viernes, 8 de febrero de 2013

Puedo robarle el corazón como un huevo a un pájaro

Tomada de BBC News
JEANETTE WINTERSON
(Manchester, Inglaterra, 1959)

La habitación no es mía. Una ventana enmarca un fresno. Una ventana enfoca el mundo. Desde el ancho lente de tu ventana puedo ver un álbum de vida ordinaria. Hay una mujer desplegando un atril musical con metálica determinación. Toma una flauta, comienza a tocar, y burbujas de jabón de las notas rompen contra el cristal. La música está flotando, pero la mujer está de pie muy quieta. Lo raro en ella es que está desnuda. Sí, completamente desnuda, su espina dorsal tan larga y recta como su flauta, sus vértebras como las llaves de la flauta. Abrí la ventana para dejar entrar la música. Éramos flotante Mozart. ¿Por qué será que las cosas reales son frágiles y duras, destruidas tan fácilmente, pero nunca dañadas? Perdidas para nosotros eternamente –estúpidamente, inconscientemente- pero en sí mismas encontradas, siempre, una vez más, cuando el tiempo se abre como una puerta.
***
Espejismos

Evalué mis opciones.
Podía quedarme y sentirme desdichada y humillada.
Podía irme y sentirme desdichada y digna.
Podía suplicarle que volviera a tocarme.
Podía vivir de la esperanza y morir de amargura.
Reuní algunos bártulos y me fui. No fue fácil: también era mi hogar.

(*) fragmento
***
Siempre me ha gustado nadar y un día que estaba en alta mar llegué a una cueva de corales y vi a una sirena que peinaba sus cabellos. Me enamoré de ella en ese instante y después de unos meses de encuentros ilícitos, durante los cuales mi marido se quejó constantemente de que yo apestaba a pescado,
huí y comencé a vivir con ella en perfecta y salobre dicha.

(Historia de las doce princesas bailarinas)
***
De Las poéticas del sexo

¿Por qué se acuesta usted con mujeres?
Mi amante Picasso está atravesando su Período Azul. En el pasado sus períodos siempre fueron rojos. Rojos rabanito, rojos como el deseo, rojos como la semilla que estalla de los escaramujos. Rojos como la lava cuando le decían Pompeya en su Período Destructivo. Su hedor, su herida, su concha partiéndose. En cuclillas, como un luchador de Sumo, muslos como jamones, lomos de cerdo, bifes de cortes traseros y ubres de cordero. Puedo robarle el corazón como un huevo a un pájaro.
Ella corre hacia mí con un deseo sutil, como una perra que llega a la cerca como si llegara a la caballeriza. Ella brama en la ventana, ensangrienta la vereda con su deseo. Me dice: “No necesitás ser Rapunzel para soltarte el pelo.” Conozco el juego. Lo conozco lo suficiente para golpear mis cuartos traseros y retirarme. No soy un flirteo. Puede oler mi suciedad y eso la hace inflamarse. Eso es lo que hace que mi tierna amante me haga engordar con espadaña fina. Cómo me hace engordar. Me hace inflarme, me da palmaditas, me estruja, y me alimenta. Me alimenta con deseo hasta que estoy gorda como ella. Estamos gordas una de la otra, nosotras, chicas retoño. Nosotras, limpias chicas enramadas, estamos llenas de sexo. Vos estás ancha lo suficiente como para mis caderas como rosas, te cubriré con mis pétalos, te voy a cubrir con mi perfume. Te cubriré en toda tu extensión con el peso de mi carga. Mi amante-buey me convierte en una ‘matadora’. Me circula y en su anillo rústico estoy completa. Me gusta la vestimenta, las pequeñas chaquetas, los lazos de seda, me gusta su suave piel, su cuero grueso y bronceado. Ella es quien me da el poder de la espada. La usé una vez, pero cuando la corté fue la carne de mi puño cerrado la que encañonó un borde de sangre. Se tendió a mi lado delgada como un hasta. Su pequeña chaqueta y sus lazos de seda impecables. Sudé mierda y no pude respirar en mi anillo roto. Somos chicas artistas de cambios rápidos.

Traducción: Irene Ocampo. Del libro Jeanette Winterson: "The world and other places", Vintage, Inglaterra, 1999.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char