(Estocolmo, Suecia, 1948-Göteborg, id., 2015)
La quinta mujer
(Fragmentos)
Una persona está compuesta por muchos detalles. Nos parece que recordamos con mucha rapidez. Como si la memoria volase. En realidad es al contrario. Imagínate un objeto que casi puede flotar. Que se hunde en el agua extraordinariamente despacio. Así funciona la memoria.
(...)
«El hombre es un animal que vive para esforzarse», pensó. «En este preciso instante, es como si yo no fuera ya capaz de hacerlo». Se sentó en el borde de la cama. El
suelo estaba frío bajo sus pies. Se miró las uñas de los pies. Necesitaban un
corte. Todo él necesitaba una renovación profunda. Un mes antes había estado en
Roma reponiendo fuerzas. Ahora estaban agotadas. En menos de un mes, se habían agotado. Se obligó a incorporarse. Luego fue al cuarto de baño. El agua fría fue como un bofetón. Pensó que un día también acabaría con eso. Con el agua fría que le ponía en
funcionamiento. Se secó, se puso el batín y fue a la cocina. Siempre lo mismo. El agua del café, luego, a la ventana; el termómetro. Llovía. Cuatro grados sobre cero. Otoño, el frío estaba empezando a imponerse. Alguien en la comisaría había anunciado que se
acercaba un intenso y largo invierno.
(...)
Se sentó en una butaca antigua cuyos brazos terminaban en cabezas de dragón. El escritorio era una cómoda en la que la tabla de escribir podía funcionar como tapa abatible del armario. En la parte superior pudo ver fotografías enmarcadas. Katarina Taxell de
pequeña. Aparece sentada en el césped. Al fondo, muebles de jardín blancos. Figuras borrosas. Alguien lleva un sombrero blanco. Katarina Taxell está sentada junto a un perro grande. Mira directamente a la cámara. Un gran lazo en el pelo. El sol cae oblicuo por la
izquierda. Otra foto: Katarina Taxell con su madre y su padre. El ingeniero de la
refinería azucarera. Lleva bigote y da la impresión de estar muy seguro de sí mismo. De aspecto, Katarina Taxell se parece más a su padre que a su madre. Wallander sacó la fotografía y la miró por detrás. No había fecha. La foto era de un estudio de Lund. La siguiente era de cuando terminó el bachillerato. Gorra blanca, flores en torno al cuello. Está más delgada, más pálida. El perro y el ambiente de la foto del césped quedan
lejos. Katarina Taxell vive en otro mundo. La última fotografía, en el extremo. Es antigua, los bordes han palidecido. Se ve un paisaje árido junto al mar. Un hombre y una mujer mayores miran fijamente a la cámara. Al fondo, lejos, un barco con tres mástiles, anclado, sin velas.
(...)
Wallander descorrió una cortina para que entrara más luz. De repente descubrió un corzo
pastando entre los árboles del jardín. Se quedó completamente inmóvil. El corzo levantó la cabeza y le miró. Luego continuó pastando con tranquilidad. Wallander siguió quieto con la sensación de que nunca se olvidaría de ese corzo. No sabía cuánto tiempo estuvo mirándolo. Un ruido que él no percibió hizo que el corzo prestase atención. Luego dio un salto y desapareció. Wallander miró por la ventana. El corzo se había ido.
(...)
En el mundo de la novela hay cierta libertad. Lo que se describe pudo haber ocurrido exactamente como está descrito. Pero tal vez ocurrió, a pesar de todo, de una manera algo distinta. En esta libertad entra también el que uno pueda trasladar un lago, cambiar un cruce de carreteras o reconstruir una Maternidad. O añadir una iglesia que quizá no existe. O un cementerio. Cosa que he hecho.
Henning Mankell,
Maputo, abril de 1996
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