Miguel Hernández
(Orihuela, España, 1910-Alicante, id., 1942)
Lujuria
Siguiendo a una hermosa ninfa
atravieso la floresta,
en la que sólo se escucha
la substancia y pequeña
charla de los chamarices.
Aparto brotes y hierbas
con la cayada, formándome
camino en la fronda espesa.
¿En dónde hallar a la ninfa
que ha puesto mi sexo alerta?
¿Dónde hallarla?... Miro atento
por todos los lados. Blanquea,
al final de la espesura,
el prólogo de una pierna...
Corro y al llegar no hay nada.
Sin embargo, unas ligeras
sacudidas en las hojas,
me dicen que escapó presta
por entre ellas... Prosigo
mi lujuriosa carrera,
ágil. A la sombra clara
de una cañada, sestea
Pan, la siringa olvidada
entre la grama modesta.
Cuando paso junto a él,
el viento que muevo, entra
en sus siete tubos y alza
a la siringa una queja.
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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
René Char
No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char
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