miércoles, 5 de febrero de 2014

No mires el borrón, Susie

Algunas cartas de EMILY DICKINSON

(Amherst, Massachusetts, EE.UU., 
1830- 1886)


"Pienso, señor, que como usted 13 de enero de 1854 era el pastor del señor B.F. Newton, que murió hace algún tiempo en Worcester, puede satisfacer mi necesidad de enterarme de si sus últimas horas fueron alegres. Yo lo apreciaba mucho, y me gustaría saber si descansa en paz..."

***A Austin Dickinson(18 de abril de 1842)
Amherst, Mass

Mi querido Hermano,
Como Papá iba a Northampton y pensaba ir a verte pensé que aprovecharía la ocasión y te escribiría unas líneas - Te echamos muchísimo de menos no te figuras lo raro que se Nos hace sin ti había siempre un tal jolgorio dondequiera que estuvieras echo de menos a Mi compañero de cama muchísimo puesto que es poco frecuente que lo concilie ahora porque tía Elisabeth tiene miedo de dormir sola y Vinnie tiene que dormir con ella pero tengo el privilegio de mirar debajo de la cama cada noche que aprovecho como podrás suponer a las Gallinas les va bien los pollos crecen muy rápido temo que serán tan grandes que no puedas percibirlos a simple Vista cuando llegues a casa la gallina amarilla se está desprendiendo de una nidada de polluelos encontramos un nido de gallina con cuatro Huevos dentro cogí tres y los metí en casa al día siguiente fui a ver si habían puesto alguno y no habían puesto ninguno y el que había ya no estaba así que supongo que pasó por allí una mofeta o si no una gallina En forma de mofeta y no sé cuál - las Gallinas ponen divinamente William se lleva a su casa dos al día nosotros 4 o 5 al día aquí hay un Agateador que pone en el suelo los nidos están tan altos que no pueden alcanzarlos desde el suelo Me parece que tendremos que fabricar algunas escaleras para que puedan encaramarse William encontró a la gallina y al Gallo que no encontrabas después de que te marcharas recibimos tu carta el viernes por la mañana y nos alegró recibirla debes escribirnos más a menudo la cena antialcohólica fue muy bien el otro día estaba toda la Familia Excepto Lavinia y Yo había más de Cien los estudiantes pensaron que la cena era demasiado barata las participaciones valían medio dólar cada una así que van a organizar una cena mañana por la Noche que supongo que será muy elegante el señor Jones ha descubierto al mirar su póliza que su seguro es de 8 mil dólares en lugar de 6 lo cual hace que se sienta muchísimo mejor que al principio el señor Wilson y su mujer tomaron té aquí la otra noche se mudan el miércoles - han conseguido que uno de los Edificios de Mt Pleasant termine donde debía lo cual es motivo de gran júbilo para la gente real mente nos hacía escocer los Ojos y me alegro de que esté fuera de la vista y también del oído - imagino que habrá mucho que arreglar en esos edificios estamos todos muy bien y esperamos que tú también - ahora tenemos un clima muy agradable ha venido el señor Whipple y esperamos a la señorita Humfrey mañana - tía Montague - ha estado diciendo que llora rías antes de que terminara la semana al Primo Zebina le dio un ataque el otro día y se mordió la lengua - como dices es un día lluvioso y no puedo pensar en - Nada más que decir - Esperaré una respuesta a mi carta pronto Charles Richardson ha regresado y está en la tienda del señor Pitkins Sabra no lo persigue en absoluto la última vez que la vi que fue el sábado no lo había visto supongo que te mandaría recuerdos si supiera que yo iba a escribirte - ahora debo cerrar - todos te mandan una gran cantidad de amor y esperan que te vaya todo bien y - Disfruta -
Tu afectuosa Hermana Emily -
 ***
Carta de amor de Emily Dickinson a «el maestro».
(Verano de 1861)

Maestro: Si usted viera cómo una bala alcanza a un pájaro, y él le dijera que no está herido, puede que llorase ante su amabilidad, pero con toda seguridad dudaría de su palabra. Una gota más de la cuchillada que ensucia el pecho de vuestra Margarita… Dios me creó, Maestro. No fui yo misma. Yo no sé cómo ocurrió. Él construyó el corazón en mí. Golpe a golpe, creció más que yo y, como una pequeña madre con un hijo mayor, me can­sé de cargar con él. Me enteré de que existía algo llamado «Redención», algo que hacía descansar a hombres y mujeres. Se acordará que le pregunté por ella: usted me ha dado algo distinto. Olvidé la Redención… (No se lo dije durante mucho tiempo, pero sabía que usted me había cambiado) y estaba cansada… Me siento más vieja -esta noche, Maestro- pero el amor es el mismo, y también lo son la luna y la media luna. Si la voluntad del Señor hubiera sido que respirase donde usted respiraba y encontrase el lugar -por mí misma- en plena noche; si nunca puedo olvidar que no estoy con usted ni que la tristeza y el fracaso están más cerca que yo; si deseo con una fuerza que no puedo reprimir que mío sea el lugar de la reina, el amor del Plantagenet es mi única disculpa…
Estas cuestiones son sagradas, señor, las abordo con veneración, pero las personas que oran se atreven a decir en voz alta «¡Padre!». Afirma que yo no se lo cuento todo. La Margarita «confesó y no desmintió».
El Vesubio no habla; el Etna, tampoco… Uno de los dos pronunció una sílaba hace mil años, Pompeya la oyó y se ocultó para siempre. No se atrevió a mirar al mundo a la cara después -supongo-. ¡Vergonzosa Pompeya! «Le hablaré del deseo.» Sabe lo que es un parásito, ¿verdad?; usted ha sentido el horizonte, ¿verdad?, ¿y el mar nunca se acercó tanto como para hacerle bailar? No sé qué puede hacer pero, gracias, Maestro; si tuviera barba en mis mejillas, como usted, y usted tuviera pétalos de Margarita, y se preocupara mucho por mí, ¿qué sería de usted? ¿Podría olvidarme en la lucha o en el vuelo o en tierra extraña…? Solía pensar que cuando muriera podría verle, así que habría de morir tan rápido como pudiera, pero la «corporación» también lo va a hacer, de manera que el Cielo ya no será un lugar aislado. Digamos que esperaré por usted. Digamos que no necesito ir con ningún extraño al, para mí, país desconocido. He esperado mucho tiempo, Maestro, pero puedo esperar todavía más, esperar hasta que mi pelo color de avellana esté moteado y usted utilice bastón, entonces podré mirar mi reloj y, si el Día está en el lejano ocaso, podemos tentar a la suerte en el Cielo.
***
Para Susan Gilbert Dickinson      
(alrededor de febrero de 1852)

Agradezco a los pequeños copos de nieve, porque caen hoy y no durante algún insignificante día de semana cuando el mundo y los cuidados del mundo intentan tanto tenerme alejada de mi amiga lejana—y te agradezco a ti también, querida Susie, porque nunca te cansas de mí, o nunca lo dices, y porque cuando el mundo es  frío y la tormenta gime tan lastimosamente, yo estoy segura de un dulce refugio, ¡uno que me ampara de la tormenta!
Las campanas están tañendo, Susie, al norte, al este, al sur y con tu propio pueblo, y los que aman a Dios están aguardando para ir a la asamblea; no vayas, Susie, no vayas a su reunión, mas ¡ven conmigo en esta mañana a la iglesia de nuestros corazones, donde las campanas siempre tocan a vuelo y donde el predicador cuyo nombre es Amor—intercederá por nosotras!
Todos menos yo irán, al lugar de siempre, para oír el sermón de siempre; la inclemencia de la tormenta muy amablemente me ha detenido; y mientras estoy aquí Susie, sola con los vientos y contigo, tengo el antiguo sentimiento de rey más que nunca antes, porque sé que ni siquiera el hombre más delgado podrá insinuarse en este retiro, este dulce Sabbat nuestro. Y te doy las gracias por la querida carta, que llegó el sábado por la noche, cuando el mundo entero estaba en silencio; te agradezco por el amor que me trajo y por los pensamientos de oro y sentimientos tan iguales a gemas, ¡que me aseguré de recogerlos en cestos de perlas! Lamento esta mañana, Susie, no tener ningún suave atardecer con que dorar una página para ti, ni bahía tan azul—ni siquiera un pequeño cuarto arriba en el firmamento, donde está el tuyo, que me diera pensamientos de cielo, que yo te daría a ti. Tú sabes cómo tengo que escribirte, abajo, abajo, en lo terrenal; aquí no hay atardecer, no hay estrellas; ¡ni siquiera un pedacito de crepúsculo sobre el cual poetizar—antes de enviártelo! Y sin embargo, Susie, habrá romance en el camino de esta carta hasta ti—piensa en los valles y colinas, y en los ríos que pasará, y en todos aquellos que la llevarán a ti; ¿no hará eso un poema como nunca se ha escrito? Pienso en ti querida Susie, ahora, y no sé cómo ni por qué, pero el cariño es más grande a medida que los días transcurren y se hace más y más cercano aquel dulce mes de promesa; y visualizo a junio de manera tan distinta de cómo solía—antes me parecía árido y reseco—y casi no lo quería por ese calor suyo y ese polvo; pero ahora Susie, de todos los meses del año es el mejor; dejo a un lado las violetas—y el rocío, La Rosa prematura y los Petirrojos; todos ellos yo los cambiaría por ese caluroso y rabioso mediodía, cuando pueda yo contar las horas y los minutos que faltan para tu llegada—O Susie, con frecuencia pienso que intentaré decirte cuán querida me eres, y cómo estoy aguardando tu llegada, pero las palabras no llegan, aunque sí las lágrimas, y aquí estoy frustrada—sin embargo querida, tú lo sabes todo—entonces ¿por qué trato de decírtelo? No sé; cuando pienso en aquellos a quienes amo, la razón me abandona y a veces en verdad me temo que tendré que construir un hospital para los locos sin esperanza, y encadenarme allí en momentos como éste, para no hacerte daño.

 Siempre cuando el sol brilla, y siempre cuando hay tormenta, y siempre siempre, Susie, te recordamos, y qué otra cosa además de recordar, no te diré, ¡porque tú sabes! Si no fuera por la querida Mattie no sé qué haríamos, pero ella te quiere tanto y nunca se cansa de hablar de ti y todos nos reunimos y hablamos una y otra vez y eso nos vuelve más resignados que si lloráramos por ti a solas. Fue sólo ayer cuando fui a ver a la querida Mattie, con la intención de quedarme un rato, sólo un ratico, debido a las muchas diligencias que tenía que hacer, y media hora más y nunca hubiera creído que fueron tantos minutos—¿y de qué te imaginas que hablamos, todas esas horas?—¿qué darías para saberlo?—dame la posibilidad de ver tu dulce rostro por un instante, Susie querida, y te lo diré todo—no hablamos de estadísticas ni hablamos de reyes—pero el tiempo se llenó completo; y cuando la aldabilla fue levantada y la puerta de roble cerrada, bueno, Susie, como nunca antes me di cuenta de cómo una sola casita contenía lo que me era querido. Estar con Mattie es dulce—como estar en casa, pero es triste al mismo tiempo—y un pequeño recuerdo llega y pinta—y pinta—y pinta—y lo que es más extraño es que su lienzo nunca se llena, y cada vez que voy, lo encuentro donde lo dejé—y ¿a quién está pintando? –Ah, Susie, «pa´qué te digo» —pero no es Mr Cutler, ni es Daniel Boom, y ya no te digo más—Susie, ¿qué te parece si te cuento que Henry Root va a venir a visitarme, alguna tarde de esta semana, y le he prometido leerle algunas partes de tus cartas? Pero no te preocupes, querida Susie, porque él desea tanto saber de ti y no le leeré nada que tú no quisieras—sólo unos pequeños pasajes que lo complacerían tanto—lo he visto varias veces últimamente, y lo admiro, Susie, porque habla de ti tanto y tan primorosamente; y sé que te es leal, cuando estás lejos—Hablamos más de ti, querida Susie, que de cualquier otra cosa—me cuenta cuán maravillosa eres, y yo le cuento cuán leal eres, y sus grandes ojos brillan y se ve tan contento—sé que no te importaría, Susie, si supieras cuanta felicidad le produjo—Mientras le hablaba la otra noche de todas las cartas que me has enviado, había en él una mirada muy anhelante, y yo sabía lo que hubiera dicho, si hubiese tenido la suficiente confianza—así que respondí a la pregunta que su corazón quería hacer, y cuándo alguna grata noche, antes de que esta semana se acabe, te acuerdes de tu casa y de Amherst, sepas tú, Querida—que ellos te están recordando, y que «dos o tres» están reunidos en tu nombre, queriéndote y hablando de ti—¿estarás tú allí en medio de ellos? Entonces he encontrado un lindo nuevo amigo a quien he hablado de la querida Susie y le he prometido que, apenas llegues, haré que te conozca. Querida Susie, en todas tus cartas hay cosas dulces y muchas de las cuales quisiera hablar, pero el tiempo dice no—no creas sin embargo que las has olvidado—Oh no—están seguras en el pequeño cofre que no revela secretos—ni la polilla, ni la herrumbre pueden alcanzarlas—pero cuando llegue el tiempo del que soñamos, entonces Susie, yo las traeré, y pasaremos largas horas hablando y hablando de ellas—de esos preciosos pensamientos de amigas—de cómo los amé y cómo los amo ahora—nada sino la misma Susie es ni siquiera La mitad tan querida. Susie, no te he preguntado si estás bien y de buen ánimo—y no puedo pensar por qué, a excepción de que hay algo perenne en aquellos que amamos con ternura, una vida y un vigor inmortales; pues parece como si toda enfermedad, o todo mal se alejara, no se atreviera a hacerles daño y Susie, mientras estás alejada de mí, te tengo como los ángeles y tú sabes que la Biblia nos dice que—“no hay enfermedad allí”. Pero, querida Susie, ¿estás bien y en paz? Porque no quiero hacerte llorar preguntándote si eres feliz. No mires el borrón, Susie.
¡Es porque no observé el Sabbat!
Susie, ¿qué haré?—no hay suficiente espacio, ni la mitad del que necesito para contener lo que quería decir.
¿No quisieras decirle al hombre que hace hojas de papel que no me merece el más mínimo respeto?
Y ¿cuándo tendré una carta?—cuando sea conveniente, Susie, no cuando estés débil y fatigada, -¡nunca!
Emeline mejora tan lentamente; pobre Henry; me imagino que piensa que el curso del amor verdadero no fluye muy suavemente.
Mucho cariño de mi Madre y de Vinnie, y luego hay otros que no se atreven a enviarlo.
¿Quién te quiere más y mejor que todos y piensa en ti cuando los demás disfrutan sus reposos?

Es Emily—
***
Para Susan Gilbert Dickinson
S/D

Están limpiando la casa hoy, Susie, y he hecho un rápido bosquejo de mi cuarto, donde con afecto, y contigo, yo pasaré esta mi hora preciosa, la más preciosa de todas las horas que marcan los días al vuelo, y el día tan querido, que por él cambiaría todo, y tan pronto como pase, suspiraré otra vez por él. No puedo creer, Susie querida, que casi he permanecido sin tí un año entero; el tiempo parece a veces corto, y mi recuerdo de ti caliente como si te hubieras ido ayer, y otras veces si los años y los años recorrieran su camino silencioso, el tiempo parecería menos largo. Y ahora como pronto te tendré, te sostendré en mis brazos; perdonarás las lágrimas, Susie, acuden tan felices que no está en mi corazón reprenderlas y enviarlas a casa.
No sé por qué es -pero hay algo en tu nombre, ahora estás tomando de mí, que llena mi corazón por completo, y mi ojo, también. No es que mencionarlo me aflija, no, Susie, pero pienso en cada "sitio soleado" donde nos hemos sentado juntos, y no sea que no haya no más; conjeturo que ese recuerdo me hace llorar. Mattie estuvo aquí la tarde pasada, y nos sentamos en la piedra de la puerta delantera, y hablamos de vida y de amor, y susurramos nuestras suposiciones infantiles sobre tales cosas dichosas - la tarde se fue tan pronto, y caminé a casa con Mattie debajo de la luna silenciosa, y sólo faltabas tú, y el cielo. Tú no viniste, querida, pero un poquito de cielo sí , o eso nos pareció a, pues caminamos de un lado a otro y nos preguntábamos si ese gran bendición que puede ser nuestra alguna vez, se concederá ahora, a alguno. ¡Esas uniones, mi Susie querida, por las cuales dos vidas son una, esta adopción dulce y extraña en donde podemos mirar, y todavía no se admite, cómo puede llenar el corazón, y hacerlos en pandilla latir violentamente, cómo nos tomará un día, y nos hará suyos, y no existiremos lejos de él, sino que quedaremos quietas y seremos felices!
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Susan Huntington Gilbert era hija de un posadero de Greenfield, Massachussetts, y por lo tanto pertenecía a una clase social diferente de la de los Dickinson. Habiendo quedado huérfana de padre y madre, desde su adolescencia vivió con una tía en Geneva, New York, y con su hermana casada, Harriet Gilbert Cutler, en Amherst. Aquí en 1847 frecuentó la Amherst Academy para luego ir a Baltimore donde trabajó como maestra en 1851. Éstos son los años en que surge esa amistad con Emily y Austin Dickinson que tanta importancia tendrá para la vida de estos últimos.
         A pesar de la distancia que sin duda se creó después del matrimonio de Susan con Austin, Emily Dickinson siempre mantuvo su admiración por Sue.


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A T. W. Higginson
[Amigo y consejero literario de E. D.]
(15 de abril de 1862)

Señor Higginson,
¿Está usted demasiado ocupado para decirme si mi Verso está vivo?
La mente está tan cerca de sí misma - que no puede ver, con nitidez, y no tengo a quién preguntar- De pensar usted que respira -y de tener el asueto para decírmelo, sentiría yo una pronta gratitud-.
Si cometo el error -y usted osara decírmelo- le honraría yo más sinceramente -a usted-
Adjunto mi nombre -y le pido, si le place- Señor -que me diga ¿qué es verdadero?
Que no me traicionará usted -es vano pedirlo- porque el honor es su propia prenda-

Emily Dickinson
***
A Susan Gilbert (Dickinson)
[Amiga íntima y futura cuñada]
(Principios de diciembre de 1852)

Viernes a mediodía
Querida Amiga.
Lamento informarte que a las 3 en punto de ayer mi mente se detuvo, y que desde entonces ha permanecido estacionaria.
Antes de que estas noticias te lleguen, probablemente seré un caracol. Por esta adversa providencia, un ser mental y moral ha sido barrido de su esfera, sin clemencia. Pero no deberíamos apurarnos -“Dios se mueve de manera misteriosa, para llevar a cabo sus maravillas, planta el pie en el mar y cabalga sobre la tormenta”, y si es su voluntad que yo me convierta en oso y muerda a mis semejantes, será para el bien supremo de este mundo caído y perecedero. Si el caballero en los aires tiene la bondad de dejar de tirar bolas de nieve, podría volver a reunirme contigo, de otro modo, es incierto. Mis padres están bastante bien -Gen Wolf * está aquí- iremos a recoger al comandante Pitcairn* que llega en la diligencia de la tarde.
Ayer estuvimos muy afligidos por el supuesto traslado de nuestra Gata del tiempo a la Eternidad.
Regresó, no obstante, anoche, tras ser detenida por la tormenta más tiempo del que esperaba.
Leo en los periódicos de Boston que Giddings** vuelve a estaren alza - espero que lo arreglarás con Corwin [político que se había opuesto a la ley del Esclavo Fugitivo] y que tendrás al norte entero en ristre.
Buen tiempo para ir en trineo -he encargado 52 cuerdas de nogal negro. Necesitamos algunos caminos en nuestra dirección, ¿no quieres unirte al equipo?
Tuya hasta la muerte -
Judah

*Gen Wolf, Pitcairn: seguramente se trata de apodos que Emily Dickinson asigna a los visitantes políticos que iban a saludar a su padre, Edward Dickinson, elegido diputado del partido Whig.
** Joshua Reed Giddings (1795-1864), político local, rompió con el partido Whig en 1852.
***
A Otis P. Lord 
[El juez Lord, único amor correspondido de E. D]
(circa 1878)

¿No sabes que cuando más feliz eres es cuando retengo y no otorgo - no sabes que “No” es la palabra más salvaje que consignamos al Lenguaje?
Lo sabes, porque conoces todas las cosas - [la parte superior de la hoja ha sido cortada]… estar tan cerca de tu anhelo - tocarlo al pasar, porque no soy sino una durmiente inquieta y a menudo viajaría desde tus Brazos por toda la noche dichosa, pero me auparás de nuevo, ¿verdad?, porque solo allí pido estar - digo que, si sintiera el anhelo más cerca - que en nuestro querido pasado, quizá no me resistiría a bendecirlo, pero debo hacerlo, porque sería lo correcto. La “Valla” es de Dios - Mi Dulce Amigo - por tu gran bien - no el mío - no te dejaré franquearla - pero es toda tuya, y cuandosea el momento levantaré los Barrotes y te pondré sobre el Musgo - Tú me enseñaste la palabra.
Espero que no tenga una apariencia distinta cuando la fabrican mis dedos. Es Angustia lo que anhelo ocultarte para permitirte dejarme, hambrienta, pero tú pides la divina Corteza y eso echaría a perder el Pan.
Esa Flor no frecuentada.
Embellécete - (hasta merecedor[a]) [hoja cortada]
Estaba leyendo un Librito - porque me rompió el Corazón quiero que rompa el tuyo - ¿Lo pensarás justo? Lo he leído a menudo, pero no antes de empezar a amarte - encuentro que esto es determinante - es determinante en todo respecto - Hasta el silbido de un Niño al pasar tarde por la Noche, o el Bajo [¿?] de un Pájaro - [hoja cortada] Satán” - pero es cierto que lo que no he oído es la dulce mayoría - dice la Biblia muy socarrona, que el Hombre caminante, aunque “insensato - no tendrá que errar allí”; ¿y la Mujer “caminante”? Pregúntale a tu palpitante Escritura. Acaso te sorprenda que hable de Dios - lo conozco solo un poco, pero Cupido enseñó Jehová a muchas mentes legas - la Brujería es más sabia que nosotros -
Emily Dickinson

***
A Otis P. Lord 
(1878)

Mi bello Salem* me sonríe. Busco su Rostro muy a menudo - pero he terminado con las apariencias**.
Confieso que le amo a él - me regocijo de amarle - agradezco al crea dor del Cielo y de la Tierra -que me le dio para amarle - la exultación me inunda. No logro encontrar mi canal - el Arroyo se torna Mar - al pensar en ti -
¿Me castigarás? “Bancarrota Involuntaria”, ¿cómo podría ser eso un Crimen?
Encarcélame en ti - pena rósea - hilvanando contigo este bello laberinto, que no es Vida ni Muerte - aunque tiene la intangibilidad de una y el arrebol de la otra - despertar por ti el Día vuelto mágico contigo antes de irme

Emily Dickinson

* Lord vivía en Salem, al norte de Boston
** He terminado con las apariencias. Una vez muerta la mujer de Lord, E. D. podía amarle abiertamente.

***
A Otis P. Lord 
(11 de noviembre de 1882)

Papá tiene aún muchos armarios que el Amor nunca ha saqueado. Sí - sí te deseo tiernamente. El Aire es suave como Italia, pero cuando me roza, lo desdeño con un Suspiro, porque no eres tú. Las Peregrinas [su cuñada Susan y su sobrina] vinieron Anoche - Austin dice que están morenas como Bayas y son ruidosas como Ardillas Tamia, y siente muy invadida su soledad, hasta donde yo puedo saber. Estas dislocaciones de privacidad entre los Corsarios me divierten sobremanera, pero “el Corazón conoce su propio” [E. D. juega con un proverbio bíblico] Antojo - y en el Cielo ni cortejan ni son dados en cortejo - ¡qué lugar más imperfecto!
El insomnio hace tropezar mi Lápiz. El afecto lo traba - además. Nuestra vida juntos fue un largo perdón de tu parte hacia mí. La intrusión de mi Amor rústico en tus Reinos de Armiño, soloun Soberano podría perdonarlo - Nunca me arrodillé ante otro - El Espíritu nunca dos veces el mismo, sino cada vez otro - este otro más divino. ¡Oh, de haberlo encontrado antes! Sin embargo, la Ternura no tiene Fecha - llega - y sobrecoge.
El tiempo anterior a ella era - no era nada, entonces ¿por qué fijarlo? Y es todo el tiempo por venir, lo que abroga el tiempo.
Emily Dickinson
***
A la Sra. de J. G. Holland [Amiga íntima] 
(Finales de 1883) 
Dulce Hermana
¿Era así como yo la llamaba? Apenas rememoro, todo se me hace tan distinto - Vacilo sobre qué palabra tomar, ya que solo puedo tomar unas pocas y cada una ha de ser la más capital, pero recuerde que la transacción más gráfica de la Tierra ocupa una única sílaba, no, incluso una mirada -
El Médico dice que tengo “Postración nerviosa”. Es probable que sí - desconozco los Nombres de la Enfermedad. La Crisis del dolor de tantos años es lo único que me cansa - Como Emily Brontë a su Creador, yo escribo a mis Perdidos: “Toda Existencia existiría en ti - “ La tierna consternación por usted se vio muy aliviada por la pequeña Tarjeta, que decía “mejor” tan alto como una Voz humana - Por favor, Hermana, espere -
“Abrid la Puerta, abrid la Puerta, me esperan”, fue la dulce orden de Gilbert [su sobrino favorito, muerto antes de cumplir seis años de fiebre tifoidea] en su delirio. ¿Quienes le esperaban? Daríamos todo lo que poseemos por saberlo - la Angustia la abrió, por fin, y él corrió hacia la pequeña Tumba a los pies de sus Abuelos - Todo esto y más, aunque, ¿hay realmente más? ¿Más que el Amor y la Muerte? ¡Entonces, díganme su nombre! [...]

Emily

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char