sábado, 8 de abril de 2017

Y así como es afuera, así es adentro

Giovanna Benedetti 

(Panamá, 1950)

UMBRAL DE LOS PERPLEJOS 

No habrá nunca una puerta. Estás adentro.
J.L. Borges

Estás
en el umbral de la mansión
—y en todas partes—
así a tu alrededor, como en tu fuero interno.
No hay entradas ni salidas, ni siquiera senderos;
sólo un plano de trazos que simula lo undívago:
................................una escalera perpetua
................................una fugaz clepsidra
una cámara doblada y un molino del tiempo
una piedra angular en su clave de bóveda
y una rosa infinita, como es siempre la rosa.

La mansión
te supone su hospedante y su huésped.
Te incorpora el pretexto y te consigna su entorno.
Puedes andar sus andaduras, transitar sus espejos
encartar cualquier estancia o quebrar sus geometrías.
En todo caso (a punto fijo) pulsarás sus resortes:
..............porque así como es arriba,
......................................así es abajo
y así como es afuera, así es adentro.
***
De Música para las fieras
III

Alguien dirá —seguramente—
que sólo una fatalidad redime a otra.
Que la función del olvido es diferir la sombra.
Provocar el sacrificio de la flor irremediable
sin cortar por propia mano los tendones de la tierra;
devolviendo a sus rutinas los sabores de la espera
en esa breve intensidad que paraliza el miedo:
como un perrito avergonzado
que rinde honores a destiempo
y que suspira de perfil
para no incordiar los ecos.
Hechos custodios
del verbo y cómplices de sus esquemas
se creerá que profanábamos los números del término.
Que le colgábamos adjetivos persistentes al silencio
en ansia de durar más de un momento.
Y que si a ratos
despegaban los columpios de la carne
(y nos daba por robar la claridad a los sabuesos)
le oponíamos las fragancias obsesivas del misterio
con la angustia bien ceñida a las costuras de la calle
para impedir que la humedad
se abriese paso sobre el verso.

V.

La memoria es una lenta caravana de consignas.
Una mano extendida que separa las aguas.
Una trampilla de paso. Una ficción del cántaro.
Una caja de reliquias que sobrevive al cálculo.
Una opinión que afina la velocidad de la mirada.
Una noria que da vueltas undívaga y portátil.
Un barco que se desliza por un mar de abecedarios
sobre esa incertidumbre fraticida del olvido
donde ya no coinciden ni los días ni las palabras;
y los sucesos se depuran de la sal en sus cornisas
y los héroes se desploman y caen sobre sus astas
tumbados a banderillazos o envejecidos de súbito.
De largo sopla el viento que convida a los halcones
brincando entre la espiga y la bulla sofocante;
sin planos, ni portulanos, ni folios, ni recetarios
desahogando los naufragios rescatados de las olas
que confunden la ilusión de cal y canto de las piedras
con la tibieza protectora de una lumbre bien servida
porque la piel de los verdugos no se quema.
Sencilla metalurgia del infierno:
martillar a yunque plano la fatiga de la carne
y herrar la fragua dócil que ya no tiene aliento.


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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char