jueves, 10 de abril de 2014

Nosotros los amados

JACQUES PRÉVERT

(Francia, 1900 - 1977)

En la florería

Un hombre entra en la florería
y escoge unas flores
la florista las envuelve
el hombre se lleva la mano al bolsillo
para buscar dinero
dinero para pagar las flores
pero al mismo tiempo se lleva
repentinamente
la mano al corazón
y cae

Al mismo tiempo que cae
el dinero cae al suelo
y también las flores caen
al mismo tiempo que el hombre
al mismo tiempo que el dinero
y la florista queda allí
ante el dinero que rueda
ante las flores que se estropean
ante el hombre que muere
evidentemente todo esto es muy triste
y es necesario que la florista
haga algo
pero no sabe qué hacer
no sabe
por dónde comenzar

Hay tanto por hacer
con ese hombre que muere
esas flores que se marchitan
y ese dinero
ese dinero que rueda
que no deja de rodar.
***
Este amor

Este amor
Tan violento
Tan frágil
Tan tierno
Tan desesperado
Hermoso como el día
Y malo como el tiempo
Cuando el tiempo es malo
Este amor tan verdadero
Este amor tan hermoso
Tan feliz
Tan alegre
Y tan irrisorio
Tembloroso de miedo como un elefante en la oscuridad
Y tan seguro de sí
Como un hombre tranquilo en medio de la noche
Este amor que inspiraba temor a los demás
Que los hacía hablar
Que los hacía palidecer
Este amor acechado
Porque nosotros los acechábamos
Acorralado herido pisoteado acabado negado olvidado
Porque nosotros los habíamos acorralado herido
pisoteado acabado negado olvidado
Este amor todo entero
Tan viviente aún
Y radiante de sol
Es el tuyo
Es el mío
El que fue
Ese amor siempre nuevo
Y que no ha cambiado
Tan verdadero como una planta
Tan trémulo como un pájaro
Tan cálido tan viviente como el verano
Podemos los dos
Ir y venir
Podemos olvidar
Y luego volver a dormirnos
Despertarnos sufrir envejecer
Dormirnos otra vez
Soñar con la muerte
Despertarnos sonreír y reír
Y rejuvenecer
Nuestro amor está allí
Terco como una mula
Viviente como el deseo
Cruel como la memoria
Tonto como las quejas
Tierno como el recuerdo
Frío como el mármol
Hermoso como el día
Frágil como un niño
Nos mira sonriendo
Y nos habla sin decir nada
Y yo lo escucho temblando
Y le ruego
Ruego por ti
Ruego por mí
Te suplico
Por ti por mí por todos aquellos que se aman
Y que son amados
Sí yo le ruego
Por ti por mí y por todos los otros
A quienes no conozco
Quédate allí
Allí donde estás
Allí donde estabas antes
Quédate allí
No te muevas
No te mueras
Nosotros los amados
Te hemos olvidado
Tú no nos olvides
Sólo a ti te teníamos en la tierra
No dejes que nos pongamos fríos
Mucho más lejos cada vez
Y no importa dónde
Danos señales de vida
Mucho más tarde en el rincón de un bosque
En la selva de la memoria
Aparece de pronto
Tiéndenos la mano
Y sálvanos.
***
A dónde voy, de dónde vengo...

¿A dónde voy?, ¿de dónde vengo?,
¿Por qué estoy mojado?
Veamos, esto se ve bien.
Llueve.
La lluvia es por la lluvia.
Voy abajo, y después,
después eso es todo.
Seguid vuestro camino
como yo sigo el mío.
Porque me gusta
chapoteo en el barro.
La lluvia, me hace reír.
Me río absolutamente de todo.
Si lloráis por cualquier cosa
mejor quedaos en vuestra casa,
llorad por vosotros,
pero dejadme.
Dejadme, dejadme, dejadme, dejadme.
No quiero oír el sonido de vuestra voz,
seguid vuestro camino
como yo sigo el mío.
El único hombre que amaba,
me lo habéis matado,
aporreado, pisoteado... rematado.
He visto su sangre correr,
correr en el arroyo.
Seguid vuestro camino
como yo sigo el mío.
El hombre que amaba
está muerto, la cabeza en el barro.
Por esto puedo odiaros,
odiaros... es exagerado... exagerado... es exagerado.
Y os enterneceréis conmigo,
sois muy buenos para mí,
demasiado buenos, creedme.

Sois buenos, buenos como el perro ratonero es bueno para la rata…
pero un día… vendrá un día en que la rata os muerda…
Seguid vuestro camino,
hombres buenos… hombres de bien.
***
El camino recto

A cada kilómetro
cada año
viejos muy limitados
señalan a los niños el camino
con un gesto de cemento armado.

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Somos parecidos a esos sapos que en la austera noche de los pantanos se llaman sin verse, doblegando con su grito de amor toda la fatalidad del universo.
René Char


No haría falta amar a los hombres para darles una ayuda real. Sólo desear hacer mejor cierta expresión de su mirada cuando se detiene en algo más empobrecido que ellos, prolongar en un segundo cierto minuto agradable de su vida. A partir de esta diligencia y cada raíz tratada, su respiración se haría más serena. Sobre todo, no suprimirles por entero esos senderos penosos, a cuyo esfuerzo sucede la evidencia de la verdad a través de los llantos y los frutos.
René Char