viernes, 24 de marzo de 2017

Una emoción de ayuno encadenada

César Vallejo
 (Santiago de Chuco, Perú, 1892 - París, Francia, 1938)



EL PAN NUESTRO

Se bebe el desayuno… Húmeda tierra
De cementerio huele a sangre amada.
Ciudad de invierno… La mordaz cruzada
De una carreta que arrastrar parece
Una emoción de ayuno encadenada!

Quisiera tocar todas las puertas,
Y preguntar por no sé quién; y luego
Ver a los pobres, y, llorando quedos,
Dar pedacitos de pan fresco a todos.

Y saquear a los ricos sus viñedos
Con las dos manos santas que a un golpe de luz
Volaron desclavadas de la Cruz!
Pestaña matinal, no os levantéis!
¡El pan nuestro de cada día dánoslo, Señor…!

Todos mis huesos son ajenos;
Yo talvez los robé!
Yo vine a darme lo que acaso estuvo
Asignado para otro;

Y pienso que, si no hubiera nacido,
Otro pobre tomara este café!
Yo soy un mal ladrón… A dónde iré!

Y en esta hora fría, en que la tierra
Trasciende a polvo humano y es tan triste,
Quisiera yo tocar todas las puertas,
Y suplicar a no sé quién, perdón,
Y hacerle pedacitos de pan fresco
Aquí, en el horno de mi corazón…!

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char