viernes, 12 de mayo de 2017

Más leve la soledad a solas

Kathleen Raine

((Ilford, Essex, 1908-Londres, Inglaterra, 2003)

Entonces el cielo me habló

Entonces el cielo me habló en un lenguaje claro, Familiar como el corazón, que el amor más cercano.
El cielo le dijo a mi alma "Tienes lo que deseas!"Ahora debes saber que has nacido junto con estas nubes y vientos y estrellas y mares siempre en movimientoy habitantes de los bosques. Ésta es tu naturaleza.
"Levanta de nuevo tu corazón sin miedo, duerme en la tumba, o respira en el aire vivo, Este mundo lo compartes con la flor y con el tigre"

Versión de Joan-Doménech Ros
***
En el reino de Paralda

IV
Rauda nube manando sobre la colina del norte,
Un momento oscura, luego desvaneciéndose
Para ascender en palpitante multitud
de alas, volviendo a girar, regresando, derramándose
En corriente de invisible viento, condensando
En negro núcleo para estallar de nuevo
En humo de vuelo llevada por el viento, alzado
Polvo movido por la voluntad
De un alma sola en incontable alegría, y yo
el contemplador me elevo con su elevarse, me vierto
con la nube en descenso de los vivos, leída en el cielo del ocaso
La palabra sin fin que ellos deletrean: deleite.
**

Plegaria al dios Shiva

a Karan Singh

En este mundo-tormenta, bajo este oscuro cielo
Busco refugio en la oscuridad.
Aquí donde está muerto el corazón, derramada la sangre,
Busco refugio en la sangre del corazón.
En el destructor
De la destrucción del mundo busco refugio,
Del asesino, el que hiere,
Me escondo en la herida del que mata,
Reclamo santuario
En la muerte, con todos los que oran
Más allá de la mortalidad
Para alcanzar esta secreta bienaventuranza.

Versiones de Clara Janés
***
TESTIMONIO

1

¿A estas alturas, por quién,
a quién hablo? ¿Por el viejo, por el joven,
o por nadie? A ninguno
de ellos: desde el eterno al no nacido, al imperecedero
hablo, yo, que estoy sola
en un tiempo y un lugar donde nadie
me encontrará, yo, que ya no estoy aquí,
cuando tú, quienquiera que seas,
viejo, joven, a medio camino por la vida
estés conmigo en este no lugar, en este no tiempo
infinito, donde cada uno es, quien un instante aguanta,
como yo ahora en tu corazón, el orbe.
Igual que tú soy
cáliz  de corazón, lleno un instante
de océano y aire y luz,
este cuerpo, este cáliz que se desborda
con la Presencia única, se irá,
disuelto una vez más, y una vez más y una vez más
gota en el océano,
será uno contigo, nunca más
esta mujer cuya mano escribe palabras no mías,
legadas por la multitud de los que una vez vivieron,
aquellos que conocían, amaban, comprendían y nombraban
saberes transmitidos
a los que han de llegar, cuyos rostros no veré,
y, sin embargo, al tiempo que escribo estas palabras, soy ya uno con ellos.


2

¿Qué puedo deciros, hombres futuros,
yo que soy vieja, yo que fui joven,
que fui niña, yo que fui
en mi ilimitado aquí y ahora como vosotros?
Esta mano que escribe desde mi oscuro mundo
en vuestro oscuro mundo venidero
da fe del deleite del corazón.
Vosotros que seréis, como yo,
la sangre derramada del propio corazón,
una y otra vez, sangre engendradora
buscando siempre el éxtasis de ser
la eterna presencia de lo siempre vivo,
¿qué puedo nombrar sino el misterio único
que aquí y ahora es para mí
este sol luminoso, este albor del cielo?


3

Estoy vieja, estoy sola,
como otros están solos esta noche,
en el pequeño círculo de mi luz,
recluida en los cuatros muros de mi alcoba invernal,
recluida en mi piel, marchitada por el tiempo,
recluida en mi corazón, que palpita exangüe
su destino un día más hacia el fin del tiempo,
más leve la soledad a solas,
pronto el no ser...
aun el que todo lo abarca,
elocuente en el silencio, presente en la ausencia, intemporal,
joven en lo viejo, viejo en el recién nacido
en todas partes y en ninguna, es fugaz, es efímero,
y ahora, al tiempo que escribo, es íntimo, es mío.

Traducción de Adolfo Gómez Tomé.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char