste, pero oh, demasiado placentero, mi alma no se puede centrar en nada más que en vos; a vos contempla, admira, adora, no depende de nada, sólo confía en vos. Si vos y la esperanza la abandonan, la desesperación y una miseria sin fin la esperan.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char