viernes, 27 de julio de 2018

Y escucho las voces lejanas y jóvenes, que cantan

DORIS LESSING
(Kermanshah, Persia (actual Irán), 1919 − Londres, id., 2013)

... En algún momento de la edad adulta, la mayoría de la gente cae en la cuenta de que un siglo no es más que el doble de sus años. A partir de este pensamiento, toda la historia se precipita junta y a partir de este momento viven ya dentro de la historia del tiempo, en vez de mirarla desde fuera, como observadores. Sólo hace diez o doce veces su vida, Shakespeare estaba vivo. La Revolución francesa fue el otro día. Hace cien años, no mucho más, fue la Guerra Civil norteamericana. Antes parecía como algo de otra época, casi de otra dimensión del tiempo o del espacio. Pero una vez has dicho: Cien años es dos veces mi edad, te sientes como si hubieras estado en aquellos campos de batalla, o curando a aquellos soldados. Con Walt Whitman, quizás.
***
Fábula


Cuando miro hacia atrás me parece recordar el canto.
Aunque siempre estaba en silencio aquel salón largo y tibio.

Impenetrables, creíamos, esos muros
oscurecidos de escudos antiguos. La luz
brillaba sobre la cabeza de una chica o sobre sus piernas 
jóvenes despatarradas. Y las voces bajas
subían en el silencio a perderse como en el agua.

Incluso, al estar todo tibio y quieto como una mano,
si uno de nosotros corría las cortinas
una lluvia bordada soplaba afuera con descuido.
A veces se colaba un viento que hacía bambolear las llamas
y proyectaba sombras agazapadas en las paredes,
o aullaba un lobo afuera en la noche vasta  
y al sentir que se nos helaba la carne nos acercábamos.

Pero la danza continuaba por un rato
—así me parece ahora:
formas lentas que se movían serenas a través
de charcos de luz como una red dorada sobre el piso.
Así debe haber seguido, para siempre, como un sueño.

Pero entre un año y otro —¿cambió el viento? 
¿La lluvia al final pudrió las paredes?
¿Vinieron los hocicos de los lobos a empujar los rayos caídos?

Hace tanto.
Sin embargo a veces me acuerdo del salón cortinado
y escucho las voces lejanas y jóvenes, que cantan.
***
Oh cerezos que son demasiado blancos para mi corazón

Oh cerezos que son demasiado blancos para mi corazón,
y todo el suelo blanquean con su muerte,
y todas sus ramas van a sumergirse al río,
y cada gota cae de mi corazón.

Si hay justicia en el ángel de los ojos que brillan,
va a decir “¡Esperá!” y me va a alcanzar una rama de cerezo.
El ángel barbudo, justo y firme como una cabra
levanta una cabeza rumiante y mastica en la nieve con lentitud.

¿Hace falta, cabra, que te quedes acá?
¿hace falta que te quedes acá, quieta?
¿siempre vas a estar parada acá,
a prueba de fe, a prueba de inocencia?

Versiones en castellano de © Sandra Toro.
**
Otra versión de OH, CEREZOS, SOIS TAN BLANCOS PARA MI CORAZÓN
Oh, cerezos, sois tan blancos para mi corazón,
y vuestra muerte emblanquece la tierra,
y todos vuestras ramas se inclinan hacia el río,
y cada gota cae de mi corazón.
Ahora, si es que hay justicia en el ángel de brillantes ojos,
dirá "¡Detente!" y me entregará una rama de cerezo.
El ángel barbado, firme y erguido como un macho cabrío
levanta una rumiante cabeza y mastica lentamente la nieve.
Macho cabrío, ¿es necesario que permanezcas aquí?
¿Es necesario que permanezcas aquí todavía?
¿Es que siempre permanecerás aquí,
a prueba de fe, a prueba de inocencia?
_______________________________
De "Fourteen Poems", Scorpion Press, Londres, 1959. Versión de Jonio González.
Cortesía de Jonio González.
***
Entrevista

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René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char