Rita Dove
(Akron, Ohio, EE.UU., 1952-)
Geometría
Demuestro un teorema y la casa se expande:
las ventanas se sacuden para volar libremente cerca al techo,
el techo flota lejos con un suspiro.
Cuando las paredes se liberan de todo
menos de la transparencia, el olor de claveles,
se va con ellas. Yo estoy afuera al aire libre
y arriba las ventanas se han convertido en mariposas,
luz del sol que brilla donde se interceptan.
van a algún lugar verdadero e improbado.
Versión de Raúl Jaime Gaviria
**
Terso americano
Bailábamos; debió haber
sido un fox trot o un vals,
algo romántico, pero
que pedía discreción:
pleamar y bajamar,
ejecución precisa al deslizarnos
a la siguiente pieza sin parar,
dos pechos jadeantes alzándose
para dar una zancada
de siete leguas: agonía tan perfecta
que uno aprende a sonreír mientras la ejecuta,
mímica embriagante,
el sine qua non
de lo terso americano
Y porque estaba distraída
en el esfuerzo de
guardar la forma
(la inclinación hacia la izquierda
cabeza entornada justo para atisbar
detrás de tu oreja y siempre
sonriendo, sonriendo),
no me había dado cuenta
de lo quieto que te habías quedado
hasta que habíamos hecho
(¿por dos compases?,
¿cuatro?) alcanzando el vuelo,
esa ligera y tranquila
magnificencia,
antes de que la tierra
nos recordara quiénes éramos
y nos trajera de regreso.
Versión de Zulai Marcela Fuentes
**
Héroes
Una flor en un campo de malezas:
que sea una amapola. La recoges.
Porque comienza a marchitarse
corres hacia la casa más cercana
para pedir una jarra con agua.
La mujer en el porche comienza
a gritar: ¡que has arrancado la última amapola
de su miserable jardín, la que
le daba fuerzas para levantarse
cada mañana! Es demasiado tarde para disculpas
y aun cuando hagas lo esperado, ofreciendo
baratijas y un lugar jugoso en la historia escrita
ella no viviría para leer, de cualquier modo.
Así que la atacas, se golpea
la cabeza contra una piedra blanca,
y no queda nada por hacer
sino convertir la piedra en grava
para sostener la flor en la jarra robada
que debes llevarte
porque ahora eres un fugitivo
y no puedes dejar pistas.
Ya la historia comienza a desentrañarse,
la gente del pueblo se agita mientras tu corazón
late con fuerza en tu garganta. Ay, ¿por qué
escogiste esa estúpida flor?
Porque era la última
y tú sabías
que iba a morir.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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