martes, 27 de marzo de 2012

Imaginarle un sentido al mundo

Dos poemas de ABELARDO CASTILLO
(San Pedro, provincia de Buenos Aires, Argentina, 27 de marzo de 1935)
y algo más


LA OSCURA

Esa mujer semidesnuda aguarda
a un hombre que tal vez vendrá esta noche.
Veo su pelo y en su pelo un broche
de plata isabelina. El hombre tarda.

La mujer es inglesa pero tiene
ojos y largo pelo de española.
Es hermosa, es ardiente y está sola.
No dormirá esta noche si él no viene.

Hay un gato, tal vez... No sé más nada
de esta dama morena y de su impuro
insomnio de mujer que espera a un hombre.

Solo sé que está en Londres, que en su almohada
arde su pelo como un fuego oscuro
y que Shakespeare jamás dijo su nombre.
***
FOTOGRAFÍA DE MALCOLM LOWRY

Tremendas mangas, tremendos pantalones y ese mar y esa barba, Malcolm Lowry, y el Popocatepl detrás, o lo que sea,
algo como un volcán,
como el Embudo aquel,
como un presagio.

Es raro, señor Lowry,
lo miro y hace frío,
me digo yo a este hombre lo conozco con esa mole gris
como la muerte, tiene las manos entre las piernas, tiene
frente de mono y grandes mangas y un pantalón de lino, un
pantalón como de marinero,
detrás la Bestia gris,
detrás
hay una especie de montaña que a lo mejor fue verde en las laderas,
pero cómo saberlo.

Y es notable
que alguien saque la foto
de los que posan sobre un fondo tan gris mirando lejos.

Sería interesante
hacerse una pregunta, consultar
a un astrólogo,
sincerarse,
y ver qué significa Malcolm Lowry mirando lejos junto al mar y con las manos entre las piernas como un
chico que duerme, con sus tremendas mangas y sus
tremendos pantalones, Malcolm Lowry con sus tremendos
pantalones y su barba,
tranquilamente junto al mar,
pegado en mi pared,
de perfil al demonio.
***
Castillo en Pedazos: Ser Escritor

(De SER ESCRITOR
Abelardo Castillo, Seix Barral, 224 páginas, 2007.
Colección Biblioteca Breve)


-Una palabra innecesaria puede estropear un buen cuento; una página innecesaria estropea a un buen lector.-

***

En cuarenta años de literatura aprendí dos o tres cosas más, pero, por decirlo así, son de orden moral. Por ejemplo: corregir encarnizadamente un texto no es una tarea retórica o estilística, es un trabajo espiritual.-

***

La poesía no es una manera de escribir, es más bien un modo de vivir, de percibir el mundo.-

***

Héctor Tizón: Uno de los pocos narradores contemporáneos que ha llevado el género histórico a la categoría de gran novela. Uno de nuestros mejores escritores. Como vive en Yala, los porteños simulan que no existe.-

***

Deberás pensar por lo menos una vez por día en esta frase de Nietzsche: "Un escritor debería ser considerado como un criminal que, sólo en casos rarísimos, merece el perdón o la gracia: esto sería un remedio contra la invasión de los libros".-

***

Estamos atravesando por lo que yo llamaría una crisis universal del sentido. La religión, la ciencia, el arte, ya no dan respuestas a nadie. El fin de la historia, el fin de las ideologías, la muerte de las utopías, quieren decir sencillamente que no le vemos un sentido al mundo. La pregunta, entonces, sería: ¿Qué sentido tiene la literatura en un mundo sin sentido? No hay más que dos respuetas. La primera: ningún sentido. La segunda es precisamente la que hoy no parece estar de moda: el sentido de la literatura es imaginarle un sentido al mundo y, por lo tanto, al escritor que la escribe.

Fragmentos de sus "Mínimas para escritores", incluidas en el libro Ser escritor tomados del blog la máquina del tiempo.

**
Carta Lacaniana

Por Abelardo Castillo
(De LAS PALABRAS Y LOS DIAS, Editorial Seix Barral, 224 págs. 1999.
Colección: Biblioteca Breve. San Pedro, octubre de 1981)

Señor Contador de la Escuela Freudiana de Buenos Aires S / D

Señor: me dirijo a usted y por su intermedio a la Comisión Directiva de esa institución para dejar constancia escrita, vale decir "a la letra" (cfr. Écrits) de que en el acto de pago a mis conferencias sobre Edgar Poe ha quedado un residuo, como diría el doctor Lacan, que usted, como psicoanalista, debería poder analizar. Ante todo: me doy cuenta de la incompatibilidad que existe entre la función de contador y la de analista. El analista escucha; el que cuenta, o sea el contador, es el paciente. Que usted, doctor, deba sobrellevar en la Escuela Freudiana un cargo, el de contador, por completo antagónico con su profesión habitual, nos ha creado quizá este pequeño problema que, sin embargo, no puede ser resuelto transfiriéndomelo a mí. En cuestiones de sexo y de dinero, me han dicho que ha dicho Freud, hay que hablar claro. Puede que yo no fuera del todo explícito cuando fijé mis honorarios en setecientos cincuenta mil pesos por conferencia, pero muy oscuro no puedo haber sido puesto que eso fue, exactamente, lo que se me pagó por mi primera charla, y, para que la exactitud resultara incluso cronológica, tal pago se efectuó la misma noche del acto. Connotaciones prostibularias al margen, le hago notar que, en cambio, para mi segunda charla no sólo se decidió mitigar mis honorarios, sino que, concluido el acto, no había nadie en su oficina siquiera para informarme de la informal merma. Al día siguiente, y por procuración, me enteré de que sólo recibiría dos tercios de lo acordado (y, si no acordado, al menos re-cordado, por mí, que tenía presente lo acontecido la semana anterior), dos tercios, hago notar de paso, aleatoriamente desvalorizados por la súbita caída del peso argentino, devaluación que ni usted ni yo podíamos prever, aunque quizá el homo económicus que hay en usted, estimado contador-analista, esté más capacitado que yo para evaluar.
O de otro modo: siento que, por lo menos, se me adeudan doscientos cincuenta mil pesos. Y digo "por lo menos" no porque reclame indexación por la citada caída del peso, sino porque, en casos como éste, se acostumbra, por lo menos, la cortesía de una disculpa.
No he consultado esto con mi analista porque, acaso desdichadamente, no me analizo, tal vez usted pueda consultarlo con el suyo y lleguemos finalmente a un cuerdo acuerdo. Mientras tanto le confieso que mi planteo es puramente ético. Y por más de una razón. Si usted, doctor, ha leído bien a Freud y a Lacan advertirá, en primer término, que si yo no cobro por lo que hago, en realidad estoy pagando. Llamémosle a esto complejo de culpa y verá en qué aprieto me pone usted con su actitud: ¿qué error o falta de decoro cometí yo al dar esas conferencias (o antes, tal vez en mi infancia) para tener que pagar por ellas? Si no cobro, señor, deberé tal vez analizarme para descubrirlo, lo cual, espantosamente, me obligaría a pagar acaso innumerables sesiones a un psicoanalista para re-cobrar, pagando, lo que pagué por no cobrar. No puede ser ésta la solución. A menos que mi analista fuera usted y yo no le pagara, o yo lo analizara a usted cobrándole lo que me debe por mis conferencias, más unos centavos simbólicos, para evitarle una mala transferencia.
La otra cuestión ética, es casi estética. Soy escritor. Hace veinticinco años que vengo luchando por la dignidad del trabajo intelectual. En una sociedad como la nuestra, parte de esa dignidad consiste en que la inteligencia sirva, materialmente, para vivir. Si usted hubiese estado presente en mis charlas sobre Edgar Poe ya sabría qué significó para ese hombre, asumir esa ética. Sin contar con que, de haber estado usted, la deuda de su institución conmigo sería menor en veinte mil pesos, ya que, poéticamente al menos, su pago de la entrada habría llegado a destino, como la carta famosa que recuperó el chevalier Dupin y que analizó el doctor Lacan. Pero acaso juzgo mal y usted estuvo. Entonces, señor, quedo su amigo, pues usted como analista ya pagó, aunque no a mí, y en todo caso escuchó lo que pienso sobre la ética, la poesía y la inteligencia, y no hace falta repetirlo.
Si esto es así, me disculpo yo. Y, al desagraviarlo, desagravio en efigie a toda la comisión directiva de la Escuela Freudiana, a la que dono esa residual tercera parte de mis honorarios para que, por ejemplo, hagan arreglar el micrófono que no siempre funciona como debe, por decirlo así.
Saludo en usted cordialmente al analista, me despido para siempre del contador y, si ha tenido la paciencia de leer hasta el fin esta carta, deploro que esa paciencia lo haya convertido, por un rato, en mi paciente.

Tomada del blog la máquina del tiempo.
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Foto: tomada de carlosianni.com.ar

2 comentarios:

Silvina dijo...

"corregir encarnizadamente un texto no es una tarea retórica o estilística, es un trabajo espiritual" Muy bueno, Irene. Gracias

Sebastián Lalaurette dijo...

Ah, cuánto poder el de un buen soneto. La "carta lacaniana" es imperdible, pero me quedé con las ganas de saber si al final le pagaron o no le pagaron. Aunque sospecho.

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char