Diane Wakoski
(Whittier, California, EE.UU., 1937)
HISTORIA
Un hombre me preguntó
la historia de mi vida.
Dije
que yo no tenía
historia.
Que todas mis historias eran vidas,
como hongos,
aparentemente sin raíces,
aunque las esporas, microscópicas, que bailan en la
tierra
como mi mano roza tu cara mientras
duermes,
ya no son misteriosas;
y recordé que todas mis historias son una sola,
dejando a una mujer con un puñado de plata
que se vuelve luz de luna
desvanece como el aire,
desaparece con el sol,
permaneciendo ella con sus manos abiertas
y la poesía que es música,
una canción que nos ronda a todos
es lo que le queda,
su realidad misteriosamente,
quizá microscópicamente, ida
para aparecer en otro
terreno pantanoso.
Yo busco al mago que entienda
lo que es invisible
al ojo desnudo,
que lea la poesía como un texto
para una nueva especie de jardín,
que convierta la luz de luna
en un puñado de plata,
en algo sólido y real,
no en ilusión,
no en viejas historias,
no en la vieja versión de la vida,
no en hongos venenosos.
Hongos,
comibles,
hermosos,
que dejan caer las esporas
y dan vida
justamente
como nosotros.
La historia de mi vida
es
que continúa.
***
Discrepancia
–
Mastico pulpa de cerezas,
chupo piedras y luego
las pongo en mis manos.
Mis huesos están secos—
La respuesta a este acertijo
es mi autobiografía.
***
traducciones de Beth Miller
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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