miércoles, 20 de junio de 2012

¿Pueden acaso morir las sombras?


JOHN DONNE
(Londres, Inglaterra, c.1572-1631)

X

Muerte no seas soberbia porque tú no eres así,
aunque algunos te han llamado temible y poderosa,
puesto que, aquellos a quienes tú piensas has derrocado,
no mueren, pobre muerte, ni siquiera puedes tú matarme.
Del descanso y del sueño, que solo tus imágenes son
—gran placer— entonces de ti, mucho más debe fluir,
y tarde o temprano nuestros mejores hombres van contigo,
los restos de sus huesos, y la salvación de sus almas.
Tú eres esclava del Destino, Azar, reyes y hombres desesperados,
y con veneno, crueldad y enfermedad moras,
y fetiches o encantos también pueden hacernos dormir,
y mejor aun tu caricia; ¿por qué presumes, entonces?
Pasado un corto sueño, despertamos a la eternidad,
y la muerte ya nunca será; muerte, tú morirás.

Versión de Silvia Camerotto
***
Por quién doblan las campanas

¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?  

Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
***
El cálculo

En los primeros veinte años,
a partir de ayer,
trabajo me costará creer
que te hayas ido;
en los cuarenta siguientes,
con los favores que me diste
me sustentaría,
y otros cuarenta en esperanza,
si tú quisieras,
podrían durar.
En lágrimas anegadas
otros cien,
y al aire los suspiros
dos años más. En mil
no me atrevería pensar
en dividir todo mi ser,
que es pensamiento tuyo,
o en otros mil
a olvidarlo tampoco.
Sin embargo, no llamo
esta vida larga, que pienso
que soy, al fallecer, inmortal.
¿Pueden acaso morir las sombras?

Traducción de José M. Martín Triana
***
La prohibición

Cuídate de amarme,
Recuerda al menos que te lo he prohibido;
No es que compense mi derroche de sangre y aliento
Con tus lágrimas y suspiros,
Siendo contigo como tú fuiste para mí;
Pero es tanta la alegría que nuestra vida goza,
Que al menos que tu amor se frustre con mi muerte,
Si me amas, cuídate de amarme.

Cuídate de odiarme,
O de triunfar con exceso en la victoria.
No es que quiera defenderme,
Y devolver odio por odio,
Mas perderás tu hábito de conquistador,
Si yo, tu conquista, perezco bajo tu odio.
Entonces, para que mi nulidad no te disminuya,
Si me odias, cuídate de odiarme.

No obstante, ámame y ódiame,
Para que estos extremos se neutralicen;
Ámame, y podré morir de la manera más dulce;
Ódiame, pues tu amor es demasiado para mí:
O deja que ambas cosas se marchiten, y no yo,
Que siendo tu escenario, viviré sin triunfar,
No sea que destroces tu amor, tu odio y a mí mismo,
Para dejarme vivir, oh ámame y ódiame.

Versión de William Shand y Alberto Girri

1 comentario:

EG dijo...

Qué lindo esto Irene!

Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char