domingo, 16 de octubre de 2016

-Msabu –repitió-, creo que debes levantarte. Creo que viene Dios.

Isak Dinesen (Karen Blixen)
(Rungstedlund, Dinamarca, 1885-1962)

Tomada de boddunan.com

Memorias de África y de Lejos de África
(Fragmentos)

Conozco una canción de África, que habla de la jirafa y de la luna nueva africana descansando sobre su lomo, de los surcos en los campos de cultivo y de las caras sudorosas de los recolectores de café. ¿Acaso conoce África una canción que hable de mí? ¿Se agitará el aire sobre la llanura con un color que yo he llevado? ¿O tal vez los niños inventarán un juego en el cual figure mi nombre? ¿Formará la luna llena una sombra sobre la grava del camino que se parezca a mí? ¿O tal vez me buscarán las águilas de las Colinas de Ngong?
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 "Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong. El ecuador atravesaba aquellas tierras altas a un centenar de millas al norte, y la granja se asentaba a una altura de unos seis mil pies. Durante el día te sentías a una gran altitud, cerca del sol, las primeras horas de la mañana y las tardes eran límpidas y sosegadas, y las noches frías.(...)
La principal característica del paisaje y de tu vida en él era el aire. “Aquí, en las tierras altas, cuando han pasado las grandes lluvias y en la primera semana de junio comienza a enfriar, aparecen las luciérnagas en los bosques. Una tarde veías dos o tres, audaces estrellas solitarias que flotaban en el aire claro, subiendo y bajando como si montasen sobre una ola o hicieran reverencias. Siguiendo el ritmo de su vuelo sus diminutas lámparas se encendían o se apagaban. Podías coger un insecto y resplandecía en la palma de tu mano; producía una curiosa luz, un misterioso mensaje que convertía la carne verde pálido en un pequeño halo a su alrededor. A la noche había centenares y centenares en los bosques”.

 “A mediodía el aire estaba vivo sobre la tierra, como una llama; centelleaba, se ondulaba y brillaba como agua fluyendo, reflejaba y duplicaba todos los objetos, creando una gran Fata Morgana. Allí arriba respirabas a gusto y absorbías seguridad vital y ligereza de corazón. En las tierras altas te despertabas por la mañana y pensabas: ‘Estoy donde debo estar’.”
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"Había  un lugar en las colinas, sobre la primera loma en el cazadero, que yo misma, cuando pensaba que iba a vivir y morir en Africa, se la había señalado a Denys como  mi futuro enterramiento. Por la tarde, cuando estábamos sentados y contemplábamos las colinas desde mi casa, me dijo que a él le gustaría también que lo enterraran allí. Desde entonces, cuando íbamos en automóvil por las colinas, Denys decía:
-Vamos a ir hasta nuestras tumbas. (...)
Denys Finch-Hatton no tenía otro hogar en África que la granja. Vivía en mi casa entre safaris y allí tenía sus libros y su gramófono. Cuando él volvía a la granja, ésta se ponía a hablar; hablaba como pueden hablar las plantaciones de café, cuando con los primeros aguaceros de la estación de las lluvias florecía, chorreando humedad, una nube de tiza."
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Yo no creo en el mal, creo sólo en el horror. En la naturaleza no existe el mal, sólo la abundancia de horror: las plagas, los males, las hormigas y los gusanos.
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"No era fácil llegar a conocer a los nativos -escribía Blixen-. Si los asustabas, en un segundo podían retirarse a su mundo , al igual que los animales salvajes desaparecen ante un movimiento brusco que tú hagas: simplemente ya no están ahí. Hasta que no conoces bien a un nativo es imposible conseguir una respuesta suya a derechas. Ante una pregunta directa  de cuántas vacas tiene , te responde 'Tantas como le dije ayer'"
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"Los masai, la nación nómada y ganadera , eran vecinos de  la granja y vivían al otro lado del río ; de vez en cuando alguno venía a casa a quejarse de que un león mataba sus vacas y me pedía que lo cazara"
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Kamante mostraba también su buena voluntad hacia mí fuera de la cocina. Quería ayudarme de acuerdo a sus ideas hablándome de las ventajas y los peligros de la vida.

Una noche, medianoche pasada, entró repentinamente en mi habitación con una lámpara en la mano, silenciosamente, como si estuviera de guardia. Debió ser poco después de que viniera a mi casa por primera vez, porque era muy pequeño; se puso junto a mi cama como un oscuro murciélago extraviado en la habitación, con sus grandes orejas desplegadas, o como un pequeño fuego fatuo africano, y con la lámpara en la mano.

-Msabu –dijo muy solemnemente-. Creo que debes levantarte.

Me senté en la cama desconcertada; pensé que si hubiera ocurrido algo serio sería Farah  quien vendría a avisarme. Pero cuando le dije a Kamante que se marchara, no se movió.

-Msabu –repitió-, creo que debes levantarte. Creo que viene Dios.

Cuando oí eso me levanté y le pregunté por qué lo pensaba. Me condujo al oeste, hacia las colinas. A través de las cristaleras de las ventanas vi un extraño fenómeno. Había un gran incendio en las praderas y en las colinas, y la hierba ardía desde la cima hasta la llanura; desde la casa era casi como una línea vertical. Parecía como si una figura gigantesca se moviera y viniera hacia nosotros. Permanecí un rato mirando con Kamante a mi lado, luego comencé a explicárselo. Mi intención era tranquilizarlo porque creí que había recibido un gran susto. Pero mi explicación no pareció hacerle mucha impresión, ni para bien ni para mal; se veía claramente que pensaba en que había cumplido con su deber al llamarme.

-Bueno –dijo-, puede que sea así. Pero pensé que era mejor que te levantaras en el caso de que viniera Dios.

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"A veces la vida en la granja era muy solitaria  y en la quietud del atardecer , cuando los minutos goteaban del reloj, la vida parecía caer goteando de ti también sólo porque no tenías gente blanca con la que hablar. Pero durante todo el tiempo tuve conciencia de que la existencia silenciosa y apartada de los nativos corría paralela con la mía, en un plano diferente. Los ecos pasaban de la una a la otra"
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"Hay veces que puedes volar tan bajo que ves los animales en las praderas y sientes como si Dios acabara de crearlos antes de que le encargara a Adán que les pusiera su nombre"; este era entonces el sentido de la vida  y ahora lo entiendo todo"
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"Después de que me fuera de África, Gustav Mohr me escribió contándome una cosa muy extraña que había sucedido en la tumba de Denys, nunca había oído nada semejante. "Los masai -me escribió- han informado al Comisionado del Distrito de Ngong que muchas veces, al alba y al crepúsculo, han visto leones en la tumba de Finch-Hatton en las colinas. Un león y una leona han aparecido allí y se quedan de pie, o se echan, en la tumba durante mucho tiempo. (...)
Después de que te fuiste, el suelo que rodea la tumba fue nivelado, formando una especie de gran terraza, supongo que el lugar tan plano es un buen sitio para los leones; desde allí pueden ver toda la pradera, el ganado y la caza que hay en ella".
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"En la estación  Samburu de la línea bajé del tren mientras echaban agua a la máquina y paseé con Farah por el andén. Desde allí, al suroeste , vi las colinas de Ngong. La noble ondulación de la montaña se alzaba sobre la tierra llana, toda azulada como el aire. Pero estaba tan lejos que los cuatro picos parecían insignificantes, apenas distinguibles y muy diferentes a como se les veía desde la granja. La silueta de la montaña fue borrada y nivelada lentamente por la mano de la distancia"
** “And if you want to talk about it anymore, Lie here on the floor and cry on my shoulder, once again. Cry on my shoulder, I’m a friend” JOHN KEATS.
”Out of Africa”.  Karen Blixen

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char