JOHANN WOLFGANG VON GOETHE
(Alemania, 1749-1832)
Lied "Deleite de la tristeza" (subtitulado)
Letra: J.W. Goethe; Música: L.v. Beethoven
***
Prometeo
Cubre tu cielo, Zeus,
con un velo de nubes,
y juega, tal muchacho
que descabeza cardos,
con encinas y montañas;
pero mi tierra
deja en paz
y mi cabaña,
que tú no has hecho,
y mi hogar,
por cuyo fuego
me envidias.
¡No conozco nada más miserable bajo el sol
que vosotros, dioses!
Pobremente sustentáis con sacrificios
y aliento de oraciones
vuestra majestad,
y moriríais
si pordioseros y niños
no enloqueciesen de esperanza.
¡Y, cuando era niño,
no sabía por qué volvía
al sol la mirada extraviada!
¡Como si en lo alto alguien hubiera
que oyese mi lamento,
o un corazón que, como el mío,
se apiadase del oprimido!
¿Quién me ayudó
contra la furia de los titanes?
¿Quién me salvó de la muerte
y de la esclavitud?
¿Acaso no lo hiciste tú todo,
sagrado y ardiente corazón?
¿Y te consumiste, joven y bueno,
engañado, esperando algo
del que duerme allá arriba?
¿Que te venere? ¿Para qué?
¿Has mitigado el dolor del ofendido?
¿Has enjugado el llanto del sumido en la angustia?
¿Acaso no me hicieron hombre
el tiempo omnipotente
y el eterno destino,
mis señores y los tuyos?
¿Creíste tal vez
que odiar debía la vida
y huir al desierto
porque no todos los sueños maduraron?
Aquí estoy y me afianzo;
formo hombres
según mi idea;
un linaje semejante a mí,
que sufra, llore,
goce y se alegre,
¡y que no te respete,
como yo!
y juega, tal muchacho
que descabeza cardos,
con encinas y montañas;
pero mi tierra
deja en paz
y mi cabaña,
que tú no has hecho,
y mi hogar,
por cuyo fuego
me envidias.
¡No conozco nada más miserable bajo el sol
que vosotros, dioses!
Pobremente sustentáis con sacrificios
y aliento de oraciones
vuestra majestad,
y moriríais
si pordioseros y niños
no enloqueciesen de esperanza.
¡Y, cuando era niño,
no sabía por qué volvía
al sol la mirada extraviada!
¡Como si en lo alto alguien hubiera
que oyese mi lamento,
o un corazón que, como el mío,
se apiadase del oprimido!
¿Quién me ayudó
contra la furia de los titanes?
¿Quién me salvó de la muerte
y de la esclavitud?
¿Acaso no lo hiciste tú todo,
sagrado y ardiente corazón?
¿Y te consumiste, joven y bueno,
engañado, esperando algo
del que duerme allá arriba?
¿Que te venere? ¿Para qué?
¿Has mitigado el dolor del ofendido?
¿Has enjugado el llanto del sumido en la angustia?
¿Acaso no me hicieron hombre
el tiempo omnipotente
y el eterno destino,
mis señores y los tuyos?
¿Creíste tal vez
que odiar debía la vida
y huir al desierto
porque no todos los sueños maduraron?
Aquí estoy y me afianzo;
formo hombres
según mi idea;
un linaje semejante a mí,
que sufra, llore,
goce y se alegre,
¡y que no te respete,
como yo!
Traducción de Ángel Romera
¡La encontré!
Era en un bosque: absorto
pensaba andaba
sin saber ni qué cosa
por él buscaba.
Vi una flor a la sombra,
luciente y bella,
cual dos ojos azules,
cual blanca estrella.
Voy a arrancarla, y dulce
diciendo la hallo:
«¿Para verme marchita
rompes mi tallo?»
Cavé en torno y toméla
con cepa y todo,
y en mi casa la puse
del mismo modo.
Allí volví a plantarla
quieta y solita,
y florece y no teme
verse marchita.
Versión de Rafael Pombo
***
Meditación ante el cráneo de Schiller
Era el lúgubre osario... en orden, mudos...
quédome absorto al remirar la fila
de cráneos polvorosos y desnudos;
y atónito, nublada la pupila
en la visión, soñé los tiempos idos...
y fue el pasado en su mudez tranquila.
Los que tanto se odiaron, ora unidos,
rozándose, mezclaban los despojos
de duros huesos en la lid partidos,
y acostados en cruz ante mis ojos,
en posición de beatitud serena
dormían dulcemente sus enojos:
vi en sueltos eslabones la cadena
de omóplatos en tanto el mundo ignora
¡qué fardo les impuso la condena!
Y aquellos miembros ágiles de otrora,
manos y pies de gracia floreciente,
muestran su lasitud separadora...
Fatigados mortales, vanamente
a lo largo tendidos en la fosa,
ni allí gozáis de la quietud clemente
¿Quién ama la ruina pavorosa
ya así desnuda en la inquietud del día
y urna otro tiempo de beldad dichosa?
Esa yerta escritura me decía
a mí el devoto, lo que extraña gente
signos sagrados no leía.
Súbito en medio del montón yacente,
descubro al fin la fúlgida cabeza
sin par, helada, enmohecida, ausente,
y siento reanimarse mi tristeza
con secreto calor, y d'ese abismo
un raudal con vívida presteza,
Lléname de hondo encanto el cataclismo
al ver en esa huella soberana
divina concepción de hondo mutismo...
Y va mi mente hacia la mar lejana,
que hace y destruye formas en su seno
aún más perfectas que la forma humana.
Vaso de enigmas, otro tiempo lleno
de oráculos, mi mano desfallece:
no puedo alzarte en ademán sereno.
¡La podre lavaré que te ensombrece,
tesoro sin igual, y en aire puro
ya libre sol donde el pensar florece!
No logra el hombre en su sondar oscuro
captar el todo que la vida escancia
si Dios-natura cede a su conjuro
y le dice por qué de la sustancia
deja exhalar su espíritu que crea,
y cómo permanece en la sustancia
su dinamismo genitor: ¡la idea!
Versión de Rafael Pombo
***
Soneto
Del arte practicar los modos nuevos,
sagrado deber es que se te impone;
según el ritmo y el compás prescritos,
moverte tú también como yo puedes.
Que si con fuerza el ánimo se excita,
entonces justamente pide calma;
y por más aspavientos que hacer pueda,
al cabo su remate la obra halla.
Tal yo quisiera artísticos sonetos,
en un alarde medida justa,
rimar con mis mejores sentimientos;
Sólo que, a la verdad, algo me ata,
pues antaño tallaba a mi capricho,
y ahora de cuando en cuando pegar debo.
***
De Elegías
I
A vosotros debemos el saber
que hemos sido felices una vez.
¡Decid, piedras; hablad vosotros, altos palacios!
¡Una palabra, oh vías! Genio, ¿no te conmueves?
Sí, un alma tiene todo dentro tus sacros muros,
¡oh Roma eterna! Solo que aun para mí está muda.
¡Oh, quién podría decirme en qué ventana antaño
vi la pura beldad cuyo fuego es un bálsamo!
¡Ay, qué torpe mi alma no adivina aún la senda,
vagando por la cual tiempo perdí precioso!
Templos, palacios, ruinas y columnas hoy miro
cual hombre que al viajar sacar provecho sabe.
Mas pronto su tarea termina y solo queda
un templo, el del amor, que a iniciados acoge.
¡Un mundo, en verdad, eres, Roma! Mas sin Amor,
¡ni el mundo sería mundo ni Roma fueras tú!
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