HENRY DAVID THOREAU
(Concord, Massachusetts, EE.UU., 1817-1862)
Una vida sin principios
(Fragmentos)
No hace mucho experimenté en un ateneo la sensación de que el conferenciante había elegido un tema que le era absolutamente desconocido y por tanto no conseguía interesarme tanto como hubiera sido de esperar. Hablaba de cosas de las que no estaba convencido y sus argumentos eran débiles y simples. Además no había un pensamiento central o centralizador a lo largo de la conferencia. Hubiera preferido que hablara de sus experiencias más íntimas, como hace el poeta. El mayor elogio que me dedicaron en toda mi vida fue cuando alguien me preguntó qué opinaba y esperó mi respuesta. Cuando ocurre algo así me sorprendo, aunque por supuesto me agrada, ya que se hace un uso tan poco corriente de mí, que siento como si se me conociera y respetara. Normalmente, si alguien quiere algo de mí, es sólo para saber cuántos acres mide su tierra -pues soy agrimensor- o, a lo sumo, para saber de qué noticias triviales me he enterado. Nunca parece interesar mi esencia, sino sólo mi superficie. Un hombre vino una vez desde bastante lejos para pedirme que diera una conferencia sobre la esclavitud, pero al hablar con él descubrí que su camarilla esperaba reservarse siete octavos de la conferencia y sólo un octavo sería para mí; por tanto decliné la invitación. Cuando se me invita a dar una conferencia en cualquier sitio -pues tengo cierta experiencia en ese menester- doy por supuesto que existe un deseo de oír mis opiniones sobre algún tema, aunque yo sea el mayor chillado del país, y desde luego no de que me limite a decir sólo cosas agradables o aquello con lo que esté de acuerdo el auditorio. Con estas condiciones me comprometo a entregarles una fuerte dosis de mí mismo. Me han venido a buscar y se han comprometido a pagarme; a cambio estoy dispuesto a entregarme a ellos, aunque les aburra lo indecible.
(...)
Consideremos el modo como pasamos el tiempo.
Este mundo es un lugar de ajetreo, no hay domingos, me gustaría ver a la humanidad descansando por una vez, solo hay trabajo, trabajo y trabajo.
Yo creo que no hay nada, ni tan siquiera el crimen, más opuesto a la poesía, la filosofía y la vida misma que este incesante trabajar.
(...)
Es sorprendente que haya tan poco o nada escrito, sobre el tema de ganarse la vida; cómo hacer del ganarse la vida no solo algo valioso y honorable, sino también algo apetecible y glorioso, porque si ganarse la vida no es de ese modo, esto no sería vivir. Cualquiera pensaría, revisando la literatura, que esta cuestión no turbó jamás los pensamientos de un solo individuo. ¿Sucede acaso que la experiencia de los hombres es tan desagradable que no quieren hablar de ella?
(...)
El oro hay que buscarlo justo en sentido opuesto de donde se encuentra.
La mal ganada riqueza, dejadlos que la arrastren a donde quieran; yo creo que el lugar donde vivan será siempre el “llano del imbécil “sino el “vado del asesino”.
Es sorprendente que de entre todos los predicadores haya tan pocos maestros de la Moral.
El mejor consejo que oyes sobre estos temas es rastrero: No merece la pena emprender una reforma del mundo en ese particular.
No preguntes cómo se consigue la mantequilla para tu pan, se te revolvería el estómago al enterarte.
(...)
Desde las alturas miro a las naciones
y observo cómo se convierten en cenizas;
mi vivienda en las nubes es tranquila,
son placenteros los grandes campos de mi descanso. .
Os lo ruego dejadnos vivir si ser arrastrados por perros, como hacen los esquimales, cruzando a través de colinas y valles, y mordiéndose las orejas unos a otros.
(...)
Eso llamado política es algo tan superficial y poco humano, que en la práctica nunca he reconocido que me interesara. Los periódicos dedican diariamente varias columnas a la política y a los asuntos del gobierno, y esto, diría yo, es lo que los salva.
Pero como yo amo la literatura y en cierto modo también la verdad, no leo nunca esas columnas. No quiero embotar hasta ese punto mi sentido de la justicia.
De Una vida sin principios, Ed. Godot, 2017.
Traducción de Macarena Solís
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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