viernes, 17 de agosto de 2018

Pero el cuerpo es su libro

John Donne

(Londres, Inglaterra, 1572-1631)

EL ÉXTASIS

En una preñada colina que se ondula
Como una almohada sobre un lecho,
Para que las violetas reclinen sus cabezas,
Nos sentamos tú y yo, cada cual lo mejor del otro.
Nuestras manos, estrechamente ligadas
Por un fuerte bálsamo que de ellas provenía,
Y nuestras miradas, entrelazadas,
Ensartando nuestros ojos en una doble cuerda;
Entretejer así nuestras manos era, por el momento,
El único medio de hacer ambos, uno,
Y nuestra única propagación,
Las imágenes de nuestros ojos,
Como en dos ejércitos iguales, el destino
Aplaza la incierta victoria,
Nuestras almas (que para engrandecer su condición
Salieron del cuerpo), estaban suspendidas entre ella y yo.

Y mientras allí parlamentaban
Nosotros yacíamos como estatuas sepulcrales;
Todo el día estuvimos en la misma posición,
Y nada nos dijimos durante todo el día.
Si alguien, tan afinado para el amor,
Como para comprender el lenguaje de las almas,
Y que por el buen amor se hiciera todo espíritu,
Se hubiera detenido a conveniente distancia,
Él (aun sin saber qué alma hablaba,
Pues ambas decían, ambas significaban lo mismo),
Podría sacar de allí un nuevo elixir,
E irse mucho más puro que al llegar.
Este éxtasis nos ilumina
(Pensamos), y nos revela lo que amamos,
Vemos así que no era el sexo,
Vemos que no veíamos cuál era el móvil;
Pero todas las almas contienen
Una mezcla de elementos que ellas no conocen,
El amor mezcla de nuevo estas almas mezcladas,
Y hace de dos, una, siendo cada una de ellas misma y la otra.

Trasplanta una violeta,
La fuerza, el color y el tamaño,
(Todo lo que antes era mísero y escaso),
Crece aun, y se multiplica.
Cuando el amor una con otra,
Vivifica así dos almas,
El alma enriquecida que de allí brota
Los defectos de la soledad controla.
Entonces nosotros, que somos esa nueva alma,
Sabemos de qué estamos compuestos y hechos,
Pues los átomos de los cuales crecemos
Son almas que ningún cambio puede invadir.
Mas, oh, ¿por qué nos alejamos
De nuestros cuerpos durante tanto tiempo?
Son nuestros, aunque no son nosotros,
Nosotros somos las inteligencias, ellos la esfera,
Les debemos gratitud, porque ellos al principio
Nos acercaron el uno al otro,
Nos cedieron sus fuerzas, los sentidos,
Y no son para nosotros escoria, sino alivio.
No opera así sobre el hombre la influencia del cielo,
Sino, que primero se imprime en el aire
Para que el alma dentro del alma pueda fluir
Aunque primero pase por el cuerpo.
Tal como nuestra sangre se afana por engendrar
Espíritus, semejantes a las almas, como puede,
Porque los dedos necesitan tejer
Ese sutil nudo que hace de nosotros hombres,
También el alma de los amantes puros
Debe descender a facultades y afectos
Que los sentidos pueden alcanzar y aprehender,
De otro modo, un gran príncipe yace encarcelado.
Nos volvemos pues a nuestros cuerpos,
Para que los débiles hombres puedan contemplar el amor revelado;

Los misterios del amor crecen en las almas,
Pero el cuerpo es su libro.
Y si algún amante, como lo somos nosotros,
Ha oído este diálogo de uno,
Que siga observándonos, verá
Que al retornar a los cuerpos muy poco habremos cambiado.

Traducción de Alberto Girri y William Shand.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char