miércoles, 19 de octubre de 2016

El fuego conversa con las aguas más pobres

WILLIAM TURNER
(Londres, Inglaterra, 1775-id., 1851) 
Javier Cófreces (Argentina, 1957) y Alberto Muñoz (Argentina. 1951)

W. Turner. Approach to Venice. 1844.

EL CUADERNO RESCATADO 
 (Selección)

Deterioro del cuerpo: pérdida progresiva de la vista, dolor en uno de los pies, dificultad para mantener el tronco erguido, inadecuado comportamiento donde haya más de tres personas, baja tolerancia a los condimentos, irritación de la cadena sanguínea, palpitaciones, erupciones exquisitas en la frente, en los talones y en los dedos de los pies, problemas digestivos, insomnio. A cada uno de estos desencantos le he atribuido un color.
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Sólo lo que vemos anuncia el esplendor. La luz es más poderosa que la fatiga y el terror. Esperad con júbilo la rágafa y el destello del cielo. Son ellos el pulso que animará vuestra alma. ¡Confiad en el relámpago!
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El feroz rigor de una estampida salvaje vuelve hacia ti el velamen de tu propio cuerpo.
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El paisaje inflama tanto el aire que la vista ya no resiste y el horizonte enceguece de fuego.
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El fuego conversa con las aguas más pobres. Una llama es un desvío.
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Los colores están detrás de otros colores. Tras ellos, los colores verdaderos toman distancias. Todo brilla detrás de otra imagen que no alcanzamos a ver jamás.
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Mis ojos no ven claramente. La bruma se posa en este puerto y no zarpa. Llevo horas de tinieblas y soledad. La distancia no me ofrece nada. La luz no me pertenece.
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Leí una vez en Finomeno que había una correspondencia entre la enfermedad y color. He seguido estas tendencias modernas, no tanto por arrimar mi intuición al arte de la medicina, sino como una continuación de mi oficio. Nos curamos con los que enfermamos.
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Los elementos viajan en sí mismos. Voy tras ellos. No hay quietud posible. Los reflejos pertenecen a una categoría inanimada. No permitiré que me distraigan en este amanecer.
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El peso de la luz sobre los objetos contiene al mundo. Se trata de un poderoso faro alejado de todas las costas a las que arribamos.
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En un tabique de mi recama han anidado unos minúsculos insectos de cabeza grisácea. En un principio pensé que se trataba de ciertas hormigas que ya había visto en los interiores de la Dogana. Limpié con brea la zona, instalé nuevamente la madera sobre el hueco. De noche, el ruido producido por sus desplazamientos me ha resultado conmovedor. Se advierte que arrastran elementos de un lado a otro, como si el propósito fuera refundar ciudades o llevar de aquí para allá una magnitud de materia deplorable. El depósito de esas construcciones deja un polvillo cetrino por encima de los zócalos.
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Ayer fui a la barbería que está cercana al Ponte delle Tette camino a la iglesia de San Cassiano. El babero es un hombre con una enorme nariz enfermiza (los veintiséis bocetos serán clasificados y rotulados como "estudios sobre una rinofima"). Hubiera querido tratar esa protuberancia de cerca, si fuera posible con lentes de fuerte aumento. En el descanso, sobre el pequeño hueco que antecede a la curva exponente de pulpa carnosa, un extraordinario ramillete de pequeñas venas violáceas sobresalía; un espectáculo que la propia enfermedad brindada como testimonio de su estrago. La belleza de ese racimo era atroz y conmovedora. Había visto algo semejante en los hongos que proliferan en los maderos del muelle; y así como en aquella oportunidad volví con una espátula a los muelles para llevarme el acontecimiento a mi taller, habría querido esta vez arrancarle al barbero ese tesoro de su nariz para llevármelo y tratarlo, hasta obtener la aprobación de Reynolds.
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No les daré lo que esperan de mí. Destruyan mis dibujos. Arrojen al mar mis apuntes.
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Olviden mis pinturas. Partiré hacia donde no me esperen. Viajaré sujeto a la misma tempestad que azota mi alma. Nada detendrá mi anhelo de respirar el aliento de Dios (1).
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Mi madre me despertaba a primera hora del día con un pedazo de luz; Dios estaba en sus rodillas sin hacer ruido: Mi casa era silenciosa.


Tomados del libro Venecia Negra, escrito por Javier Cófreces y Alberto Muñoz, editado en Ediciones en Danza, Buenos Aires en septiembre de 2003. En el capítulo VII, El cuaderno rescatado, presentan una versión de los escritos hallados en 1874 del que se conservan sólo unas veinte páginas.
Cortesía de Matías Rivas.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char