lunes, 10 de abril de 2017

Que arrojas tu cabeza de una mano a la otra

Eira Stenberg

(Tampere, Finlandia, 1943)

HABLAR DE AMOR


Hablar de amor,
de lo que no se puede hablar -
de ese callejón sin salida que es el espejo
de donde alguien pende de cabeza
en un árbol invisible
con las piernas atenazando una rama
como si luchase contra la gravedad
y abriese la boca
sin emitir sonido alguno.

O hablar
como si el amor fuese una puerta
y el pesar su llave
y detrás de la puerta un árbol en llamas
ahora visible,
un feto estirase las piernas y emergiese
a la superficie,
y te hablase, juglar
que arrojas tu cabeza de una mano a la otra
como un dado,
y te tendiese una hoja fresca
acabado el diluvio.

Traducción: Renato Sandoval
*** 

En el hombre hay una cueva

En el hombre hay una cueva 
de la que él ha salido. 
No lo sabe. 
No es un útero, es de piedra, 
un lugar a donde vuelve 
para protegerse de la mujer 
que acurrucada duerme en sus entrañas. 
Ahí él guarda armas, 
uñas y dientes, 
la imagen primera de su sexo; 
allí va para ver sus sueños, 
enroscado como una oruga 
con su barba en las rodillas. 
Cuando la mujer despierta, el hombre da un respingo, 
no sabe a dónde ha ido a parar. 
Ve los pechos y el útero, 
el ícono del cuerpo como una ventana al cielo 
y los cremosos pantanos de su seno, 
el desdentado misterio de la sed 
y el hambre con su perlada sierra, 
dientes y sangre.
***

Divina Comedia

Perdida en el camino al mediodía de mi vida
por el largo corredor de un gran hotel
con sus suaves alfombras acallando mis pasos
y su pista de baile invitando al bamboleo,
abrí tal vez la puerta equivocada,
bajé los peldaños que no debía,
llegando a un corredor cuya salida no pude hallar.
Caminé como en un sueño
guiada por una música lejana
tanto que me extenué
y sólo mi cuarto me hacía falta.
Fue entonces que lo vi,
la oscura silueta del portero nocturno,
sus cabellos, negras alas de cuervo
pegadas a su cabeza,
sus dos ojos azules de trueno
y su hosca cabeza de toro.
Oh, señor de las llaves, le dije,
en este palacio
el número de mi cuarto es el 444.
No respondió,
se quedó mirando mis pechos y los tocó con sus dedos,
sus manos se deslizaron por toda la curva de mi cuerpo.
De esa forma lo encontré
sin conocerlo,
nadie ha tomado mi rostro como él,
asido mis orejas,
jalado mi pelo
y se ha deslizado así entre mis piernas.
Las lagartijas irguieron sus cabezas
bajo el terciopelo de mi vestido,
se abrieron las puertas del laberinto.
No sabía quién era,
ya que no hay otro como él
que lleve su cabeza como una corona negra.
Lo tomé de la muñeca
y lo llevé afuera,
y ahora, loca de deseo, estoy buscándolo.


Traducción del finés de Irma Siltanen y Renato Sandoval

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char