LEOPOLDO BRIZUELA
(La Plata, provincia de Buenos Aires, Argentina, 1963)
Era preto retinto e filho do medo da noite, o herói da nossa gente.
MÁRIO DE ANDRADE
Berisso puso al tirano
y Ensenada lo sacó.
PANFLETO ANÓNIMO, 1956
My only love sprung from my only hate Too early seen unknown, and known too late.
SHAKESPEARE
1
Y solo a ella y a la señora de Zufriategui las habían dejado seguir solas, a pie, por el camino a oscuras. (¡Solas!, se dijo Poliya. ¡Por esa boca de lobo!). ¿Y la señora cómo estaba?, preguntó Ida. Y, preocupada por el hijo… El hijo era cadete en el Liceo Naval. Y ni el sábado había vuelto a la casa, ni el domingo había vuelto a presentarse en la guardia.
(Ensenada eran cuatro calles paralelas al río, me dice, y entre el pueblo y el río, en medio del monte, estaban la Base Naval, la Escuela Naval). Ahora serían las once de la mañana y ellos estaban en la cocina de la casa de la calle Don Bosco. La tía Beba, Poliya, y su madre, que esperaba para octubre. En el galponcito del fondo el padre trataba de hacer andar una radio de onda corta. Toni, todavía de guardapolvo, iba y venía cruzando el patio, entre los chicotazos de la ropa colgada. Incómodo de quedarse entre mujeres. Ansioso de traerles la primera noticia de alguna radio uruguaya.
¿Lo preparaste vos para entrar al Liceo, tía?, preguntó Poliya. A ese chico Zufriategui. Sí, dijo la tía Beba, como si tuviera la culpa de algo. Con la punta del tenedor pescaba bifes hundidos en un plato con huevo y los sostenía en alto, para que escurrieran. Y ya era un chico bravo. Por él habían sabido que la Marina lo intentaría de nuevo: derrocar a Perón. ¿Lo habrán agarrado los peronistas, vos decís?, preguntó la madre. La tía dejó caer el bife sobre un montón de harina y comenzó a palmearlo como dándole ánimos. O estará trabajando desde afuera, señaló.
(Habíamos llegado a ir a la escuela, esa mañana, me dice. Pero ya en la primera hora la directora había entrado gritando: ¡A casa! Del río llegaba un cañoneo como de fiesta patria.
(...)
Circulen, circulen, los apuraba un vigilante, pistola en mano. Ahora el viento corría liberado del pueblo y todo parecía escaparse empujado por él: las nubes por arriba, el rastrojero por abajo. A espaldas de la tía Tota se veía el campo abierto. A espaldas de la tía Beba el bosque de eucaliptos que ladeaba sus ramas, como marcando el rumbo: “Hacia allá, hacia allá”. La tía Tota se arrancó el pañuelo que llevaba al cuello, se abrigó la cabeza y se lo ató en la nuca. Parecía más que nunca el señor del Quaker, pero no sonreía. La tía Beba dejaba que el viento le azotara los mechones pajizos, pero tampoco hacía otra cosa que escuchar. (Y era como oír los recortes que guardaba mamá de los bombardeos de junio).
¿En Campamento vivió el abuelo Antonio, no, tía Beba?, preguntó Poliya aunque ya lo sabía. Cuando recién llegaron de Lérida. La tía Tota la hizo callar con un gesto: a la abuela la ponía triste que hablaran de los Grimau. (Pero ¿en qué otra cosa podía pensar, ahora?
De Ensenada. Una memoria (Alfaguara), 2018
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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