miércoles, 28 de febrero de 2018

Mientras la tormenta desparrama sus estruendos

José Di Marco

(Río Cuarto, Córdoba, Argentina, 1966)

 La verdad

La verdad debía ser una columna de fuego en el desierto.
Agua fresca donde acaba el meandro de espejismos.
Entonces creíamos ver lo que permanece intacto y último.
Entonces nuestra sed tenía causa y propósito.
Un sostén en la arena, incontable transparencia
y esplendor alumbrando la meta precisa.
Ninguna estría en el campo visual ni espasmos
que torcieran al viajero de su tierra deseada.
Hasta la palabra recobró su presencia,
del olvido trajo su fuga, sus desvíos, su mensaje imposible:
letras ardiendo de agonía,
un centelleo en el aire electrizado.
**
Planetas
a F.C.

Lo curioso es que se ha desprendido
un pedazo de mampostería del techo del restaurante
donde comemos, y que no estamos borrachos todavía.
Si esos escombros hubieran caído
sobre nuestras cabezas...
Si el vino oscuro se hubiera
apoderado de nuestras lenguas
y la charla se nos llenara de muertos...
Yo, que he leído con devoción sus poemas
y convertido en un manual de primeros auxilios
el hálito que se desprende del latigazo de sus frases,
le pregunto si hay un secreto para su arte.
"No tomarse en serio la literatura
-me dice-
y ser un lector de la propia obra."
Después viene el café, la cuenta, la caminata
bajo un cielo que se va poniendo espeso.
Mientras la tormenta desparrama sus estruendos,
nos vamos separando. De vuelta cada uno
luego de un provisorio alineamiento
al perímetro de su órbita personal.
***

Admitamos que es válido el argumento
del que afirma
conversar con las estrellas
y hace de lo bello
una disciplina castrense:

cultiva orquídeas,
evita el plástico,
silba de corrido
el concierto para clarinete
y orquesta de Mozart;
desprecia con frialdad a sus contemporáneos.

Pero también hay que escuchar
las razones del que dice
(con grasa en la yema de los dedos)
que la lengua
es una llave pulsiana.

Y, fiel a sus convicciones,
ajusta los sustantivos
de sus versos
para que el poema
se yerga, sólido y austero,
en la ventisca de la época.

No hay comentarios:

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char