Diego Muzzio
(Buenos Aires, Argentina, 1969)
Spitfire
Quien quiera derribarte,
tu enemigo,
vendrá del lado del sol.
Desconfía de la luz,
y teme la tiniebla.
Que tus ojos vaguen
libres en el cielo,
pero que tu corazón sea
oscuro y terrible
como un gato muerto.
Lo más importante
se reduce a esto:
debes poder adivinar
el advenimiento del relámpago.
Solo en ese momento verás
lo que te sea dado ver.
Halcones, huracanes, luz de luna,
tifones o trompetas de Jericó,
que otros usen eufemismos
para enaltecer sus máquinas;
guarda en secreto
el nombre de la tuya.
Cuando despegues no te despidas,
ni te exhibas al aterrizar.
El fuego se somete a la tierra
y es tu derecho regresar con él.
Lo que destruyas en el aire,
pertenece al aire.
***
SENTADO COMO UN BUDA ENTRE LAS CAMAS DE MIS HIJOS
Estoy sentado en la oscuridad
como un Buda entre las camas de mis hijos.
Estirando cualquiera de mis brazos
podría tocar los bordes de esas camas que,
en la noche, parecen arcas diminutas
con sus animales en equilibrio en las cabeceras,
una abigarrada Creación fabricada en China.
Uno eligió elefantes e hipopótamos,
los animales más grandes y pesados;
el segundo se quedó con lobos
y otros depredadores; así se repartieron
el mundo de la bestias antes de irse a dormir
como dioses inconscientes.
Los escucho respirar, moverse, murmurar
palabras en un idioma pegajoso
que asciende desde la profundidad,
el oscuro temor a las catástrofes:
fuego, pestes, hambruna, diluvios,
la propagación del caos en la carne.
Y aquí estoy, sentado en las tinieblas,
entre las dos camas, listo a ahogarme,
si fuera preciso, mientras ellos navegan en sueños
hacia tierras de promisión.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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