(Junín, Buenos Aires, Argentina, 1947)
Encuentro con Munch
(Fragmento)
El temor a saltar hacia la próxima palabra; no sé bien si el temor o la incertidumbre del salto al negro
vacío o al vacío blanco. Elijo el vacío blanco, como una
luz llena de sí misma en la que me hundo, sin preguntas.
El contorno de la mano tiembla con una energía
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E. Munch: La danza de la vida |
suave, línea trémula de casi imperceptible fulgor: es la
circulación del lenguaje. Que me lleve, que pueda seguir
sin intentar otra cosa que seguir, que dibujar estos
trazos aprendidos que fluyen de la punta de la pluma,
facilitados por la tinta benigna, que hace deleitable el
dibujo, lo desliza, va hacia delante, se arriesga y que tal
vez, si lo sigo, alcance la zona desconocida que quiere
expresarse; el impulso es de la mano, de ella y de la plu-
ma. Desconocida significa inaccesible; algo incomunicable
que late sumergido o enterrado y que trata de aproximarse a la superficie, salir de su encierro y mostrarse. Toque que perturbó las aguas profundas. En algún lugar difuso, lo presiento; es algo ambiguo que
intenta encontrar la forma; la forma quiere decir: las
palabras. El hálito, el aliento, hay que tomar el aliento
y conciliarlo con una forma aún indefinida, que todavía
no se manifiesta; el hálito necesita la forma, la necesita
para poder mostrarse, requiere los sonidos en el
pensamiento y su dibujo en el papel. Late, débil, entre
líneas o entre las palabras que dibujo, tal vez debajo de
estas palabras que dibujo, pero existe, tiene una preexistencia
errática pero cierta, está ahí, late. Si consigo continuar
es posible que se presente, que adquiera un peso
y una proporción entre las frases. Un impulso ignorado;
no sé de qué se trata. Una idea, una sensación olvidada
en la superficie, una vibración de la luz, como una
onda apenas insinuada por un movimiento en lo profundo,
anclada en lo hondo, no dicha, nunca tomando
lugar en el molde de lo dicho. Pero ¿qué?, ¿coartadas?,
¿no permitido?; considero, lo voy a considerar. Considero
que tal vez yo contenga algo que no he dicho o que
no he intentado decir hasta ahora y que, agazapado, o
simplemente en espera, tranquilo y paciente o inquieto
y feroz, ha esperado este raro momento de suspensión
para insinuarse y que, tal vez yo misma mediante algún
mecanismo que se me escapa, no haya permitido
esa floración, no sé si la palabra es lícita, pero las palabras
van una detrás de la otra sin mi incumbencia;
aunque floración remite a algo benévolo y tal vez no lo
sea, no sé. No es fácil que me disponga así como así; es
este filo, esta duermevela; ha sido el influjo de la nieve
y la esperanza puesta en la pluma, en su fluir, en su
deslizamiento tan fácil de manejar, casi sin mi voluntad
que tal vez traiga consigo una revelación. Contradictorio,
este deslizarse fácil de la mano es engañoso, en
él no encuentra lugar aquello que está buscando desplegarse,
encontrar su lugar en las palabras; cosas ya dichas,
E. Munch: El grito |
cientos, miles de veces, cómodas, acomodadas,
moldes en lucha tiránica con otros matices, rasgos nuevos
que pugnan por ingresar, que se han agregado como
espinas a lo ya sabido y lo ya sabido no puede o no
quiere aceptarlos; lo que intenta ser dicho es ahogado
por las connotaciones debidas a la costumbre, a los sucesos,
historias que cargan a las palabras con un fardo
pesado hasta hacerlas arrastrar una existencia obesa,
justamente a causa de ese volumen repleto que no les
deja espacio aireado para incorporar significados de los
nuevos tiempos o de las nuevas experiencias, simplemente
el matiz que tanto necesitan y, a causa de esto, es
posible que ahora, en este momento, lo que quiere ser
dicho no encuentra su lugar precisamente por ese motivo
aunque ha cobrado una entidad casi corpórea y loque-
quiere-ser-dicho está en la instancia previa a
manifestarse, está en seleccionar, en ser selectivo de las
formas, ser lo menos errático posible en el instante de
elegir las palabras. Demasiada exigencia; las pequeñas
antenas sensibles de lo todavía amorfo, lo-que-quiereser-
dicho-y-no-puede-expresarse tocan un punto por debajo
de la superficie del lago en calma, casi se perfila su
difuso contorno en la transparencia, ya, a punto de
mostrarse, pero la epifanía no se produce; ese acercarse
a la línea no conduce a nada, no dice lo que pugna, lo
que presiona desde abajo buscando la forma que le permita
emerger, nacer, darse a luz. Ser dicho. Amoldarse
a las palabras sin perder identidad; es difícil. Un suspiro
de descanso, un respiro. Parece demasiada exigencia,
pero si no encuentra las palabras exactas, aquellas que
necesita para decir lo que no encuentra forma de ser
dicho, perdería identidad y lo-que-quiere-ser-dicho sería
otra cosa, expresada ya con su forma-otra, no con la
inminencia primigenia que se insinuó, se intuyó, cuando
las palabras iban a ser dibujadas una detrás de la
otra, anulando por un momento el temor del salto hacia
la nada, hacia el vacío blanco, de la próxima palabra;
había elegido el vacío blanco, cegador como la
nieve, y ahí, en lo profundo, en el magma blanco cegador,
en esa nada flotante e insípida se produjo esa instancia
de decisión de que algo deseaba ser dicho, algo
todavía sin nombre ni forma, un sentido anclado en lo
profundo, y enseguida la intención. Porque cuando
aparece o se insinúa la intención de algo de ser dicho,
de inmediato, sin que nada pueda impedirlo, por una
ley desconocida del espacio blanco cegador, concomitante
con ella, se da y nace la búsqueda de la forma. Y
previo a esto, en una instancia interna inapelable, los
filamentos de sentido se tienden en el espacio negro, uno
en busca del otro, uno tratando de asirse al otro, como
huellas débiles de luz en la oscuridad que se van juntando,
una danza, para formar un haz, un manojo
más fuerte en su luminosidad que ahora sí, ya, ahora,
significa, y ese significado empieza a rodar silencioso,
fluye, como el fluir de un río o de la sangre en las venas,
pero impersonal, sin ser nada todavía sólo puro deslizamiento
de sentido que busca su forma. Ahora: un sentido
de carga oscura. Eso lo sé. Y así tal vez se pueda
formular, pero si permanece en estado de preexistencia,
puede flotar en la anomia como una galaxia gaseosa,
como la lluvia en una pantalla brillante sin imagen,
antes de su condensación, cuando es todavía un velo
tenue que de golpe se ciñe al núcleo de un sentido, fulgurante,
súbito. Son las cinco; entonces, ingresa un sentido.
¿De la madrugada? Así es. Sabemos algo, pero
aún nada del sentido que se insinuaba (¿oscuro?), porque
el sentido que se insinuaba ha retrocedido ante la
brutalidad de la pregunta y la brutalidad de la respuesta,
como un cardumen plateado que se espanta y, con
un giro instantáneo, huye; demasiado ruido hizo la
pregunta, irrumpió como un disparo. Y la fragilidad de
lo-que-buscaba-ser-dicho hizo que se retraiga, se retrae,
como el giro brusco de un pececito plateado, alarmado
tal vez por la cercanía posible de un molde concreto que
se presentó sin permiso, obligándolo a mirarlo de frente,
el molde; que lo atrapará, tal vez, en un masculino
singular (¿tiempo?), o en un femenino plural (¿muertes?)
o en una interjección, o en una forma verbal. Me
inclino por lo último, lo intuyo. Busca una forma verbal.
Es sólo un presupuesto, algo tranquilizador; no sé
en realidad qué ha pasado con lo que quería ser dicho,
¿se retiró? Es comprensible. Si adquiriera una forma,
¿verbo?, esa forma ya estaría obligándolo, ciñéndolo a
una función y a una convivencia necesariamente pacífica
ya que los significados no pueden darse de patadas,
existe lo que se llama lógica cosa a la cual lo que quiere
ser dicho le escapa, quiere salirse de su norma, la norma
rígida de la lógica. Lo que quiere ser dicho acá y ahora
busca un canal pleno, de intuición directa, centelleante,
que le permita expandirse sin ser deformado en extrañas
bifurcaciones. Empiezo a creer que lo que quiere
ser dicho no puede ser dicho; es, por ahora, una sospecha.
1 comentario:
¿Llegamos alguna vez a decir lo que quiere ser dicho? A veces me gusta pensar que no. Por eso, seguimos escribiendo.
Saludos
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