(Buenos Aires, Argentina, 1949)
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No está entregando nada, sino que todo se lo
lleva a su manera. Lo arrastra por el fondo sin
tocarlo. Lo que cae en él se va sin él. Va por
su cuenta -no sabemos en realidad si va o
se queda-, se mueve en un vaivén de orilla a orilla
el río y la corriente se abre paso en el medio.
Por el fondo deben ir muchas cosas, hay un
pueblo que está debajo del río. ¿Quién podría
pensar en el "núcleo de la realidad" mientras
ve el río? No parece haber un núcleo de nada,
parece que todo es expansión y sobrevuelo.
La densidad del río
supo abrumar a hombres de espaldas más probadas,
porque es una densidad que se entrega, que no se
cierra. Del hondo que éramos, de la solidez del
viejo mundo que lo recorrió en barcos de tablas
pesadas -el antiguo mundo de los Austria-,
no hay huella. En realidad parecía haber mucho más
de nosotros en las maderas oscuras, venidas
de ciudades con casas de mortero y piedra, de
puertos de piedra y agua pesada como el aceite.
La jauría de los humanos las habitaba,
y allá todo olía, como en las bodegas,
a humo, a ropa, a lo que en general llamamos cuerpo.
Nadie, o pocos, imaginaron estos ríos.
Irreales y que propagan sin embargo
la cautivante materia en expansión,
una irrealidad en la que los golpes
de martillos y de pistones se pierden,
pero nos golpea la cara como
flecos sueltos, como pedazos de una tela,
alas o restos de un pensamiento que vivió,
que estaba vivo como un pez, que nos golpeaba.
Foto: Río Paraná, Argentina. Tomada de ced.agro.uba.ar
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