lunes, 1 de agosto de 2016

He vuelto a hundir la cara entre las flores

JUANA DE IBARBOUROU

(Melo, Uruguay, 1892-Montevideo, 1979)

ENCUENTRO

Olor de manzanillas curativas.

Manzanillas doradas y nevadas
Que guardan las abuelas campesinas.

En el flanco dulzón de las cuchillas
Y en la húmeda axila de los bajos,
Junto al camino zigzagueador
Y en torno de los ranchos,
La manzanilla da su aroma áspero
En los meses de sol.

Yo la he sentido hoy en el camino
Que bordean podados tamarindos
Y me saltó al encuentro como un perro
Festejador y amigo.

Fragancia amarga y sana
Que araña un poco la garganta,
Pero que tiene una bondad
De agua.

He vuelto a hundir la cara entre las flores
De olor cordial y antiguo.
Rueda-rueda de hojuelas cándidas
En torno del redondo corazón amarillo.

Y toda la mentira del mar se me ha hecho clara
De un golpe. Quiero el campo
Como todos los hombres de América lo quieren.
No tenemos entraña de marinos. Un ancho
Amor de labradores en la sangre nos viene.

La montaña y la pampa, la colina y la selva,
La altiplanicie brava y los llanos verdeantes
Donde pasta la vaca y galopa el bisonte,
Están más cerca nuestro que el mar innumerable.

Al tornar a mi casa he sentido en el viento
El vaho de mis campos fuertes del Cerro-Largo.
Me mana una alegría honda de reconquista.
El ramo puro albea en mi mano.

De La rosa de los vientos, 1930.
***
Solo mi azor y yo la muerte final

Es un gris azulado de ceniza
y cinco verdes de distintos grados,
que usa mi campo hoy para su risa
y el banquete plural de sus ganados.

Pero yo tengo en la ancha carretera
par mi gula de correr caminos
jóvenes chopos, pinos sin montera,
canto del libre viento en mis oídos.

De mi azor centelléanme los ojos,
desde mi mano que la tensa rienda
de mi hacanea, mido a mis antojos.

En la dulce mañana de neblina
sin rumbo andamos por camino y senda,
sólo mi azor y yo la muerte fina.

De Azor, Editorial Losada, 1953.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char